SAN BERNARDO
Sermones de Cuaresma

SERMÓN I
SOBRE LA VIDA CRISTIANA

I

1. Tengo muy en cuenta, hermanos, y no sin un gran sentimiento de conmiseración, vuestro esfuerzo cuaresmal. Me pregunto con qué consuelo podría aliviaros y se me ocurre mitigaros la penitencia corporal. Pero no os serviría para nada. Al contrario, podría perjudicaros mucho. Si se desperdicia un poco de simiente, siempre se cosecha menos. Y si por una compasión cruel rebajase vuestras mortificaciones, el premio de vuestra corona perdería sus mejores joyas. ¿Qué procede entonces? ¿Dónde encontraremos la flor de harina del profeta? Porque la olla sabe a veneno y estamos a la muerte todo el día por el rigor de los ayunos, el trabajo tan asiduo y las prolongadas vigilias. Todo esto unido al combate interior: la contrición del corazón Y las frecuentes tentaciones.

2. Mortificaos, sí, pero por aquel que murió por vosotros. Pues, si rebosan sobre nosotros los sufrimientos de Cristo, gracias a él rebosa, en proporción, nuestro ánimo. Por eso, él es la delicia de quien rehúsa hallar consuelo en otras cosas, ya que en las más amargas contradicciones podrá encontrar gran consolación. ¿O no es cierto que vosotros sufrís por encima de la posibilidad humana, más allá de la capacidad natural y contra todo lo que puede el común de los mortales? Por tanto alguien tiene que llevar sobre sí todo ese peso; me refiero al que sostiene el universo entero con la Palabra de su poder.

3. Por esta razón, se vuelve contra el enemigo su propia espada, ya que las grandes tribulaciones con las que nos prueba se convierten en el mejor instrumento para vencer las tentaciones y en la señal más segura de la presencia divina. ¿Qué podemos temer, si está con nosotros el que sostiene el universo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo. ¿Quién es el que aguanta la mole de la tierra? ¿En quién se apoya el universo? Suponiendo que exista otro que mantenga a los demás seres, él, ¿por quién subsiste? Unicamente la palabra de su poder lo sostiene todo. La palabra del Señor hizo el cielo y la tierra, y el aliento de su oca, todos sus ejércitos.

II

1. Por eso, para que encontréis vuestro consuelo en esa Palabra de Dios, especialmente estos días en los que por muchas razones será mayor vuestro esfuerzo, como lo espero, no os vendrá mal que os exponga algo sobre las Escrituras santas, tal como algunos de vosotros me lo habéis pedido. Con este fin, vamos a elegir precisamente aquel salmo al que recurrió el enemigo para tentar al Señor; así neutralizaremos las armas del maligno con los mismos instrumentos que él pretendió usurpar.

2. Por otra parte, hermanos, quiero que sepáis una cosa: claramente imitan al enemigo cuantos manipulan indignamente las Escrituras santas y reprimen con mentiras la verdad de Dios, como a veces hacen algunos. Guardaos de ello, amadísimos, que es algo diabólico. Quienes así proceden se ponen descaradamente de arte del maligno, maquinando alterar, para su propia ruina, as Escrituras de salvación. Pero no quiero detenerme ahora en este punto. Me parece suficiente esta breve alusión. Y ya, con la gracia de Dios, intentaré empezar a exponer y aclarar algunos aspectos del salmo que hemos escogido.

SERMÓN II
SOBRE LA VIDA EN DIOS

I

1. Podremos deducir mejor quién es el que habita al amparo del Altísimo fijándonos en los que no se acogen a él. Entre ellos encontrarás tres clases de personas : las que no esperan nada de él, las que desesperan y as que esperan en vano. Efectivamente, no habita bajo el amparo del Altísimo el que no recurre a él para que le ayude, porque confía en su propio poder y en sus muchas riquezas. Se ha hecho sordo al consejo del Profeta: Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca. Solamente ansía los bienes materiales, por eso envidia a los malvados al verles prosperar; se aleja del socorro de Dios porque cree que no lo necesita para sus objetivos. Mas ¿para qué ocuparnos de los que no conviven con nosotros? Pues me temo, hermanos, que también entre nosotros pueda haber alguno que no habite al amparo del Altísimo, porque se fía de su poder y de sus muchas riquezas.

