12 de Agosto

Sábado XVIII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 12 agosto 2023

a) Dt 6, 4-13

         Meditamos hoy en el Deuteronomio el Shemá Israel (lit. Escucha Israel), comienzo de la oración cotidiana de los judíos fieles. Ciertamente Jesús dijo esa plegaria todos los días de su vida, como corazón de la fe judaica. Y el mismo Jesús hizo que recitase este pasaje el hombre que le hizo la célebre pregunta: "¿Qué debo hacer para obtener la vida eterna? Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor".

         Nuestra fe, como la de los judíos, no es una religión natural que el hombre ha podido descubrir reflexionando, sino que es una religión revelada, basada en una fe que procede de la escucha de Dios. Concédeme, Señor, que te escuche más, a ti que eres el único Dios. "Amarás al Señor, tu Dios", esa es la única clave de todo. Como dirá más tarde Jesús, "toda la ley se resume en este único mandamiento: amarás a Dios".

         Dios no es sólo el Ser Supremo, o motor inicial del que necesita el universo para existir. Dios no es sólo el gran Arquitecto, o la Inteligencia primera que explica la finalidad del mundo y preside los fenómenos de la naturaleza. Dios no es sólo el Bien por excelencia, o Valor perfecto en relación al cual serán juzgadas todas las conciencias por su elección del bien o del mal.

         Dios es todo esto, ciertamente. Pero, por encima de todo, quiere ser alguien con quien se entra en relación. Dios es "Alguien que ama y espera ser amado". Dios es Amor. Dios es un ser que aceptó ser vulnerable, como si, a imagen nuestra, le hiriera la indiferencia.

         Con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, Dios espera que nos comprometamos por entero. Con el corazón, con la mente, la sensibilidad, la afectividad, el cuerpo, la actividad. No con un amor de boquilla, sino puesto de manifiesto a través de los actos cotidianos. ¿Qué haré hoy por ti?

         Como dijo Moisés en el Shema Israel: "Sentado, caminando, acostado, de pie... repetirás esas palabras grabadas en tu corazón, en tu casa, en el camino. Y las inscribirás en tus manos, en tu frente, en las jambas de tus puertas". ¡Qué insistencia! ¡Amarás! ¡Amarás! ¡Amarás! Por todas partes, de todas las maneras, en todo momento.

         Para mi cuenta personal, puedo componer mi letanía de amor de Dios, según mi género de vida: amarás limpiando tu casa y cocinando, trabajando en esto o aquello, educando a los hijos o en tu despacho, ante la máquina de escribir o con las manos al volante. Y siempre en los ojos de aquellos que tú amas, en los cuidados dados a los que sufren.

         Pero todo ello con una advertencia: "Cuando te hayas saciado, cuida de no olvidarte del Señor". Cuidado, que la felicidad no nos aleje nunca del amor de Dios. Por lo contrario en la felicidad debemos cantar "gracias Señor". Por todo lo que de ti he recibido, Señor, te doy las gracias. Yo te amo, Señor, haz que mi vida entera te lo pruebe.

Noel Quesson

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         El Shemá Israel (Dt 6, 4-9), llamado así por la palabra hebrea con que comienza ("Escucha, Israel"), es la gran oración judía, núcleo de la piedad personal y litúrgica a lo largo de su historia. Esta confesión de fe no proclama un concepto filosófico (la unicidad de Dios), sino el fruto de la experiencia de todo un pueblo: fuera de Dios, ningún dios se ha mostrado capaz de salvar.

         Y frente a este carácter excepcional de Dios, ¿qué se le pide a Israel? Todo se condensa en un precepto: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón" (v.5). Se trata de un único precepto que unifica la vida entera. En otros pasajes del AT no se exige directamente amar a Dios.

         En los libros proféticos y en los salmos se invita al pueblo a corresponder con fidelidad a la alianza, a "temer a Dios", a obedecerle, a adherirse a él. El Deuteronomio usa también esas expresiones, pero es el único que presenta el "amarás a Dios" como expresión suprema: es la respuesta profunda del hombre libre (liberado por Dios) que se entrega libremente a él.

         Se trata de un amor que incluye la obligación de servirle y cumplir sus preceptos: "Y nos mandó cumplir todos estos mandatos temiendo a Dios" (v.24). Y que excluye el temor de esclavo, pues la Alianza con Dios capacita al pueblo para servirlo y amarlo. El "amarás al Señor, tu Dios", llega, pues, hasta lo más profundo del creyente: "Con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas" (v.5).

         Se trata de una actitud que no admite límites ni pausas. De lo más íntimo del creyente brota luego hacia el exterior y se manifiesta en el cumplimiento fiel de cuanto dispone Dios. La obligación de recordar este precepto básico abarca toda la gama de actividades humanas: "Estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado" (v.7).

