26 de Junio

Lunes XII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 26 junio 2023

a) Gén 12, 1-9

         Durante 3 semanas leeremos la historia de Abraham y de los primeros patriarcas, cuyas bases históricas están sólidamente ancladas en la antigua civilización mesopotámica. Una historia en que sus narradores creyeron conveniente poner de relieve, por encima de todo, los aspectos de su fe.

         Una historia de Abraham (1º creyente monoteísta), y en particular su disponibilidad a la llamada de Dios, que también podrá ser nuestra historia, si así queremos. Porque a través de su vida y relatos también nos habla a nosotros Dios, invitándonos a poner a la escucha nuestra fe. 

         Abraham vivía entonces en Ur, la capital del mundo en el 2.000 a.C. y el lugar donde no sólo residían los reyes caldeos, sino los más antiguos tribunales de justicia y primeros parlamentos políticos de la historia, elaborando las primeras legislaciones sociales y llevando la agricultura al más alto grado de tecnicismo jamás logrado hasta entonces.

         Un día, el Señor le dijo: "Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre". Dios habló a Abraham, probablemente no desde el exterior sino en su corazón. Y Abraham oyó a Dios. Señor, ¿qué me dices hoy a mí? Alguna vez me quejo de no oír tu voz, pero ¿sé escucharte? ¿Estoy dispuesto a hacer lo que tú quieras pedirme?

         Abraham partió, como se lo había dicho el Señor. Y abandonó valientemente la brillante civilización para partir hacia lo desconocido del nomadismo. El creyente es el que responde a Dios, y deja su casa confortable de ciudad (vida civilizada y estable) para vivir, en adelante, "bajo la tienda" y en los desiertos (vida ruda y nómada).

         ¿Cuál es mi respuesta a las invitaciones de Dios? Pero no la de Abraham, sino aquella que he oído yo ante Dios. ¿Qué invitación me ha hecho Dios? Porque Dios no fuerza nunca, sino que, respetando nuestra libertad, "está a la puerta y llama". Y porque podemos abrirle o rechazar su llamada e invitación.

         De campamento en campamento, Abraham llegó al Neguev, desierto al sur de Israel. Una marcha incesante, un itinerario inseguro, un largo camino en búsqueda de Dios. Se trata del prototipo de creyente, que nos habla de: 

-una llamada de Dios, en que Dios invita, tiene la iniciativa y desearía que;
-una respuesta del hombre, en que el hombre dice o no a Dios, y Jesús añadirá hágase.

Noel Quesson

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         Los 11 primeros capítulos del Génesis forman una unidad dedicada al origen del mundo y de los hombres. A partir del cap. 12 empieza el ciclo dedicado a la historia de los grandes patriarcas del pueblo de Israel. Este ciclo comienza con el breve relato de la vocación de Abraham. Cuando se escribió, en pleno período monárquico, el autor yahvista quiso recordar al pueblo 2 cosas: que el Señor seguía prometiendo su bendición y que el pueblo estaba llamado a ser fuente de bendición para todos los pueblos de la tierra.

         En concreto, en el relato de hoy aparece con claridad:

-una exigencia a Abraham, la de salir de su tierra y ponerse en camino;
-una promesa de Dios, la de un gran pueblo y una tierra nueva.

         La promesa resulta atractiva para un hombre del desierto, aunque choque con 2 imponderables: la esterilidad de Sara (mujer de Abraham) y el hecho de que la tierra prometida tenga ya dueño (los cananeos, o antiguos fenicios). Esto crea una gran tensión dramática que acentúa el poder de Dios cuando todo parece indicar que su promesa es absurda.

         A pesar de todo, Abraham se pone en camino, se fía de Dios y cree su palabra. Por eso, aunque nos separen de él 4.000 años, Abraham es un símbolo para cada uno de nosotros.

         Para muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo, lo de Dios es increíble, por absurdo (en el caso de los más racionalistas) o por demasiado bonito para ser cierto (en el caso de los más sentimentales). Jamás empezaremos a ver mientras sigamos arrellanados en el sofá de nuestra comodidad. La promesa de Dios sólo se hace realidad cuando nos ponemos en camino.

Gonzalo Fernández

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         Los primeros 11 cap. del Génesis resultan imposibles de asir por la historia, y no podemos hallar un rastro fiable ni para Adán, ni para Caín, ni para Noé, por decir algo. Lo cual no significa que no haya habido un 1º ser humano (al que podríamos llamar Adán), pero sí que no podamos situarnos arqueológicamente ante "los huesos de Adán".

         En el cap. 12 del Génesis las cosas cambian, y las evidencias arqueológicas introducen a Abraham en el conjunto de la historia universal, alrededor del 1.950 a.C. Unas coordenadas que producen un fuerte impacto cuando leemos las palabras de hoy: Dios ha hablado al hombre. Esto sucedió en un momento determinado (dinastía III de Ur), en un lugar determinado (Ur de Caldea) y a una persona determinada (Abraham, descendiente de la aramea Harán).

         En un mundo como el nuestro, marcado por la movilidad, es difícil hacerse una idea apropiada de lo que implicaban las palabras que Abraham escuchó de Dios. En nuestra época recorremos cientos de km para hacer un negocio, escuchar un concierto, visitar a un amigo, estudiar un postgrado, o simplemente para pasear.

         La tierra, para nosotros los occidentales, es un recurso, casi un recurso más, que puede ser canjeado por dinero, y que de hecho está desconectado de valores culturales o religiosos. Pero para los antiguos semitas la situación era completamente distinta. Su referencia de existencia era su familia, ampliada a la tribu o el clan. Existían como miembros de un país, y eran gobernados dentro de un estado real, pero sus aspiraciones eran prolongar básicamente su entorno familiar, ligado a unas condiciones de vida basadas en la tierra.