2. Es muy posible que alguien se tenga por muy fervoroso porque se entrega denodadamente a las vigilias, ayunos, trabajos y demás observancias, hasta llegar a creer que ha acumulado durante largos años muchos méritos. Y por fiarse de eso ha aflojado en el temor de Dios. Tal vez por su seguridad perniciosa se desvía insensiblemente hacia la ociosidad y las curiosidades: murmura, difama y juzga a los demás. Si realmente habitase al amparo del Altísimo, se fijaría sinceramente en si mismo y temería ofender a quien debería recurrir, reconociendo que todavía lo necesita mucho. Tanto más debería temer a Dios y ser más diligente cuanto mayores son los dones que de él ha recibido, pues todo lo que poseemos por él no podemos tenerlo o conservarlo sin.

3. Porque suele suceder, y no lo decimos ni lo constatamos sin gran dolor, que algunos, al principio de su conversión, son muy timoratos y diligentes hasta que se inician, en cierto grado, en la vida monástica. Y precisamente cuando deberían ser mayores sus anhelos, según aquellas palabras: los que me comen quedarán con hambre de mí, empiezan a comportarse como si se dijeran: ¿para qué vamos a entregarle más, si ya tenemos lo que nos prometió? ¡Si supieras lo poco que posees todavía y qué pronto lo podrías perder, de no conservártelo el que te lo dio! Solamente estas dos razones deberían bastárnos para ser mucho más celosos y sumisos a Dios. Así no perteneceremos a ese tipo de personas que no habitan al amparo del Altísimo, porque piensan que no lo necesitan: son los que no esperan en el Señor.

II

1. Hay otros que, además, desesperan. Obsesionados por su propia debilidad , desfallecen y se hunden en el desaliento de su espíritu. E instalados en sí mismos, dando siempre vueltas a sus fragilidades, se sienten impelidos a desahogarse caprichosamente de todas sus penas. Y es que, cuando vives en tensión, impera la imaginación. No habitan al amparo del Altísimo; ni siquiera le han conocido y son incapaces de reaccionar para pensar en él alguna vez.

2. Otros esperan en el Señor, pero inútilmente, se sienten tan seducidos por las caricias de su misericordia, que nunca se enmiendan e sus pecados. Semejante esperanza es totalmente vacía y engañosa; carece de amor. Contra ellos reacciona el Profeta: Maldito el que peca en la esperanza. Y otro dice: El Señor aprecia a los que le temen y esperan en su misericordia. Dice que esperan, pero expresamente antepone: los que le temen, ya que espera en vano el que aleja de sí la gracia despreciándola, porque así aniquila a la esperanza.

III

1. Ninguno de estos tres grupos habita al amparo del Altísimo. El primero, porque se instala en sus propios méritos; el segundo, en los sufrimientos, y el tercero, en los vicios. Este último se ha cobijado bajo la inmundicia; el segundo, en la ansiedad, Y el primero, en la temeraria necedad. ¿Habrá torpeza mayor que meterse a vivir en una casa apenas comenzada su edificación? ¿O piensas que a has acabado la tuya? No. Cuando el hombre cree haber llegado a la meta, entonces empieza a caminar. El edificio levantado por los que se fían de sus méritos es peligroso, porque amenaza ruina, y será mejor apuntalarlo y consolidarlo que vivir en él. ¿No es frágil e insegura la vida presente? Todo cuanto de ella depende, corre necesariamente el mismo riesgo. ¿Y quién puede considerar sólido lo que se levanta sobre cimientos movedizos? Es peligroso pues, refugiarse bajo la esperanza de los méritos propios; peligroso, porque se desmorona.

2. Y los que, cavilando en sus propias debilidades, se deprimen bajo la desesperación, habitan en la ansiedad y en los tormentos interiores, como hemos dicho. Porque soportan un sufrimiento que los consume día y noche. Y encima se atormentan todavía más, angustiándose por lo que todavía no les ha sobrevenido. A cada día le bastan sus disgustos, pero ellos se hunden pensando en cosas que quizá nunca les van a suceder.