         Se extiende a toda la vida en el momento presente y se despliega hacia el futuro: "Las inculcarás a tus hijos" (v.7). Así se formará una cadena viva que hará resonar en cada generación las maravillas del pasado. En tiempos de Jesús, el Shemá es el compendio de la piedad judía: "Este es el mandamiento principal y el primero" (Mt 22, 37). Jesús lo reafirma y lo amplía al prójimo: si entramos en alianza con Dios sentiremos que todos los hombres son hermanos nuestros.

Rafael Vicent

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         Lo que Israel proclama directamente en esta fórmula es que fuera de su Dios no se le ha mostrado como divina ninguna deidad o deificación. El que se le ha revelado como Dios le ha liberado de la opresión de todos los ídolos del mundo. El Amarás al Señor es la respuesta adecuada ante el que se ha revelado como Dios. También el Deuteronomio conoce el término temer, así como obedecer, confiarse, apegarse. Pero encontró el término amar como el más feliz de todos, porque expresa la entrega total del ser y nunca admite un alto o un basta.

         Oseas y Jeremías hacen suyo ese término; parte de la realidad humana del amor conyugal como la mejor analogía y como el lugar en que se puede vivir la relación del hombre con Dios. El Deuteronomio tiene más bien ante los ojos la imagen del amor filial: Dios es el padre que da el ser y que educa a su pueblo (como hace un padre con su hijo; Dt 8,5; 14,1) y el pueblo debe responder (como el hijo ante el padre). Por supuesto, todas las analogías tienen un punto en que son válidas y muchos en que no lo son.

         Esa actitud de amor ante el Dios único no debe ahorrar modos ni medios, ya que es de suprema incumbencia. Hay que grabar en la memoria tanto el "Dios es solamente uno" como el Amarás, llevarlo en la lengua, repetirlo, anunciarlo en todo momento a los hijos, escribirlo en el propio cuerpo y en los lugares visibles de la casa. Esos modos externos de actualización ayudarán a tenerlo presente a toda hora y así llenar con la fe y con el amor la existencia.

         Se trata, pues, del lugar que ocupa el Señor en nuestra vida. O él es el primero, el único y el todo, no es nada. Él no se resigna a ser un también, y se niega a ser algo así como un relleno o un suplemento. Él es solamente él, y entonces está bien, aun cuando nosotros estemos mal. Pero si es también él, esto es humillante y es un fracaso. También debe ser el 1º en nuestras penas. Él no se contenta con añadir una pomada más, o una venda suplementaria.

Alessandro Pronzato

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         La preocupación de Moisés, en su testamento, es la falta de memoria del pueblo, que olvida fácilmente lo que Dios ha hecho. De ahí que insista hoy en una máxima: "Cuidado con olvidar que el Señor te sacó de Egipto".

         El encargo último de Moisés es, pues: "Escucha, Israel" (gr. Shema, Israel), que es aun hoy la oración principal de los judíos, al recitarla 3 veces al día como resumen de toda la espiritualidad hebrea. Se trata de una oración que resalta la actitud de apertura a Dios, y de escucha a su palabra.

         La consecuencia tiene que ser ésta: "Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón". Amarle, no sólo obedecerle, o temerle, o intentar aplacarle. Amarle. Es la única respuesta al amor inmenso que Dios ha mostrado a su pueblo a lo largo de esos cuarenta años y ante la perspectiva de un don como el que les va a hacer, la Tierra Prometida.

         Cuando a Jesús le preguntaron cuál era el mandamiento principal, no dudó en responder con esta cita del Deuteronomio: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón". Así como en decir que éste es "el mayor y el primer mandamiento", al que se une estrechamente otro: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 22, 37-39). He aquí el Testamento de Moisés, y el encargo fundamental de Jesús: que amemos a Dios.

         Probablemente, necesitamos que se nos vuelva a recordar: "Cuidado, no olvides al Señor. Al Señor tu Dios temerás, y a él solo servirás". El mundo nos invita a otros altares y a otros cultos, con ídolos más o menos atrayentes. Pero nuestro Dios, el que luego se ha mostrado como el Padre de nuestro Señor Jesús, es el único que nos ha amado de veras y está pidiendo nuestro amor indivisible.

         La consigna de los judíos es también nuestra: escucha, cristiano, ponte en actitud de apertura hacia ese Dios que te dirige su palabra. Es la única palabra que te ayudará a encontrar el camino verdadero. Hoy puede recitar, cada uno, el salmo responsorial por su cuenta: "Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos. Viva el Señor, bendita sea mi Roca".

José Aldazábal

b) Mt 17, 14-20