21 de Septiembre

Jueves XXIV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 21 septiembre 2023

a) 1 Tim 4, 12-16

         Después de hablar de las exigencias de los ministerios en la Iglesia, Pablo avisa a Timoteo de los falsos doctores que en ella se van introduciendo. Y lo hace siguiendo una manera corriente de escribir, según la cual estas desviaciones doctrinales anuncian la llegada de la parusía o, como dice nuestro texto de los "últimos tiempos".

         Más difícil es determinar a quiénes designa esta descripción de "falsos profetas". Hay notas que nos hacen pensar en judíos (la interdicción del uso de ciertos alimentos); otros son completamente impensables en una mente judía (la prohibición del uso del matrimonio).

         Sectarios judíos o gnósticos, Timoteo ha de predicar contra ellos el gran principio teológico que resuena desde las primeras páginas del Génesis: "Todo lo que Dios ha creado es bueno" (1Tm 4, 4). Este principio doctrinal es suficiente para salir al encuentro de las lucubraciones de los falsos doctores.

         Con todo, Pablo insiste extrañamente en que la palabra de Dios y nuestra oración todo lo santifican (1Tm 4, 3-5). Es que Pablo no puede olvidar, ni quiere que nadie lo olvide, lo que él ha practicado desde la infancia como todo buen judío: la oración antes y después de las comidas.

         Pablo no se deja obsesionar por los peligros de las doctrinas heterodoxas. Sabe que lo más importante es la formación de sus fieles. Pero ésta es imposible si el mismo Timoteo no cuida permanentemente de su propia formación. Por eso Pablo le manda una cosa: "Preocúpate de la lectura" (v.13). Esto se relaciona con la lectura pública del AT en el culto cristiano. Y así es, porque con ello el culto cristiano no hacía sino continuar las costumbres sinagogales.

         Precisamente, los buenos traductores de la Biblia en el culto sinagogal preparaban en su casa su traducción (y a veces, la alocución posterior). Y esto lo hacían con la lectura repetida de los textos bíblicos adecuadamente anotados con la paráfrasis tradicional correspondiente.

         Por tanto, la lectura a la cual Pablo se refiere es pública y privada. El apóstol sabía muy bien que el progreso de la Iglesia depende no sólo de las virtudes morales de Timoteo, sino también de su progreso en la enseñanza (vv.13-16). No progresar en el estudio de la palabra de Dios sería "descuidar el don que posees, que te fue concedido (por Dios), por indicación de una profecía, con la imposición de manos de los presbíteros" (v.14).

Enric Cortés

*  *  *

         Las estructuras de la Iglesia pueden evolucionar. En el tiempo de esta carta a Timoteo (ca. 62) se distingue todavía poco al episcopoi (lit. supervisor) u obispo, del presbiteroi (lit. anciano) o sacerdote. Pero está claro que hay unas funciones precisas en la Iglesia, y alguien ha sido elegido para "presidir la oración" y "enseñar la Palabra". Y esta función le ha sido conferida mediante un rito: la "imposición de manos" de los otros ancianos.

         De modo que el cargo de responsable no se da automáticamente a los ancianos, y la Iglesia no es una sociedad humana ordinaria. De hecho, el término presbítero en griego, significa "más anciano". Y la ancianidad de Timoteo era fruto de la gracia recibida y de sus cualidades de ponderación, mucho más que de su edad. De hecho, Timoteo era joven, como bien le recordaba Pablo: "Hijo muy querido, que nadie menosprecie tu juventud".

         Lo que cuenta para Pablo, pues, no es la edad o la experiencia, sino:

         1º el estilo de vida: "Procura ser para los creyentes un modelo por tu manera de hablar y de vivir, por tu amor y tu fe, por la pureza de tu vida". ¡Qué exigencia! Ser un hombre de fe, un hombre de amor, un hombre de pureza. Este texto nos invita a rogar por los obispos y los sacerdotes, para que así sea.

         2° la competencia de la enseñanza: "Dedícate a leer la Escritura a los fieles, a animarlos y a instruirlos". Hoy, en que la competencia profesional tiene tanta importancia, es bueno oír esas palabras de Pablo pidiendo a los sacerdotes que sean especialistas de la Biblia y del evangelio. Menos que nunca se admite la superficialidad ni el trabajo de aficionado.

         3° la gracia otorgada por Dios: "No descuides el carisma que hay en ti, ese don que se te comunicó por la intervención profética, cuando la asamblea de ancianos te impuso las manos". Es decir, en tu ordenación sacerdotal. Pues el ministerio no es sólo una delegación de la comunidad que propone a un responsable, es un "don que viene de lo alto", una iniciativa de Dios.

         Tras lo cual, ha de cuidarse el sacerdote por sí mismo: "Vela por ti mismo y persevera en estas disposiciones, pues obrando así, obtendrás la salvación para ti y para los que te escuchan". De nuevo encontramos los 2 polos de la vida del sacerdote: su "manera de vivir" y su "función doctrinal".