3. ¿Puede imaginarse infierno más insostenible que semejante tortura? Oprimidos por estas ansiedades, tampoco se alimentan con el pan celestial. Estos son los que no habitan al amparo del Altísimo, porque han perdido la esperanza. Los primeros no le buscan, porque piensan que ellos no le necesitan para nada. Los últimos se alejan de él, porque desean el auxilio de Dio", pero de tal manera que no pueden conseguirlo. Sólo habitan al amparo del Altísimo los que desean alcanzarlo efectivamente, porque su único espanto es perderlo y no tienen otro deseo que les absorba y preocupe tanto. Precisamente en esto consiste la piedad y el verdadero culto a Dios. Es verdaderamente dichoso el que de tal manera habita al amparo del Altísima, que morará ajo la protección del Dios del cielo. ¿Podrá hacerle daño criatura alguna que exista bajo el cielo a quien ese Dios del cielo quiere protegerlo y conservarlo? Debajo del cielo están los espíritus malignos, este perverso mundo presente y los bajos instintos opuestos al Espíritu.

IV

1. Con gran acierto dice el salmo: Bajo la protección del Dios del cielo, pues el que merezca gozar de su protección puede excluir todo temor a cuanto existe bajo el cielo. Posiblemente, esta frase está subordinada al verso siguiente del salmo: El que habita al amparo del Altísimo morará bajo la protección del Dios del cielo. Dirá al Señor: "Refugio mío". En ese caso, las palabras morará bajo la protección del Dios del cielo podrían ser una consecuencia de la frase anterior: El que habita al amparo del Altísimo. E incluso al añadir esto, el texto esté indicándonos que debemos buscar no sólo su amparo para obrar el bien, sino además su protección para librarnos del mal.

2. Pero fíjate que dice bajo la protección y no en la presencia. Es el ángel quien se goza en su presencia. ¡Ojalá yo pudiera morar bajo su protección! El es dichoso en su presencia. Yo me contento con vivir seguro bajo su protección! Del Dios del cielo, nos dice. Aun que no dudamos que Dios está en todas partes, en el cielo está e tal manera que, si lo comparamos con su presencia en la tierra, ésta nos parece más bien una ausencia. Por eso decimos cuando oramos: Padre nuestro, que estás en los cielos.

3. También el alma está en todo el cuerpo, pero de una manera más noble y especial reside en la cabeza, donde se asientan todos los sentidos. En los restantes miembros actúa casi exclusivamente a través del tacto. Por eso parece como si no habitase en ellos, sino que más bien los gobierna. Si nos ponemos a pensar en la presencia que gozan los ángeles, podemos concluir que nosotros logramos precariamente en esta vida la protección de Dios de alguna manera y ni siquiera sabemos cómo llamarla. Pero, con todo, feliz el alma que llega a merecerla, porque dirá al Señor: "Tú eres mi refugio". Pero dejémoslo para el segundo sermón.

SERMÓN III
SOBRE LA CONFIANZA EN DIOS

I

1. El que habita al amparo del Altísimo dirá al Señor: Refugio mío alcázar mío Dios mío confío en ti . Lo dirá en acción de gracias, alabando la misericordia del Señor, que nos presta una doble asistencia. Primero, porque todo el que habita bajo su amparo, por no haber llegado todavía al reino, siente con frecuencia la necesidad de huir y a veces cae. Insisto en que se impone la huida frente a la tentación que nos persigue, mientras sea este cuerpo nuestro domicilio. Si no huimos a toda prisa, a veces, como bien sabemos, nos empujan y derriban; pero el Señor nos sostiene. De suerte que él mismo nos acoge como refugio, y así, veloces, podemos evadirnos del que lanza a los indolentes piedras contaminadas de toda inmundicia y nos libramos de ser apedreados tan indignamente.

2. En segundo lugar, porque es nuestro amparo incluso cuando caemos y no nos estrellamos, pues él mismo nos sostiene con tu mano. Por eso, en cuanto advirtamos en el pensamiento la violencia de la tentación, huyamos inmediatamente hacia él pidámosle con humildad su auxilio. Si acaso nos quedamos preocupados, como a veces nos ocurre, por habernos demorado más de lo conveniente en recurrir a él, hagamos todo lo posible para que nos sostenga la mano del Señor. Todos hemos de caer mientras vivamos en este mundo. Pero unos se hacer daño y otros no: porque Dios los sostiene con su mano. ¿Cómo podremos discernir o para ser capaces de separar los cabritos de los corderos y los justos de los pecadores, a ejemplo del Señor? Pues también el justo cae siete veces.

