28 de Junio

Miércoles XII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 28 junio 2023

a) Gén 15, 1-12.17-18

         "Me voy sin hijos", vino a decir Abraham a Dios. A lo que éste le contestó: "Mira al cielo y cuenta las estrellas. Así será tu descendencia". Se trata de un sorprendente diálogo, en que Abraham confiesa a Dios el drama de su situación (no tener hijos) y Dios le promete una descendencia tan numerosa como las estrellas (algo inverosímil, y aparentemente imposible).

         Miles de años después, sabemos que esa promesa de Dios se realizó, pues millones de personas (judíos, árabes y cristianos) honramos a Abraham como a nuestro padre. Pero Abraham no pudo ver nada de eso, sino que él era viejo, su mujer era estéril y no tenían hijos. Los planes de Dios, por lo visto, debían estar dirigidos "hacia el porvenir".

         A pesar de todo, Abraham cree en Dios, y eso que los años pasan y de los hijos prometidos no hay ni uno a la vista. ¿Serán engañosas las visiones de Dios? Abraham no lo sabe, pero sigue confiando en ese Dios que se le ha aparecido, con perseverancia y obstinación.

         Y es que la fe (e incluso la certeza de Dios) no suprime la angustia ni la oscuridad. En ciertos días esa espera debió parecerle interminable a Abraham, como también lo parece para algunos de los presentes, en que muchos días vacíos nos pone a prueba la fe. Pero los planes de Dios son así, y se cumplen a su tiempo como en el caso de Abraham.

         En efecto, llegado aquel día, el Señor "firmó una alianza con Abraham". Dios actuó cuando Abraham menos lo esperaba, posiblemente vacío ya de sí mismo y completamente receptivo a su acción. Cuando todo parece perdido, es cuando la salvación se hace presente.

         La alianza entre Dios y Abraham fue expresada a través de los ritos nómadas de la época (en que las 2 partes contratantes se comprometían, aceptando ser despedazados como animales abiertos en canal, si dejaban de cumplir la palabra dada). Dios se hizo presente pasando entre las víctimas (en forma de un fuego), como forma de comprometer su fidelidad.

         Resulta emocionante escuchar cómo Dios quedó comprometido así, bajo la forma de un contrato salvaje que hacían entre sí las hordas brutales de los nómadas del desierto, y que sólo podían poner como fianza la violencia. Hoy todavía, Señor, quieres renovar esa Alianza con el hombre. Y sé que, por tu parte, esta Alianza no corre peligro.

Noel Quesson

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         Ayer nos alejábamos por un día de Abraham, pero hoy volvemos a caminar con él. Y resulta interesante el capítulo de hoy, que podríamos titular El retraso de Dios. Porque ¿qué fue de aquella promesa de un hijo y de una tierra? Abraham siente que el tiempo pasa, y que la palabra de Dios no se ha cumplido. O sea, lo mismo que nosotros a menudo, cuando leemos que Dios no dejará abandonada a la humanidad de su mano, pero observamos que los caminos contrarios se multiplican.

         La escena de Abraham saliendo de su tienda, para contemplar el cielo estrellado, es de una belleza sobrecogedora. Si es de noche mientras lees esto, asómate a la ventana y contempla el cielo. Y si no, asómate al mirador del firmamento, porque la impresión de la enormidad es inevitable. Pues bien, Dios es siempre así: desbordante e inmenso.

         Seducido por su visión, y a pesar de sus dudas y temores, Abraham creyó al Señor. Y ése fue su mérito, y lo que Dios le contó en su haber. ¿Haremos nosotros lo mismo?

Gonzalo Fernández

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         Si recordamos bien, lo 1º que Dios había anunciado a Abraham había sido una tierra, cuando le dijo: "Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, y ve a la tierra que yo te mostraré" (Gn 12, 1). Dios había puesto a Abraham en camino, a un hombre sin descendencia y con mucha ascendencia. De ahí la dureza de la prueba por la que pasó a Abraham, al no tener más que mirar al pasado (caudaloso, y que había dejado) para volver a mirar adelante (estéril, y que se hacía insufrible).

         Pero Dios sólo le había revelado el qué, y no el cuándo, cuando le dijo "la tierra que yo te mostraré". Dios introdujo el futuro en la vida de un hombre que sólo tenía pasado.

         Abraham ya conocía su historia, pero su futuro era como una pared, como un hueco sin fondo, como una imagen de la nada. El tiempo va pasando, y Dios invita a Abraham a mirar a los cielos. Lo confronta con el infinito, le mueve a poner sus ojos (agotados) en el firmamento (sin límites), y le pide una vez más que renueve la danza de las estrellas.

         Agotado ya en el alma, y casi en el cuerpo, Abraham vuelve a preguntar a Dios si ya ha llegado el tiempo esperado, porque la muerte esta cerca y se aprecia un aparente final del camino: la nada.

         Entonces Dios le responde, y le anuncia por n-ésima vez que lo va a colmar de vida. Y Abraham volvió a creer. Vio las estrellas, creyó volver a ver a esa multitud de hijos que un día iba a tener (todos nosotros) y lloró agradecido.

