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Cipriano
de Cartago (200-258) fue uno de los primeros
padres de Occidente, así como un pastor caritativo y prudente y un
gobernante enérgico y fiel. Su obra escrita alcanzó una gran difusión después
de su
martirio, con el que confirmó su fe y virtud. Vida. Cecilio
Cipriano
Tascio nació en Cartago según el testimonio del diácono cartaginés Poncio (Cartas,
LXXXI, 1), en una casa ajardinada desde la que ejerció de retor de
la ciudad, antes de su conversión (Jerónimo, Comentarios de Juan,
III, 6). Como hijo de
familia pudiente y pagana de la burguesía ciudadana, Cipriano se educó en los estudios superiores de la época
(Jerónimo, Varones Ilustres, LXVII), y después ejerció las funciones de abogado en Cartago
(Cipriano, Donato, II). En medio de sus tareas
magisteriales, y disgustado por la inmoralidad pública
y privada, se sintió atraído al cristianismo, iniciando una transformación
interior (Donato, VI-XVI). Su maestro y guía espiritual fue el presbítero
Cecilio, con el cual hizo voto de continencia, distribuyó sus bienes entre los
pobres y renunció a la literatura profana. Hacia el
248 muere el obispo Donato de Cartago, y Cipriano fue elegido para reemplazarle
"por el juicio de Dios y con el aplauso del pueblo" (Poncio, Vida
de Cipriano, V), a excepción de 5 presbíteros
que más tarde se declararían cismáticos. Su
episcopado
estuvo casi siempre enfrascado en el caso de los lapsi (apóstatas
surgidos durante la persecución de Decio, desde el 249),
el cisma de presbíteros propios (Novato y Felicísimo) y ajenos (Caldonio y
Herculano) y el bautismo de los herejes (para lo que convocó los
Concilios II, III y IV de Cartago, del 251, 254 y 256), siendo como era
Cartago la sede principal y primada del Africa
occidental.
Por consulta que le hacen, interviene Cipriano en el asunto de Basilides y
Marcial, obispos libeláticos de la Hispania (Cartas, LXVII). A principios del 256, y
con motivo del re-bautismo aprobado por Cipriano, la disputa entre Roma y Africa
estuvo al filo de la ruptura, aunque
la persecución de Valeriano (ca. 257) frenó las controversias y Cipriano tuvo
tiempo de reafirmar su fe, dando su sangre por Cristo y la unidad eclesial
al grito de "Bendito
sea Dios" (ca. 258). Obras.
Tres catálogos antiguos nos dan las obras auténticas de
Cipriano: el Vida de Cipriano de Poncio (cap. VII), el Vida de
Cipriano de Cheltenham (ca. 359) y el sermón Nacimiento de
Cipriano de San Agustín, resultando en total los 13 tratados de:
Sobre los Idolos, Testimonios
(en 3 libros, el 1º contra los judíos, el 2º sobre Jesucristo y el 3º
sobre la vida cristiana), Donato,
Sobre las Vírgenes, Unidad de la Iglesia, Contra los Apóstatas,
Padrenuestro, Buenas Obras y Limosna,
Sobre la Peste, Demetriano, Sobre la Paciencia, Sobre
los Celos y Envidia y Exhortación al Martirio que dirige a
Fortunato. Pero
es en sus
cartas donde se refleja más plenamente la actividad pastoral de Cipriano,
aparte de ser la
parte más viva de sus escritos. Este corpus, que abarca
81 piezas, y que ofrece tanto asuntos privados como públicos y oficiales,
pueden dividirse en: -6
cartas sinodales, provenientes de los concilios de aquel tiempo (cartas 57,
61, 64, 67, 70, 72);
-16 cartas de
personajes contemporáneos;
-59
cartas de valor histórico, sobre sucesos
de la sociedad, vida y liturgia cristiana, o instituciones imperiales. Naturaleza
eclesial. A Cipriano le obsesiona el pensamiento de la
unidad de la Iglesia. Esta es única, como única era la túnica inconsútil de
Cristo. Es madre única, fuera de la cual nadie tiene vida. Siendo tal el carácter
fundamental de la Iglesia, se oponen a ella el hereje y el cismático (Unidad
de Iglesia, III), a los que no sirve ni el martirio fuera de la Iglesia
(Unidad de Iglesia, XIV). Ésta es
en su totalidad como una red de comunidades distintas e iguales en derechos e
independientes en su administración, pero ligadas por un vínculo moral y
espiritual, que se manifiesta en la concordia de los obispos en la fe y en la
caridad (Cartas, LXVI). Colegialidad episcopal. Por
dicho vínculo y concordia, los obispos de toda la Iglesia o de una región
forman un collegium (Cartas, LV, 1), y ellos son collegae
(Cartas, IX, 1) y coepiscopi (Cartas, XLVIII, 2; LV,
24), términos que introduce por primera vez Cipriano, aunque los dos
primeros recojan un sentido más espiritual y teológico que jurídico. Por ser
un collegium todos los obispos forman un solo cuerpo episcopal, del que cada uno participa
in solidum (Unidad de Iglesia, V). Primado
romano. Sobre esta
grave cuestión debe considerarse lo que enseñó y lo que practicó Cipriano. Por una
parte está convencido Cipriano de que todos los obispos son iguales en derechos, y sólo
a Dios han de dar cuenta de su administración (Cartas, LV, 21; LIX,14).
