18 de Septiembre

Lunes XXIV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 18 septiembre 2023

a) 1 Tim 2, 1-8

         La 1ª carta pastoral de Pablo a Timoteo insiste hoy en la organización de la Iglesia. La consigna esencial, dice Pablo, es una "plegaria universal": rogar por todos los hombres. Una consigna que el concilio Vaticano II restableció a su antigua tradición.

         En efecto, las asambleas de los primeros cristianos debían de ser poco numerosas, pues no habiendo todavía iglesias ni capillas, se reunían sólo en casas particulares. Ahora bien, Pablo les pide que amplíen su plegaria a las dimensiones del mundo entero.

         Hoy día, aunque el cristianismo es una minoría (la mayor del mundo, por supuesto), todavía hoy los cristianos se juntan para representar a la humanidad ante Dios, y son solidarios con el resto del mundo. Y es por ello que sus misas no se reducen a rogar por sus propios círculos, sino que amplían el arco de plegarias a la multitud, por la cual Jesús dio su vida.

         Esta invitación de Pablo podría ser para mí una incitación a reservar un rato a esa misma oración universal, sobre mis plegarias de petición, o de intercesión, o de acción de gracias. Este es el contenido ordinario de toda plegaria verdadera.

         Tres grandes orientaciones nos pueden ayudar a ello:

-la petición, al estilo de "Señor, ayuda a los hombres a que hagan esto",
-la intercesión, al estilo de "Señor, perdona a los hombres que hicieron esto",
-la acción de gracias, al estilo de "Señor, gracias por los hombres que hacen esto".

         Muy particularmente, el mundo de hoy está atravesado por grandes corrientes colectivas que afectan a categorías enteras de personas, todo un grupo, toda una nación, toda una zona. ¿Por qué no adoptar de nuevo esas grandes intenciones colectivas para pedir, interceder, dar gracias?

         Ya entonces sentía Pablo la importancia de esas articulaciones colectivas y en particular de "aquellos que tienen responsabilidades" sobre todo un conjunto de hombres. Nuestras preces universales actuales han reemprendido esa intención. No olvidemos que los jefes de estado, por los que Pablo pedía oraciones, eran todos paganos en aquella época.

         Esta nota nos permite subrayar el papel de lo profano, según Pablo: permitir y facilitar la paz civil, así como favorecer la tranquilidad y la convivencia. Y esto para sea posible una vida humana y religiosamente seria. Y todo ello porque "Dios quiere que todos los hombres se salven, y lleguen al pleno conocimiento de la verdad".

         Frase célebre de Pablo, que hay que dejar que resuene en nuestro interior. Nuestra oración tiene que ser universal porque la voluntad de salvación es universal: ¡qué todos los hombres se salven!

         Alude Pablo a que "no hay más que un solo Dios". Pero a continuación no tarda en decir que "quiso tener un mediador entre él y los hombres". En efecto, dicho mediador es "Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo como rescate por todos los hombres". Dos razones profundas, por tanto, motivan que nuestra oración sea universal:

-que Dios es el único Dios, el de todos,
-que Jesús es el único camino para ir a Dios.

         Si nuestro corazón ha de estar ampliamente abierto al mundo entero, es porque el corazón de Dios ama y quiere salvar a todos los hombres. ¡Cada hombre, cada mujer, uno a uno, es amado de Dios! Al igual que Pablo, también yo "quisiera que oréis en todo lugar, elevando sus manos al cielo".

Noel Quesson

*  *  *

         Después de un 1º capítulo de introducción y alabanza a Dios, entra Pablo en materia, recomendando a Timoteo que en la Iglesia se haga lo que ahora llamamos oración universal. Quiere que se rece "por todos los hombres, por los reyes y por todos lo que están en el mundo". Y que recen por la paz, para que "podamos llevar una vida tranquila y apacible".

         El motivo es teológico y doble: "Dios quiere que todos se salven, y lleguen al conocimiento de la verdad". Y además, al igual que Dios es único y Dios de todos, también tenemos un único "mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos". La lógica es perfecta: Dios es Padre de todos y Cristo ha muerto para salvar a todos. Por tanto los cristianos tenemos que desear y pedir la salvación de todos.

         Eso sí, "alzando las manos limpias de ira y divisiones", porque si estamos llenos de orgullo (o de odio, o de divisiones), mal podemos rezar por todos. Como dice el salmo responsorial de hoy, recogiendo este tono de súplica: "Escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo las manos hacia tu santuario. Salva a tu pueblo y bendice tu heredad".

         Tenemos la tendencia a rezar por nosotros. Es lo que nos sale más espontáneo, y además es legítimo. Por ejemplo, en las preces de laudes invocamos a Dios ofreciéndole nuestra jornada, y pidiéndole nos ayude en lo que vamos a hacer. Pero hay momentos en que rezamos por los demás, por el mundo, por la Iglesia. Y esa es una actitud fundamental de la fe cristiana: somos católicos (lit. universales), y también en nuestra oración.

         Convencidos de que Dios quiere la salvación de todos, y de que Cristo se ha entregado por todos, en la Oración Universal de la misa (y también en las preces de vísperas) nos ponemos ante Dios a modo de mediadores e intercedemos por los demás. Y eso no los curas o las monjas, sino todos los que vamos a misa.

         Esa intercesión nos hace ser a todos los cristianos un pueblo sacerdotal, desde el mismo día de nuestro bautismo. Y una de las cosas que hace el mediador es rezar ante Dios por los demás. Ésa es la motivación que ofrece la introducción al Misal romano:

"En la oración universal u oración de los fieles, el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres, por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren alguna necesidad y por todos los hombres y la salvación de todo el mundo" (IGMR, 45).

         Nos hace bien pensar y rezar a Dios por los demás. Luego trabajaremos por el bien público, pero el haber rezado por esas mismas intenciones por las que luego luchamos (la paz, el bienestar, la salud, la esperanza, la justicia) hace que nuestro trabajo quede iluminado desde la fe y el amor de Dios, y no sólo desde nuestro buen corazón o nuestro sentido de solidaridad humana, aunque ya sean buenas motivaciones.

         De alguna manera convertimos en oración la historia que estamos viviendo, con sus momentos gloriosos y sus deficiencias. Recitamos ante Dios las urgencias de la humanidad y, al rezarlas, nos comprometemos en lo mismo que pedimos. Esta oración nos pide que elevemos nuestras manos a Dios libres de ira, con corazón reconciliado: nos educa a vivir la historia con una cierta serenidad, con una visión desde Dios, deseando que se cumpla en nuestra generación su plan salvador.

José Aldazábal

b) Lc 7, 1-10