         La alusión a la perseverancia necesaria nos muestra que ambas cosas no se adquieren de una vez para siempre: es preciso resistir, avanzar, progresar en santidad y en el conocimiento de Dios. Será con el ejercicio de su ministerio, pues, que Timoteo se santificará a sí mismo y santificará a "aquellos que lo escuchan".

Noel Quesson

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         Puesto que somos colaboradores de Cristo tratemos de no recibir en vano la gracia de Dios. El Señor nos ha consagrado para que, siendo suyos, seamos un signo vivo de su presencia en el mundo. Por eso hemos de cuidar el carisma que hay en nosotros: el de servir a todos, como Cristo lo ha hecho con todos.

         Para lograr esto necesitamos dedicarnos a la lectura de la palabra de Dios, a la exhortación y a la enseñanza. Pero esto debe ir respaldado con una vida intachable que nos convierta en modelo en la palabra, en el comportamiento, en la caridad, en la fe y en la pureza.

         No podemos pensar que, puestos al servicio de los demás por nuestra unión con Cristo desde el bautismo y confirmación, o como ministros ordenados, no hemos de poner algo de nuestra parte para que día a día maduremos en nuestra respuesta al Señor. Nuestro sí inicial debe ser renovado todos los días, de tal forma que en verdad vivamos, con mayor lealtad, nuestra entrega a Cristo y al anuncio de su evangelio.

         Esto debe llevarnos a profundizar, también todos los días, la palabra de Dios mediante la Lectio Divina para que, así, antes que exhortar y enseñar a los demás, la palabra de Dios sea aceptada y vivida por nosotros. Entonces podremos ser modelo que pueden imitar los demás, pues encontrarán en nosotros un punto de referencia a Cristo. Obrando, de modo perseverante en el bien, no sólo lograremos salvarnos, sino que salvaremos a aquellos a quienes hemos sido enviados.

José A. Martínez

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         Después de los 2 motivos teológicos de ayer (la dignidad de la comunidad y la riqueza del misterio de Cristo), hoy propone Pablo unos criterios de actuación a Timoteo, que se ve que todavía es muy joven para su cargo.

         El responsable en la comunidad debe ser "un modelo para los fieles en el hablar y en la conducta, en el amor, la fe y la honradez". De nuevo las cualidades humanas que ya había enumerado en la lectura del martes. Lo que no tiene en madurez de años Timoteo, lo ha de suplir con virtudes.

         Pero esta vez entra en otro terreno: el de la evangelización y la gracia sacramental. Timoteo tiene que "animar y enseñar", "cuidar la enseñanza" y hacer fructificar la gracia de su ordenación: "No descuides el don que posees, que se te concedió con la imposición de manos de los presbíteros".

         Son consejos a un episcopo, pero nos vienen bien a todos: a los padres en su relación con los hijos, a los educadores en su misión formativa, a los animadores de cualquier grupo juvenil.

         De alguna manera todos debemos ser evangelizadores, y cuidar que también las generaciones jóvenes o los que se han alejado de la fe por mil razones, vayan conociendo la Buena Noticia del amor de Dios y de la salvación que nos ofrece Jesús: "Cuida la enseñanza".

         Pero el mejor testimonio que damos no son nuestras palabras, sino nuestra conducta, nuestra honradez, fe y amor. La vida divina que hemos recibido todos en el bautismo, y algunos también en la ordenación ministerial o en la profesión religiosa, la debemos cuidar para que crezca, para que se trasparente en nuestras obras y así podamos colaborar a la construcción de una Iglesia mejor.

         En realidad, los hijos y los educandos y los destinatarios de nuestra evangelización, no obedecen, sino que imitan.

José Aldazábal

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         Por las palabras de Pablo de hoy, nos enteramos que su discípulo y amigo Timoteo fue consagrado obispo, por la imposición de manos de los presbíteros, en plena juventud. ¡Qué atrevimiento! Timoteo tenía ya experiencia pastoral (pues había compartido con Pablo sus andanzas misionales), pero mucha gente le veía demasiado joven como para regentar el cargo de jefe de la Iglesia. Necesitaba, pues, del ánimo de Pablo, para llevar a buen puerto su obra.

         Pero Pablo no se contenta con enviarle ánimos, sino que trata de anticiparse a los hechos, manifestando su deseo de ir a visitarlo y confirmar su autoridad episcopal ante el pueblo. Y se permite recordarle que, olvidándose de su edad, asuma la doble responsabilidad de cuidar de la comunidad (1ª) e instruirla en la fe (2ª) más y más.

         He ahí los 2 valores que se exigen a todo dirigente eclesial: firme profesión firme de fe en servicio y caridad, y enseñanza a los demás para hacerlos conscientes de su compromiso.

Dominicos de Madrid

b) Lc 7, 36-38.41-50