II

1. Esta es la diferencia entre unas caídas y otras: el justo es acogido por el Señor y se levanta con más fuerzas. Pero, cuando cae el pecador, no se apoya para levantarse, y vuelve a recaer o en la vergüenza perniciosa o en la insolencia. Porque pretende excusarse de lo que ha hecho, y este falso pudor le conduce más al pecado. O como ramera desfachatada, no teme ya a Dios ni respeta a nadie, e, igual que Sodoma, hace públicos sus pecados. El justo, en cambio, cae sobre las manos del Señor, y misteriosamente, el mismo pecado contribuye a su mayor santidad.

2. Sabemos que con los que aman a Dios, él coopera en todo parA su bien. ¿No redundan nuestras caídas en el bien, haciéndonos más humildes y cautos? ¿No es el Señor quien sostiene al que cae, si éste se apoya en la humildad? Empujaban, y empujaban para derribarme, dice el Profeta; pero no consiguieron nada, porque el Señor me ayudó. Por eso puede decirle el alma fiel: Tú eres mi refugio. Todos los seres pueden decirle: Tú eres mi Creador. Los animales pueden decirle: Tú eres mi Pastor. Y los hombres: Tú eres mi Redentor . Pera tú eres mi refugio solamente puede decírselo el que habita al amparo del Altísimo. Esta es la razón por la que añade: Dio; mío. ¿Por qué no dice: Dios nuestro? Porque es Dios de todos como creador, como redentor y por todos los demás beneficios que comparamos. Pero cada uno de los elegidos le posee en sus tentaciones como un ser personal. Hasta ese extremo está dispuesto a acoger al que cae y librarle al que huye. Como si dejara a todos os demás para librarle a él.

III

1. Estas consideraciones le ayudarán mucho a toda alma para creer que Dios es su refugio propio y su testigo más inmediato. ¿Es posible que uno se haga negligente, si nunca deja de !mirar a un Dios que le está mirando? Si contempla a Dios tan vuelto hacia él, que no cesa de tener en cuenta a cada instante todo su comportamiento exterior e interior para penetrar y discernir todas sus acciones y hasta los más sutiles movimientos de su espíritu, ¿Cómo no va a considerar a Dios como algo suyo? No sin razón podrá decirle: Dios mío, confiaré en ti. Mira que no dice "confié" o "confío", sino confiaré en él. Este es mi deseo, éste mi propósito, ésta la intención de mi corazón. Esta es la esperanza que abrigo en mi corazón, y en ello he de mantenerme. Confiaré en él. No desesperaré; no esperaré en vano, porque maldito el que peca en la esperanza. Y, sobre todo, no menos maldito el que peca en la desesperación. Tampoco quiero ser de esos que no confían en el Señor: Yo confío en el Señor. Pero dímelo ya. ¿Con qué frutos, con qué recompensa, con qué beneficios esperas en él? El te librará de la red el cazador, de toda palabra cruel. Mas, si os parece bien, dejemos esta red y esta palabra para otro día y para el sermón siguiente.

SERMÓN IV
SOBRE LA PROTECCIÓN DE DIOS

I

1. Yo sinceramente, hermanos, siento una gran compunción y compasión hacia mí mismo y tengo lástima de mi alma cuándo escucho estas palabras del salmo: El me librará de la red del cazador. Porque ¿es que somos unas fieras? Sí; exactamente, lo somos. El hombre encumbrado en su dignidad no lo quiso entender; se puso al nivel de las bestias irracionales. Son verdaderas bestias os hombres, ovejas descarriadas sin pastor. ¿De qué te ensoberbeces, desgraciado? ¿De qué te jactas, sabiondo?¡Mira que verte reducido a un animal a quien tienden redes para cazarlo! ¿Y quiénes son estos cazadores? Unos cazadores perversos y malvados, astutos, crueles. Cazadores que no dejan oír sus bocinas para que no se les sienta, y así acribillan al inocente sin que resuene su voz. Son los jefes que dominan en estas tinieblas, astutos por su malicia y traidores por sus diabólicos engaños. Como venado ante el cazador. Eso es todo hombre para ellos, por muy sagaz que se crea. Solamente se exceptúan los que con el Apóstol conocen sus tretas, porque Dios les mostró su saber, concediéndoles descubrir los engaños de los espíritus malignos.

