23 de Septiembre

Sábado XXIV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 23 septiembre 2023

a) 1 Tim 6, 13-16

         Pone hoy Pablo a su discípulo Timoteo "en presencia de Dios, que da vida a todas las cosas". Qué emoción, y que profunda paz y alegría exultante nos embargaría, y cuál sería nuestra respuesta de amor, si pensáramos que, efectivamente, vivimos en "presencia de Dios que nos da la vida", en un Dios vivo frente al cual yo estoy.

         En presencia de Dios y "en presencia de Cristo Jesús, que ante Pilato rindió tan solemne testimonio". Se trata de la perspectiva de Pablo, en la que viene a decir que nuestra modesta profesión de fe tiene como ejemplo la que Jesús mismo profirió ante Pilato.

         Contemplo ese "hermoso testimonio" de Jesús de pie, delante de los que le juzgan: "Mi realeza no es de este mundo, pero sí, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo. Y todo el que es de la verdad escuchará mi voz" (Jn 18, 36).

         Toda búsqueda de la verdad, toda recta búsqueda doctrinal o moral, es una búsqueda de Jesús. Cada vez que cumplo mi deber con rectitud de vida, cada vez que afirmo mis convicciones, me asemejo a Jesús y estoy "ante Jesús". Él me mira y ve que soy, a mi vez, un testigo de la verdad.

         Por eso ordena Pablo a Timoteo que "conserve el mandato del Señor, y permanezca irreprochable y recto hasta la manifestación de Jesucristo". Ya conocemos el mandato del Señor: "Amarás". Toda la vida cristiana, y podría decirse, toda la vida humana, está aquí.

         "Quien ama, conoce a Dios", porque "Dios es amor". Eso es lo que viene a decir la Escritura. Una jornada resulta llena si está llena de amor. Una jornada resulta vacía si no ha habido amor en ella. A pesar de todas las bellas palabras, una vida sin amor es una vida sin Dios. Amar es manifestar a Dios, porque Dios es amor. No amar es negar a Dios, incluso si la boca habla de él.

         San Pablo invita a Timoteo a vivir en el amor, en el "mandato de Jesús" mientras espera la plena manifestación de Cristo, cuando el amor será por fin manifiesto y perfecto.

         Una manifestación que, "a su debido tiempo, hará ostensible el bienaventurado y único Soberano, el Rey de los reyes y el Señor de los señores". Se trata de otro de los himnos litúrgicos de Pablo, que estalla como un grito de alegría. Constantemente, el alma de Pablo exulta y arde cuando piensa en Dios, lo que se convierte en una exclamación, un cántico, una doxología o alabanza de gloria.

         En el mundo del tiempo de Pablo, a los emperadores, a los reyes, se les divinizaba y ellos, por su parte, aceptaban esos títulos superlativos: "rey de reyes". Oponiéndose valientemente a esos títulos paganos, Pablo nos enseña a poner nuestra absoluta confianza sólo en Dios: ningún poder humano, ninguna ideología merece nuestra sumisión incondicional. Sólo Dios es Dios.

         Así es, "él es el único que posee inmortalidad, el que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver". Tan evidente como que los reyes y los demás hombres son mortales! Tan claro como que las civilizaciones son mortales. En resumidas cuentas, que el único porvenir absoluto es Dios. 

         Pues bien, esa inmortalidad de Dios, esa inaccesibilidad de Dios, y esa eternidad de Dios, son ofrecidas en Cristo al hombre. ¿Nos damos perfecta cuenta de que en esto consiste nuestra fe? Gracias, Señor, a ti honor y poder eternos.

Noel Quesson

*  *  *

         Concluimos hoy la lectura de la 1ª carta de Pablo a Timoteo con una doxología (alabanza final) y un marcado tono escatológico, de mirada hacia la venida última del Señor.

         Con solemnidad, apelando a la presencia de Dios Creador y de Jesús, le pide Pablo a Timoteo que "guarde el mandamiento sin mancha ni reproche, hasta la venida del Señor". Y también el salmo responsorial de hoy nos invita a esta mirada de profunda adoración y alabanza del Señor: "Aclama al Señor, tierra entera, y entra por sus puertas con acción de gracias".

         Empezar no es difícil. Ser fieles durante un cierto tiempo, tampoco. Lo costoso es perseverar en el camino hasta el final. La solemne invitación de hoy, pues, va hoy para nosotros: convencidos de la cercanía de ese Dios, que nos ha dado la vida, y de ese Cristo que nos la comunica continuamente, debemos esforzarnos por responder con nuestra fidelidad "hasta la venida del Señor".

         Sea cual sea ese mandamiento que Timoteo tiene que guardar (¿la sana doctrina?, ¿la verdad de la que dio testimonio Jesús ante Pilato?, ¿la gracia que ha recibido?, ¿el mandamiento concreto del amor?), todos somos conscientes de que nuestra fe cristiana es un tesoro que tenemos que conservar y hacer fructificar. Y que lo llevamos en frágiles vasijas de barro.

         Haremos por ello bien en no fiarnos demasiado, para esa perseverancia, de nuestras propias fuerzas en medio de un mundo que, como en tiempo de Pablo, tampoco ahora nos ayuda mucho en nuestra fidelidad a Cristo.

         Nos ayudará el tener nuestros ojos fijos en ese Cristo del que Pablo gozosamente afirma que es "bienaventurado y único soberano, rey de los reyes y señor de los señores, el único poseedor de la inmortalidad". En ese Cristo creemos, a ese Cristo seguimos. Y esperamos que, con su gracia, logremos serle fieles hasta el final, y compartamos para siempre su alegría y su gloria.

José Aldazábal

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         San Pablo insiste hoy a Timoteo en el misterio de Dios y en el mensaje salvífico de Cristo, subrayando con energía que toda enseñanza y recomendación pastoral ha de hacerse con la mirada puesta en Jesús.

         Si alguien introdujera otro corazón para sentir, u otro cerebro para pensar, fuera de Jesús, no sería digno de llamarse cristiano. Retengamos este cuadro de vida virtuosa:

"Tu, hombre de Dios, practica la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que has sido llamado, y de la que hiciste noble profesión ante muchos testigos" (1Tm 6, 10-12).

         Si asumimos esa vida con heroísmo, estaremos anunciando en todo momento cuán grande ha sido con nosotros  la generosidad de nuestro Dios, creador y padre.

         Junto al encarecimiento de la fidelidad a la palabra y al mensaje salvífico está el canto a la grandeza de Cristo, a quien el Padre, Señor, Soberano, Rey, mostrará en trono de eternidad. Bendito sea el Señor Jesús, nuestro Salvador.

Dominicos de Madrid

b) Lc 8, 4-8.11-15