7 de Agosto

Lunes XVIII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 7 agosto 2023

a) Núm 11, 4-15

         Leeremos durante 4 días un nuevo libro del Pentateuco: el de los Números, cuyo nombre se debe a que empieza relatando los censos de las tribus hebreas. Se trata de un libro que continuará la historia de la peregrinación del pueblo de Israel por el desierto, desde el Sinaí hasta Moab, a las puertas de la Tierra Prometida (en esa odisea de 40 años desde Egipto a Canaán).

         El desierto fue duro para el pueblo hebreo, sobre todo por impedirle una estable instalación, y obligarle a la aventura de seguir caminando. No obstante, el desierto le ayudó a madurar, experimentando en todo momento la cercanía de Dios, fiel a su Alianza.

         En el pasaje de hoy, el pueblo murmura por las condiciones en que tienen que vivir y caminar. Añora la vida que llevaban en Egipto (a pesar de la esclavitud), y la libertad sigue dándole algo de miedo. El desierto provoca situaciones de desconcierto, y la impaciencia empieza a dirigirse contra Moisés, al quedar ya lejanas las obras que él y Dios habían hecho por ellos.

         Moisés también se desanima, se deja contagiar por ese malestar y hasta está tentado de echarlo todo a rodar. Pero se refugia en la oración, en una oración muy humana y sentida hacia Dios: "¿Por qué tratas mal a tu siervo, por qué me haces cargar con todo este pueblo?". La crisis es fuerte, y no duda en recordárselo a Dios: "Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir".

         No reproduce la liturgia de hoy la respuesta que Dios le dio, pero ésta sí que llegó: "Hazte ayudar, y elige a 70 personas sensatas que te echen una mano, para resolver los asuntos de la ordinaria administración, entre las familias y las tribus". En este sentido, coincide con el consejo que le diera su suegro Jetró (Ex 18). Y así lo hizo Moisés, y mejoró notablemente la marcha del pueblo.

         Todos tenemos nuestros momentos de crisis y desánimo, aunque sin llegar a desearnos la muerte (como Moisés). A veces por las dificultades externas, como las del pueblo en el desierto (poco fruto, estancamiento...). Otras veces por el cansancio psicológico de la vida diaria (como el maná, que les llegó a parecer rutinario y carente de gusto). Hay días en que se nos acumulan los disgustos, y las tareas que tenemos entre manos nos llegan a parecer una carga insoportable.

         ¿Nos sale entonces, desde lo más hondo, una oración como la de Moisés? Una oración no dulce ni poética, pero sincera y realista, exponiendo a Dios nuestra situación. Una oración como la del salmo responsorial de hoy: "Mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer, y obstinó su corazón". O como la de Jesús, que no siempre era optimista: "Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz".

         Tendríamos que imitar el ejemplo de Moisés, con su oración personal y vivida. Seguro que de esta oración nos vendrían ideas y soluciones, o al menos fuerzas y ánimos para seguir adelante. Por ejemplo, nos podría venir la inspiración de seguir el consejo de Dios a Moisés: que sepamos trabajar en equipo, compartiendo responsabilidades.

José Aldazábal

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         El libro de Números es el 4º de los 5 libros que componen el Pentateuco (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio). El libro trata de nuevo el tema de la marcha por el desierto, pero agrupado algunos acontecimientos ya relatados (en el Éxodo) e introduciendo algunos textos legislativos que no cupieron en otro lugar.

         El nombre Números proviene de que este libro contiene censos y estadísticas, que nos dan los nombres y el número de los miembros del pueblo de Dios, sin tienen interés concreto para nosotros. Sin embargo, retengamos una idea: números, empadronamiento, estadísticas... Nuestro mundo moderno está lleno de estas cosas, y no es algo sólo del pasado.

         Decididamente, Israel se nos presenta como un pueblo culto, y en muchos aspectos mucho más adelantado que los pueblos de la misma época. Pero el significado de esas listas es, ante todo, espiritual. Lo cual nos sugiere una oración: sí, Dios reconoce personalmente a cada uno de esos hombres y mujeres, y llama a cada uno por su nombre.

         "Mi vida es preciosa a los ojos del Señor", dice el Salmo 71 (Sal 71, 14). Para Dios, los hombres no son intercambiables, y ninguno de ellos es un valor despreciable. Como dirá más tarde Jesús, "ningún pajarillo caerá en tierra sin el consentimiento de Dios. Ahora bien, vosotros valéis mucho más" (Mt 10, 29).

         Durante su marcha a través del desierto, los hijos de Israel volvieron a sus llantos y lamentos: atravesar el desierto, hacer caminatas... Un tema profundamente humano. ¡Cuántos hombres, cuantas mujeres caminan así por el mundo! Pero busquemos a nuestro alrededor lo que eso significa: el camino, el vacío, el futuro infinito... Y con una sola certidumbre: que es preciso avanzar, caminar y continuar.

         En efecto, el tiempo es una prueba y un terrible crisol, y el pueblo de Israel no cesa de gemir con toda razón. Sobre todo por el hambre, la sed, y la nada que ronda por todas partes.

         Moisés estaba muy afectado, y se dirigió al Señor: "¿Por qué tratas así a tu siervo? ¿De dónde sacaré carne para dársela a todo este pueblo cuando me atormenta con sus lágrimas? Es una carga demasiado pesada para mí". Una vez más, la reacción del hombre de Dios es la oración. Una oración realista, que acepta a manos llenas una situación concreta para presentarla a Dios.

