29 de Junio

Jueves XII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 29 junio 2023

a) Gén 16, 1-12.15-16

         Leemos hoy un episodio de la vida de Abraham que parecerá quizá chocante a muchos de nosotros, occidentales. Este episodio es de capital importancia; permite, en efecto, relacionar el mundo musulmán (Islam = Ismael) con la Alianza y con la fe monoteísta de Abraham. De modo que, una vez más, un texto, aparentemente lejano (y casi arqueológico) se revela como de flagrante actualidad: la trágica envidia de Sara y Agar continúa en pleno s. XX.

         Sara dio en maltratar a su sirvienta Agar (que estaba encinta) y ésta huyó de su presencia. Podemos imaginarnos esas escenas penosas, aunque resulten desagradables. La poligamia, admitida entonces, no es ciertamente una solución ideal. La 1ª mujer (Sara) no acepta quedar rebajada ante la 2ª (Agar) cuando ésta le anuncia que por fin dará un hijo a Abraham. De ahí surgen las palabras duras, los golpes y la huida hacia el desierto.

         El ángel del Señor la encontró junto a una fuente que hay en el desierto, camino del Sur. Y el diálogo que se inicia entre ambos está lleno de bondad. Dios mismo, por medio de su mensajero, trata de arreglar las cosas: "Retorna donde tu ama y muéstrate sumisa. Estás encinta, darás a luz a un hijo y le darás por nombre Ismael". Agar dio a luz un hijo a Abraham, y Abraham le puso por nombre Ismael.

         Abraham busca a Dios a través de las costumbres de su tiempo. Pero, no es siempre fácil hallar la voluntad de Dios. Abraham por un momento creyó que ese hijo sería el cumplimiento de la promesa. Pero no fue así. De error en error, de sufrimiento en sufrimiento avanza hacia la realización de lo que Dios le ha prometido. Señor, me atrevo a pedirte que mis titubeos y mis errores sirvan a tu designio. Dios escribe recto en líneas torcidas, afortunadamente.

Noel Quesson

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         Dentro del actual contexto patriarcal, la función de esta historia de Agar, en su mayor parte de tradición yahvista (la de Gn 21 es elohísta), consiste sobre todo en presentarnos dramáticamente la demora angustiosa, e incluso el aparente fracaso, de la promesa divina que preveía una descendencia para la esterilidad de Sara. Dios mismo, según las ideas del tiempo, la había privado de hijos.

         En estas circunstancias tan penosas, mucho más en el contexto de entonces, la única salida, considerada en aquel tiempo como válida, era la que escogió Sara para no dejar a Abraham sin primogenitura. La esclava egipcia Agar se convertiría en la concubina de su marido, y el hijo que naciera de esta unión sería considerado como hijo de ella misma, recibiéndolo ella simbólicamente "sobre sus rodillas" (Gn 30, 3.9) cuando naciera.

         Sin embargo, las soluciones humanas no hacen con frecuencia sino agravar los problemas: Agar, viendo que había concebido, miraba con desprecio a su señora. Esta, ofendida, recurrió al arbitraje de su marido. El Código de Hammurabi establecía que una criada que pretendiese equipararse a su dueña fuese degradada a la categoría de esclava. Abraham optó por entregar a Agar en manos de su esposa.

         Huyendo de la ira desbordada de Sara y dirigiéndose hacia su Egipto natal, Agar tuvo en el desierto, junto a un pozo, la visión del ángel de Yahveh (una forma de aparición de Dios mismo), que la exhortó al retorno y a la docilidad (v.9). Además, le promete una descendencia numerosa y le anuncia el nacimiento del hijo que lleva en sus entrañas y el nombre que le ha de poner, que expresará la peculiaridad del hombre del desierto, libre y rudo, amigo de contiendas y discordias, que le acredita como el beduino por excelencia.

         El mejor significado de El Roi es "él me ve". En cualquier caso, la teofanía justifica la fundación de un santuario de este nombre (el lugar es imposible de localizar). La conclusión (vv.15-16), así como el v. 3, pertenecen a la tradición sacerdotal.

         En este relato destacan la duda y la poca fe en el cumplimiento de las promesas, el recurso (en el momento de apuro) a los medios puramente humanos, que complican las relaciones interpersonales, la protección divina del hijo de Agar a pesar de no ser el hijo de la promesa y pese a su carácter salvaje y belicoso.

         Todos estos aspectos nos interpelan fuertemente, más allá de la anécdota antigua, y conservan una indiscutible vigencia ahora y siempre. Todo podría resumirse así: hay que dejarse guiar por Dios, providente y fiel, que se cuida de todos y no desampara a nadie.

Josep Mas

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         Hay muchas cosas extrañas en el relato de la 1ª lectura de hoy: Sara diciéndole al esposo que tenga un hijo con la criada Agar, la criada Agar burlándose de su señora, Agar escapando de los malos tratos, el ángel diciendo a Agar que vuelva al servicio de la señora, y un hijo (Ismael) que es inocente de todo pero que llevará una vida marcada por conflictos. ¿Qué sentido hay en todo esto?