Por otra parte, reconoce cierta preeminencia a la Iglesia de Roma y a su obispo, porque está
fundada sobre Pedro (Cartas, LIX), y habla de Pedro como
fundamento de la unidad (Unidad de Iglesia, IV). Su manera de obrar a este respecto se mostró en la
controversia frente al papa Esteban, cuya actitud imperativa combatió; se
apoyaba en que Cristo, al dirigirse a Pedro, se refería solamente a la unidad
de la Iglesia, y en que el poder de Pedro se dio también a los apóstoles, y de
éstos pasó a los obispos (Unidad de Iglesia, IV-V). Parece, por tanto, que
Cipriano reconocía al
obispo de Roma una preeminencia moral y aun doctrinal, pero sólo limitadamente
de jurisdicción. Bautismo. Del conferido por
los herejes, ya se sabe por la controversia de los re-bautizantes que lo
considera inválido. En lo referente al bautismo de niños, difiere de su maestro
Tertuliano, pues quiere que se les administre cuanto antes, y reprueba la
costumbre de esperar ocho días después del nacimiento (Cartas, LXIV, 2). En
lo referente al
bautismo de sangre por el martirio, Cipriano lo considera superior al bautismo de agua
(Cartas, LXXIII, 21), y admite que aun los catecúmenos que mueren por la fe, no quedan sin
los efectos del sacramento, pues son bautizados en su sangre (Cartas,
LXXIII, 22). Eucaristía. La mayor
aportación de Cipriano a la explicación del dogma eucarístico está contenida en la
Carta 63 (al obispo Cecilio), de importancia excepcional para la doctrina sobre el
sacrificio del vino en el cáliz, sobre la presencia real de Cristo en el cáliz,
sobre el sacrificio de la eucaristía como reproducción del de la pasión.
Afirma en dicha carta (Cartas, II, 1) que "no puede comprenderse que su sangre por la que
nos redimió y vivificó esté en el cáliz, si no hay en él vino, que se
muestra como sangre de Cristo". La
eucaristía es para Cipriano la reproducción de la Cena
del Señor, pues "si el mismo Jesucristo es el sumo sacerdote de Dios Padre,
y se ofreció a sí mismo en sacrificio al Padre, ciertamente hace las veces
de Cristo el sacerdote que imita lo que Cristo hizo, y ofrece un auténtico y
pleno sacrificio cuando ofrece conforme a lo que Cristo ofreció". Virginidad.
En la historia de la Virginidad cristiana Cipriano da un impulso y señala un avance
en su espiritualidad y doctrina. Prueba evidente de la importancia que le da es
que le dedica un tratado, con el que inaugura en la literatura latina cristiana
los tratados- sobre las vírgenes consagradas. Como principio establece
(Vírgenes, XXIII) que la virginidad es más perfecta que el matrimonio, aunque es solamente
consejo del Señor; pues de entre las moradas del cielo las vírgenes solicitan
las mejores, y "cercenando los deseos de la carne" logran en el cielo las
mayores recompensas. Por lo mismo, les corresponde practicar mayor santidad y
virtud. Para frenar las concupiscencias y preservar éstas han de tomarse
cautelas. Son ajenos a las Vírgenes los convites de bodas, el lujo y la
ostentación, el despilfarro de riquezas, los atavíos y adornos, que desfiguran
la obra e imagen de Dios (Vírgenes, XVI y XVII). Como medio positivo y eficaz para
fomentar tan alta virtud, propone la disciplina, es decir, la instrucción y
lecciones de la Escritura (Vírgenes, I y II). Como pastor,
Cipriano corrige también los abusos de
la cohabitación de las vírgenes subintroductae en la carta 4 (a
Pomponio), y
como padre, se goza en las flores más lozanas y en las joyas más brillantes de
la Iglesia, que son las vírgenes consagradas, elevando un magnífico y
arrebatado canto a la virginidad (cap. 3). Purgatorio.
En Cipriano, como en Tertuliano, sin usar la palabra
purgatorio, está implícita en
el fondo la cosa y la idea; hay que deducirla por contraposición.
También
dice Cipriano
del martirio que es superior al
bautismo de agua en
gracia, en eficacia y en honor, ya
que es "un bautismo que nos une a Dios en el
instante de partir de este mundo"
(Fortunato, pref, 4). Luego hay
otros
mundos, que no se unen en seguida a
Dios al morir. Es
lo que dice en una de sus cartas:
"Una cosa es purificarse de
los pecados por el tormento de largos dolores y parar largo tiempo por el fuego,
y otra haber purgado todos los pecados por el martirio; una, estar pendiente en
el día del juicio de la sentencia del Señor, y otra ser coronado en seguida
por el Señor"
(Cartas, LV, 20). Ver
aquí sus Cartas ( ),
Testimonios ( ,
,
y ),
Unidad Eclesial ( ),
Padrenuestro ( ),
Martirio ( ),
Muerte ( ),
Donato ( ),
Apóstatas ( ),
Idolos ( ),
Peste ( )
y Concilio de Cartago ( ),
así como sus tratados sobre la Envidia ( ),
Paciencia ( ),
Lismona ( )
y Virginidad ( ).
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