2. Por eso os recomiendo a vosotros, plantas tiernas de Dios, que aún carecéis de una fina sensibilidad para discernir el bien del mal: no procedáis según vuestro propio sentir, no os dejéis llevar de vuestro juicio propio, no sea que ese cazador astuto os engañe como a incautos e ignorantes. Porque a las bestias de la selva, que son fieras salvajes -me refiero a los hombres mundanizados-, les tiende sus lazos sin camuflaje alguno; sabe que caerán fácilmente en su red. Pero a vosotros, cervatillos asustadizos, que matáis las serpientes y vais tras las corrientes de agua viva, os coloca celadamente trampas mucho más sutiles y se vale de las más rebuscadas artimañas. Por eso os pido que os humilléis bajo la poderosa mano de Dios, vuestro pastor, y escuchéis a los que conocen mejor las mañas de esos cazadores, ya que se han formado por su experiencia propia y ajena y por su ascesis, ejercitada en repetidas pruebas a lo largo de los años.

II

1. Bien. Ya sabemos quiénes son los cazadores y quiénes los venados. Ahora veamos cuáles son sus redes. Pero no quiero deciros nada de mi propia cosecha, ni transmitíroslo sin plenas garantías de certeza. Que nos lo muestre el Apóstol; él conoce perfectamente la estrategia de los cazadores. Dínoslo, apóstol Pablo: ¿quién es esta re del diablo de la que se siente felizmente liberada el alma fiel? Los que quieren hacerse ricos en este mundo, caen en la tentación y en la trampa del diablo. Entonces, ¿son las riquezas mundanas la red del diablo? Desgraciadamente, conocemos a muy pocos que se feliciten de ver e libres de esta red. Por el contrario, son muchos los que incluso se afligen, porque se creen poco aprisionados aún por las riquezas y además ponen todo su afán en verse envueltos y arrastrados por sus lazos. Pero vosotros lo habéis dejado todo y habéis seguido al Hijo del hombre, que no tiene dónde reclina su cabeza. Decid, pues, llenos de alegría: Porque él me libró de la red del cazador. Alabadle con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y dadle gracias desde lo más íntimo del corazón, diciendo: Porque él me libró de la red del cazador.

2. Y para que reconozcáis qué grande es este beneficio y sepáis bien los dones que Dios os ha dado, oíd cómo sigue el salmo: Y de toda palabra cruel. Escucha, hombre, por no decir bestia No temías la red Teme al menos el martillo que aquí lo llama la palabra cruel. ¿Qué palabra es ésta sino la del infierno insaciable? Venga, venga; clávale ya la lanceta, despedázalo, mátalo en seguida, arráncale todo lo que lleva. Son las mismas palabras del Profeta: Desaparezca el impío y no vea la gloria de Dios. ¡Cómo gozan los cazadores al capturar la presa, gritando: ¡Fuera, fuera; clava la lanza, ponlo sobre las brasas, mételo en la caldera hirviente! Palabra cruel fue también la del pueblo judío, convertido en casa rebelde: Fuera, fuera; crucifícalo! Palabra horrible, nefasta, cruel. Sus dientes son lanzas y flechas; su lengua es puñal afilado. Tú, Señor, soportaste estas palabras crueles. ¿Por qué sino para librarnos de toda palabra cruel? Haz que por esta compasión tuya no lleguemos nosotros a sufrir lo que tú quisiste tolerar por nosotros.

III

1. Cuando exhortamos a los hombres mundanos a que se conviertan por la penitencia, nos responden: Este modo de hablar es intolerable. Es la misma reacción que encontramos en el Evangelio. Estaba el Señor hablando de la penitencia, aunque figurativamente, porque se dirigía a los que aún no habían recibido el don de conocer el misterio del reino de Dios. Y cuando se oyeron aquellas palabras: Si no coméis la carne y no bebéis la sangre del Hijo del hombre, exclamaron: Este modo de hablar es intolerable. Y se echaron atrás. Pero comer su carne y beber su sangre, ¿no equivale a compartir sus padecimientos e imitar la vida que eligió para su existencia mortal? Esto es lo que significa ese purísimo sacramento del altar cuando comemos el cuerpo del Señor. Que así como, bajo la forma aparente de pan, entra dentro de nosotros, de la misma manera, con su testimonio de vida en este mundo, se instala por la fe en lo más íntimo de nosotros. Y, al entrar su santidad, se queda con nosotros el que por el Padre fue constituido como salvación para nosotros. Porque el que permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él.