         Y esto era así tanto para los sedentarios como para los nómadas, porque ningún nómada era simplemente un vago, ni el nomadismo era un errar sin rumbo. Sino que ese estilo de vida trataba de aprovechar, para la ganadería y para la recolección de frutos, terrenos o pozos que en sí mismos (o por mandato real) no permitían establecerse.

Nelson Medina

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         Los cap. del 1 al 11 del Génesis, que leímos en las semanas V y VI del Tiempo Ordinario, reflexionaban religiosamente sobre el origen del cosmos y del género humano. A partir de ahora, y durante 3 semanas, escucharemos la historia del pueblo predilecto de Dios (Israel), a partir de la vocación de Abraham (cap. 12) y hasta el final de las 12 tribus de Israel (final del Génesis).

         Una historia de Israel, o de sus grandes patriarcas (Abraham, Isaac, Jacob y José), que va a ser contada por el Génesis desde una clave netamente religiosa, a parte de ir intercalando en ella las varias tradiciones (orales, y luego escriturísticas) que se fueron produciendo en su transmisión.

         La lectura de otros libros históricos del AT nos ocupará otras 9 semanas, y en ella se repasará el resto de la historia de Israel, en la que podemos vernos reflejados como herederos legítimos (por Cristo Jesús) e incluso interpelados (por las llamadas, denuncias, ánimos...que Dios nos va a ir lanzando).

         Hoy escuchamos el relato de la vocación de Abraham, tenida lugar en su tierra de Ur de Caldea, pueblo de cultura bastante avanzada (con buenas técnicas de trabajo y una buena legislación social) pero corrompido a nivel de religión politeísta nacional.

         Dios ha decidido formar un pueblo según su corazón, en medio de ese mundo pagano, para que conserve la religión monoteísta y atraiga la bendición sobre toda la humanidad. Para ello, Dios se fija en Abraham, un hombre mayor ya, que parecería que tiene derecho a un descanso. Pero la orden es "sal de tu tierra". Tal vez esté relacionada esta salida con alguno de los fenómenos, que también existían entonces, de migraciones colectivas de pueblos buscando mejores condiciones de vida.

         Abraham responde con decisión, fiándose de lo que entiende como voz de Dios. Junto con su familia y sus posesiones, abandona Caldea y emprende el camino que Dios le indica, "sin saber a dónde iba" (Hb 1, 8). Está abierto al futuro, y no se apaga al pasado. Y tiene mérito, porque Dios le promete 2 cosas difíciles de creer: que le hará padre de un gran pueblo (siendo él ya mayor, y su esposa estéril) y que le dará en posesión la tierra que le mostrará (utopía total, al estar bajo gobierno de los caldeos).

         No es de extrañar que Abraham sea, tanto para los judíos como para los musulmanes y los cristianos, el prototipo del que creyó en Dios, en medio de dificultades sin cuento.

         Abraham se puede considerar como el representante de todas las personas a las que les ha tocado peregrinar, abandonando seguridades y lanzándose a aventuras en el servicio de Dios. Pero también, de los jóvenes que han dejado de ser niños y se enfrentan a la aventura de la vida. A todos nos toca alguna vez emprender nuevos caminos: "Sal de tu tierra".

         El salmo responsorial no va sólo por Abraham, sino que va por todos nosotros, que nos sentimos llamados por Dios y ponemos nuestra confianza en él: "Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad. Nosotros aguardamos al Señor, y él es nuestro auxilio y escudo".

José Aldazábal

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         Hoy la liturgia nos presenta a uno de esos corazones nobles, llamado Abraham, que vivía en familia, pastoreaba su rebaño, cultivaba algunos campos (en la ribera del Eufrates), se interrogaba sobre sí mismo y miraba al cielo, fascinado por las estrellas.

         Un atardecer, ese hombre bueno y noble, justo y solidario, creyó escuchar una voz que le decía: "Abraham, quiero hacer de ti un gran pueblo, y te bendeciré. Pero sal de tu tierra y ponte en camino, porque yo estaré contigo".

         Abraham, sorprendido y algo asustado, creyó. Y puesto en manos de Dios, dio comienzo a una obra e historia que es nuestra historia de salvación. Así acontecía casi 2.000 años a.C, en los campos de Ur de Mesopotamia, punto de partida de un camino que llevaba a Canaán (Israel).

         El relato de hoy fue una composición oral que los hebreos se fueron comunicando de generación en generación, y que marca el inicio de su historia a partir de un gesto de elección divina. Por pura gratuidad eligió Dios a Abraham y su descendencia como vehículo para mostrar su amor inagotable a los hombres, hasta el extremo de enviar a su Hijo. Al recordarlo en la 1ª lectura, la Iglesia nos encarece la actitud de fe ante Dios y la confianza ante su mensaje salvífico, pues sin actitud creyente (desde lo hondo del corazón) no hay vida en el Espíritu.

         En el libro del Génesis, a partir del cap. 12, la historia religiosa de la creación deja su puesto a la historia de la salvación del hombre, por medio del llamamiento de Abraham y la constitución de su descendencia en pueblo elegido. El mismo Dios que nos creó por amor, poniéndonos en el mundo como conciencias pensantes y libres, es el Padre que ahora proyecta un plan de recreación para sacarnos de la esclavitud del pecado a la que nos entregamos por innumerables infidelidades. En ese camino Abraham es, por su actitud de fe y al ponerse en manos de Dios, el 1º eslabón de una cadena de hijos predilectos.

Dominicos de Madrid

b) Mt 7, 1-5