         Una vez más vemos que Moisés es solidario con el pueblo, e intercede en su nombre. Por supuesto, no deja de ver el pecado de su pueblo, que suscita la ira de Dios. Pero implora el perdón. Igual que Moisés, también nosotros podemos decir, alguna que otra vez: "Me has dado, Señor, una carga muy pesada". Pero no en forma de dimisión, sino como una llamada positiva: "¡Ah! Si pudiera hallar gracia a tus ojos y ver apartada mi desventura".

         Finalmente, la oración de Moisés termina con una mirada abierta cara al futuro: "Ayúdame, Señor, a cumplir todas mis responsabilidades". Oración fuerte, discreta y resignada, que se expresa en forma interrogativa: "Si pudiera". Me dirijo a Dios empleando también esa forma.

Noel Quesson

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         El pasaje de hoy de Números se refiere a una antiquísima tradición sobre el maná (vv. 7-9) y la llegada súbita de una bandada de codornices (vv. 31-32), provocada por la súplica angustiosa de Moisés (vv. 10-15). Como telón de fondo, se ofrece un cuadro realista sobre la murmuración incesante del pueblo (vv. 4-6).

         Con relativa frecuencia, durante su paso por el desierto el pueblo elegido se vio beneficiado por la abundancia inesperada de algún medio de subsistencia. Parece que podía sobrevivir normalmente gracias a los productos de animales domésticos que llevaba consigo, pero pudieron producirse períodos de sequía durante los cuales el pueblo descubrió un alimento inesperado: son frecuentes, en el desierto del Sinaí, las bandadas de pájaros, que agotados por la lucha contra el viento, caen sin fuerzas en el suelo.

         Así mismo, abundan los árboles que en los meses de junio y julio producen una forma comestible, muy abundante por la mañana, y que constituye el alimento principal (cuando no el único) de los frecuentadores del desierto ( Ex 16, 1-30). Debido al momento providencial en que el pueblo advirtió la utilidad de este jugo de árboles (maná), la tradición elevó este sustento a la categoría de milagroso, verdadera alimentación sobrenatural, resultado de la plegaria de Moisés y signo de la providencia y de la elección de Dios.

         La reflexión posterior opondrá este sustento venido de Dios a los alimentos terrestres (Dt 8, 3-18; Sal 77, 24-25; Sab 16, 20), y hará un especial hincapié en las murmuraciones del pueblo (que víctima del hambre, añoraba la alimentación recibida en Egipto, y se mostraba incapaz de esperar de Dios su subsistencia).

         Las tradiciones hebraicas oponen sustento terreno y sustento sobrenatural, como si estuviesen situados en el mismo plano. Pero realmente no existe tal oposición ente ambos, pero sí en el uso que de ellos se hace. En efecto, sólo en la búsqueda de una justa repartición de los alimentos terrenos es donde se puede llegar a descubrir la participación del sustento recibido de Dios: Jesús no pudo revelarse "pan bajado del cielo", sino en el acto mismo de distribución de pan a los hambrientos (Jn 6).

         Desde el momento en que los medios de subsistencia terrenos se desvirtúan por el mal uso que de ellos se haga, por egoísmo o afán de lucro, pierden toda referencia posible al sustento divino: la murmuración es la anti-fe.

Maertens-Frisque

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         Nos encontramos hoy otra vez con las quejas del pueblo hebreo. Antes era por hambre (al no encontrar qué comer), y ahora por hastío (al fastidiarles comer siempre lo mismo). Lo mismo que sucede a todo bebé y todo niño, cuando todavía no ha madurado.

         Hambre y hastío son también 2 palabras que resumen la situación de la economía del mundo, pues 3/5 partes del mundo sufre hambre y 2/5 partes sufre hastío. Quizás las proporciones sean incluso peores, que estas de hace unos años.

         Pero es así: el hambre lleva a la desesperación, y el hastío lleva a la náusea. El hambre termina despertando el monstruo de la guerra, y el hastío termina arrojándose en la vorágine del suicidio. El hambre quiere arrancar sus bienes al rico, y el hastío nos vuelve insensibles al clamor del pobre. Líbrenos Dios del hambre, pero rompa también las cadenas del hastío.

Nelson Medina

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         Ofrece hoy el libro de Números el realismo del pueblo hebreo: angustia, hambre, desesperanza, desilusión y protesta. Así como la debilidad de Moisés, viniéndose a plantear que, si esto perduraba así, abandonaría la empresa de la Tierra Prometida. Pero también aporta una salida: las manos de Dios, que está aquí para darnos ayuda y esperanza.

         La divina providencia velaba por los israelitas en el desierto. Pero esa providencia se daba sin renunciar a grandes sacrificios, pues el camino de la liberación y de la tierra prometida se hacía a través del desierto.

         No nos maravillemos que los israelitas se acordaran de las cebollas de Egipto. ¿Cómo iban a alimentarse bien en el desierto si la tierra era árida, si las cosechas no se cuidaban debidamente con la movilidad de los asentamientos, y si el ganado no disponía de pastos para alimentarse?

         Aquí está nuestro problema, que nos cuesta a los mortales (egoístas, de cortas luces) entender que Dios es bueno, cuando no tenemos cubiertas las primeras necesidades. ¿No podría el rostro divino sonreírnos trayendo consigo siempre una hogaza de pan?

         Pues bien, saquemos una lección: los hombres (como los israelitas) sufren porque se sienten solos, y no nos hemos puesto de su parte. Aprendamos, pues, a preocuparnos de que todos encuentren una mano amiga, para que puedan descubrir el rostro amoroso de Dios.

Dominicos de Madrid

b) Mt 14, 13-21