Nelson Medina

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         "Aquel día el Señor hizo alianza con Abraham". La doble promesa que Dios le había hecho (posesión de la tierra y descendencia numerosa) tarda en cumplirse. Dios se la vuelve a hacer, esta vez ya en forma de alianza.

         El gesto con el que se ratifica esta Alianza nos puede parecer extraño, pero era expresivo en la cultura de entonces: se descuartizaban animales, se colocaban en 2 filas y los 2 contrayentes pasaban por en medio ("Dios pasó en forma de fuego"). La intención de todo esto es que, si alguno de los 2 no cumple su palabra, se pide a Dios que le suceda como a estos animales.

         No todo es fácil ni llano en el camino de Abraham. Siente miedo, la duda le tienta ("no me has dado hijos"), tiene que espantar los buitres que bajan sobre los animales muertos, le invade un sueño profundo "y un terror intenso y oscuro cayó sobre él". Pero, una vez más, el patriarca confía plenamente en Dios: "Abraham creyó al Señor y se le contó en su haber".

         En la vida de un creyente no todo son días de sol y de claridad. También a nosotros nos rondan las dudas y el temor e incluso, alguna vez, la noche oscura y el "terror intenso y oscuro". Seguro que podemos decir, mirando a nuestra historia, que algunas veces "el sol se puso y vino la oscuridad". Nos da pena, como a Abraham, ser estériles, que nuestro trabajo no produzca frutos visibles. ¿Quién no quiere tener, de alguna manera, descendientes que continúen nuestra obra o poseer un trozo de tierra?

         Tenemos que mirarnos en el espejo de Abraham. Y de Cristo, que nos da un ejemplo todavía más pleno de confianza en Dios: "A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu". No sólo le tenemos que servir cuando todo es fácil y nos sale bien. También, cuando no vemos el final del túnel. Cuando estamos bien establecidos y nos invitan al éxodo, o cuando, como a Abraham, nos obligan a plantar tiendas de peregrino y levantarlas al cabo de poco. ¿Nos fiamos de Dios? ¿Se puede decir que no sólo creemos en Dios, sino que creemos a Dios?

         A Abraham se le llama patriarca de la fe porque creyó en circunstancias difíciles, cuando las apariencias parecían ir en contra de las 2 promesas que Dios le hacía. Para todos, también para los cristianos, es un ejemplo magnífico de fidelidad a Dios. El salmo responsorial de hoy nos invita a esta actitud: "Alegraos los que buscáis al Señor, recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro. Porque él se acuerda de su alianza eternamente, de la alianza sellada con Abraham".

José Aldazábal

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         El párrafo de hoy supone conocidos los cap. 13 y 14 del Génesis. En ellos Abraham recorría Israel con sus rebaños y su sobrino Lot, bajaba a Egipto, se enriquecía y volvía a subir a Israel (donde participaba en algunas guerras entre reyezuelos). Transcurrido un tiempo, aconteció el suceso aquí narrado, y se establece el compromiso del Señor con Abraham: la Alianza.

         A veces las personas piadosas nos imaginamos que el proceso de la historia de salvación tuvo lugar en circunstancias excepcionales, sustrayendo de la realidad cuotidiana a patriarcas y profetas. Pero eso es un engaño.

         Hoy nos puede servir de ejemplo de Abraham: Salió de Mesopotamia hacia Canaán (como otros pastores que peregrinaban, buscando buenos pastos para sus ganados y seguridad para sus familias), recorrió de norte a sur Israel (como hacían familias enteras de pastores, llevando consigo a sus familias), llegó al Neguev (carente de cosechas y pastos), decidió marchar a Egipto (donde la belleza de su esposa le hizo ganar riquezas, en tierras y ganados) y volvió al Neguev (para que no cayese en la inmoralidad de los egipcios).

         Llegado de nuevo al Neguev, y vistas las dificultades para mantener la economía y la paz entre los pastores (los suyos y los de Lot), decidió Abraham dividir las tierras y los montes de pastoreo, y cada tribu empezó a hacer su vida bajo pacto de no agresión (entre ellos, pero no con el resto de tribus o reinos, en los que muchas veces se implicaron y complicaron la vida, participando en sus contiendas y costumbres).

         En ese contexto, aparentemente excitante pero tan rutinario en la práctica, es donde Dios estaba con Abraham y donde Abraham contaba con Dios. Aunque no lo pareciera, Dios iba bendiciendo a Abraham, y las riquezas de éste se iban multiplicando. Pero ese mismo Dios que le bendecía (económicamente), también le sometía a prueba (espiritual), pues no le concedía descendencia y eso le impedía cumplir lo pactado con Dios.

         Abraham estaba agradeciendo a Dios, y seguía confiando en él. Pero no veía la manera de materializar la alianza con Dios, al no lograr tener un heredero. Y es en ese momento, cuando él no puede ya tenerlo, cuando se dirige suplicante a Dios. No obstante, Dios le vuelve a recordar lo pactado, para que siga esperando con fe: "Tendrás hijos, y serán tantos como las estrellas del cielo o las arenas del mar".

Dominicos de Madrid

b) Mt 7, 15-20