2. Sin embargo, muchos siguen diciéndonos: Este modo de hablar es intolerable. ¿Sí? ¿Que es intolerable este fugaz momento de tribulaciones, capaz de convertirse en prenda ara la gloria eterna, sublime sobremanera? ¿Llamas intolerable a la liberación de unos sufrimientos y torturas inimaginables que nunca se acaban, al precio de unos trabajos tan cortos y llevaderos? ¿Os parece intolerable que os digan: Haced penitencia Estáis equivocados. Porque llegará un día en que tengáis que escuchar algo más intolerable, mucho más cruel, mucho más nefasto: Id, malditos, al fuego eterno. Esto sí que deberíais tender y considerarlo insoportable. Entonces sabríais que el yugo del Señor es llevadero, y su carga ligera. Si aún sois incapaces de creer que es de por sí insoportable, al menos no ignoráis que, comparado con otros, es mucho más ligero.

IV

1. Pero vosotros, hermanos míos, vosotros que sois como veloces pajarillos ante cuyos ojos lanzan en vano las redes, vosotros que habéis abandonado totalmente las riquezas de este mundo, ¿por qué vais a temer esa palabra cruel, si ya habéis sido liberados de la red? Feliz de ti, Idithum, bajo cuyo título se inscriben algunos salmos. Tú saltaste por encima de la red para huir muy lejos de la palabra cruel. Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno; porque tuve hambre, y no me disteis de comer.

2. ¿A quién van dirigidas estas palabras sino a los que poseen bienes de este mundo? Gran regocijo sentirán vuestros corazones al oírlas, desbordados de alegría espiritual. ¿Acaso no valoráis mucho más vuestra pobreza que todos los tesoros del mundo? Efectivamente, la pobreza os libera de toda palabra cruel. ¿Cómo podría exigiros Dios lo que habéis abandonado por su amor? Y, por añadidura, con el trabajo de vuestras manos alimentáis y vestís al mismo Cristo en los pobres para que nada le falte. Dad, pues, gracias a Dios; vivid alegres, diciendo: Porque él me libró de la red del cazador y de toda palabra cruel. Estad alegres, os lo repito; pero, de momento, seguid temiendo. Quiero que viváis alegres, pero no seguros; con la alegría que viene de Espíritu Santo, pero con temor y precavido contra la recaída.

V

1. ¿Hay algo más que debéis temer? Una sola cosa, y gravísima: el pecado de Judas, la apostasía. Felizmente, tenéis alas de paloma para volar y reposar. Porque en la tierra no hay descansó, sino trabajo; penas y aflicción del espíritu. Nada podrá temer el que vuela. R no ser que aquellos infames cazadores le descubran volando a ras del suelo por codiciar algún cadáver o cosa semejante que ha descubierto sobre la tierra. Porque, si es atrapado por las redes ocultas, el final de ese hombre será peor que el principio. Esto sí que hemos de temer seriamente: volver al vómito, aunque sólo sea con el corazón e incluso corporalmente. Sabemos que los hijos de Israel se volvierOn a Egipto con su corazón, ya que no podían hacerlo corporalmente, pues se lo impedía el mar Rojo, que se les volvió a cerrar detrás de sus talones. Esto es lo que debe atemorizar muchísimo a cada uno. No sea que quizá ofendamos a Dios hasta el extremo de que nos rechace abiertamente y nos vomite.

2. Puede suceder que, físicamente, nos resistamos a la apostasía por puro respeto humano. Pero la propia tibieza nos llevará lentamente a la apostasía del corazón. Y, de hecho, bajo el hábito monástico puede esconderse un corazón mundano que se entrega apasionadamente a todo tipo de consuelo mundano. Porque no somos nosotros más santos que el Apóstol, y él temía condenarse a pesar de haber predicado a los demás. También nosotros deberemos temerlo mientras no se rompa la trampa del cazador cuando el alma abandone este cuerpo, pues el propio cuerpo es una trampa; y, como está escrito, mis ojos mismos me robaron el alma. Nunca, pues, podrá vivir seguro el hombre, llevando como lleva consigo su propia asechanza. Todo lo contrario; es mucho más seguro morar al amparo del Altísimo, y así sortear la emboscada.