         Tal vez descubrir que no hay mucho sentido sea ya un buen descubrimiento. Si miramos qué criterios se dan en esta cadena de hechos absurdos, vemos que, quitando la indicación del ángel, todo lo demás es puro razonar "según la carne," como diría San Pablo.

         Es la carne la que quiere ayudar a Dios a que cumpla sus promesas, y de ahí sale la idea que Sara tiene de que su esposo embarace a la criada. Es la carne, en forma de satisfacción del bien natural logrado, lo que hace que Agar se vuelva en desprecio hacia su señora. Es la carne, en forma de envidia e impaciencia, la que hace que Sara maltrate a Agar, y es de nuevo la carne la que lleva a Agar a huir al desierto, sin tener ni sustento ni dirección ni esperanza ninguna.

         O sea, que sí hay algo que aprendemos de todo esto, y es lo que dijo Pablo: "El que siembra en la carne, de la carne cosechará corrupción" (Gál 6, 8). De hecho, lo que Dios había prometido no se cumplirá a través de Ismael sino del que es llamado "hijo de la promesa" (Isaac).

Nelson Medina

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         Al ver que tardaba en cumplirse lo que Dios les había prometido (la descendencia), Abraham y Sara recurren a un procedimiento admitido en la época: tener un hijo con la esclava (Agar).

         Lo que sigue pertenece a esas escenas familiares que se van repitiendo en todos los tiempos: la esclava se envalentona ante su ama, quiere que su hijo sea reconocido como suyo, Sara se deja comer por los celos y la expulsa, el padre tiene que permitirlo, aunque quiere a Agar y al hijo que va a tener. Dios sigue llevando adelante su programa de salvación, también a través de estas miserias humanas.

         El hijo que Abraham tiene de la esclava será el padre de los ismaelitas (o agarenos, nómadas beduinos). Por tanto, también los árabes le tienen a Abraham por patriarca. Su hijo Ismael para los árabes y el hijo que vendrá después (Isaac, para los judíos) son cabeza de una doble descendencia numerosísima. Visto así, parecería que judíos y árabes, por su común origen, están condenados a entenderse. Y nosotros, los cristianos, con los dos.

         Tendríamos que saber reconocer los caminos de Dios también en direcciones que nos parecen sorprendentes. Porque él es siempre original y escapa a nuestros cálculos.

         El hijo de la esclava parece no tener lugar en la historia de la salvación, pero también a él le alcanza el amor de Dios: se llama Ismael (lit. Dios escucha). El ángel le dice a la desconsolada Agar: "Haré tu descendencia tan numerosa, que no se podrá contar. Porque el Señor ha escuchado tu aflicción". Nadie tiene el monopolio de la gracia de Dios y de la salvación, ni siquiera el pueblo elegido del AT ni la Iglesia en el NT. Dios ama también a los que nosotros consideramos que están fuera. Recordemos lo que dijo el Concilio Vaticano II (Nostra Aetate, 3):

"La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios vivo y subsistente, misericordioso y omnipotente, a cuyos ocultos designios procuran someterse por entero, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica se refiere de buen grado. Si bien en el transcurso de los siglos han surgido no pocas disensiones y enemistades entre cristianos y musulmanes, el concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, ejerzan sinceramente la comprensión mutua".

         Las 3 grandes religiones monoteístas (cristianismo, judaísmo, Islam) tenemos un común punto de referencia en Abraham y su fidelidad a Dios. Lástima que no nos conozcamos ni estemos reconciliados. El que Dios ame también a Ismael nos debería enseñar a tener un corazón más universal y ecuménico para con las personas que no son de nuestra raza, de nuestra edad y cultura.

José Aldazábal

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         En los cap. 16, 17 y 21 del Génesis se narran las amarguras de Sara y Abraham por no tener hijos y por tener que recurrir a la licencia de desposar a Agar para que le diera un hijo (Ismael). Así como se cuenta la alegría de fecundidad de Sara que engendra a Isaac, el hijo de sus entrañas, heredero de las promesas y de la Alianza.

         Pero en ese contexto, hay que resaltar la amarga historia subsiguiente de Agar, mujer y sierva que tiene que emigrar con su hijo Ismael por el desierto, despedida por los celos de Sara contra Agar a Ismael. Tiempos duros eran aquellos.

         Vemos, sobre todo, 2 cosas: 1ª la generosidad de Sara para que Abraham tenga descendencia, incluso accediendo a que la esclava ocupe su lugar; y 2ª la decepción por no haber previsto que quien da vida e hijos reclamará poder y gloria. Menos mal que Dios es bueno, y puede dar nueva gracia a Sara para poder ser madre.

         ¿Seremos nosotros, en ocasiones al menos, tan poco sensibles como lo fueron nuestros lejanos antepasados en esta historia? Hagamos que nuestras actitudes, culturas y formas de convivencia, sean de verdad acogedoras. En el último párrafo hemos celebrado el gozo de Abraham y Sara por su hijo Isaac. Pero nos pareció muy dura la suerte de Agar e Ismael, marginados en el desierto, bajo la sola providencia de Dios. ¿Alargaríamos nosotros la mano para acoger a esos 2 marginados en el desierto?

Dominicos de Madrid

b) Mt 7, 21-29