SERMÓN V
SOBRE EL REFUGIO EN DIOS

I

1. Al que con humildad reconoce los beneficios y los agradece devotamente, no sin razón se le prometen mayores gracias aún, pues con toda justicia se le pondrá al frente de mucho al que es fiel en lo poco. Y, por el contrario, el que es ingrato a los favores recibidos, se hace indigno de seguir recibiéndolos. Por eso, el Espíritu responde a esa devota acción de gracias diciendo y cumpliendo lo que promete: Te cubrirá con sus alas. Y en estas alas podemos conjeturar una doble promesa del Señor: para esta vida presente y también para la futura. Efectivamente, si sólo nos prometiera el reino, pero nos faltase el viático para la peregrinación, los hombres se quejarían seriamente y le replicarían diciéndole: Sí, nos has hecho una gran promesa, pero no nos has dado posibilidades de conseguirla . Precisamente por eso nos prometió la vida eterna después de la temporal, y mismo tiempo, que ya en esta vida nos daría cien veces más con toda su solícita piedad. Por tanto, hombre, que excusa te queda? Y por cierto, recuerda que taparán la boca a los mentirosos.

2. ¿Sabes cuál es la mayor tentación que puede sugerirte el enemigo? Que todavía te queda una larga vida. Pero, aunque te quedase mucho camino por andar, ¿qué te asusta, si te da un sólido alimento ara que no desmayes? Claro que el ángel le presentó a Elías a comida más ordinaria que el hombre puede llevar a la boca: pan y agua. Sin embargo, sintió tal fuerza que pudo caminar durante cuarenta días sin pasar hambre ni fatiga alguna. ¿Quieres que los ángeles te sirvan esa comida? Seria extraño que no lo desearas.

II

1. Si la echas de menos y quieres que te la sirvan los ángeles; pero no con ambiciones de soberbia, sino humildemente, escucha lo que pone la Escritura en boca del Señor. Estaba tentándole el diablo para forzarle a que convirtiera las piedras en pan. Y se le opuso, diciendo: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Vencidas las tentaciones, le dejó e diablo, y en seguida se acercaron unos ángeles y se pusieron a servirle. Haz tú lo mismo. Si quieres que te sirvan los ángeles, huye de los consuelos humanos y resiste a las tentaciones del diablo. Si deseas recrearte en la memoria de Dios, debes rehusar toda otra consolación. Si tienes hambre, el diablo te aconsejará que corras en busca de pan. Pero tú escucharás con más fuerza la voz del Señor, que te dice: No sólo-de pan vive el hombre. Muchos son los deseos que te dispersan: comer, beber, vestir, dormir. Pero ¿vas a poner todo tu afán únicamente en atender a las necesidades de los sentidos, cuando todo puedes encontrarlo en la palabra de Dios? Esa palabra es como un maná que tiene mil sabores y el más agrada le aroma. Es verdadero y perfecto descanso, suave y reconfortable, plácido y santo.

III

1. Esto en cuanto a la promesa para la vida presente. Pero ¿quién es capaz de explicar la promesa para la vida futura? Los juntos esperan la alegría. Una alegría tan grande que todo cuanto se pueda desear en este mundo es incomparable con ella. ¿Qué será entonces la realidad misma de lo que esperamos? jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti que preparase tales cosas a los que te aman. Bajo sus alas conseguimos cuatro beneficios. A su cobijo nos escondemos, nos resguardamos de los azores y gavilanes que son los espíritus del mal; su agradable sombra nos alivia del sofocante calor del sol y por fin nos alimentamos y guarecemos. Esto mismo lo dice el Profeta en otro salmo: Me esconderá en un rincón de su tienda el día del peligro. Es decir, mientras corren días malos y vivimos en tierra extranjera, dominada por el poder de los malvados, en la que no radica el reino de la paz ni reina en ella el Dios de la paz. Pues si reinase, ¿por qué pedir en la oración: Venga a nosotros tu reino? Si algo bueno tenemos, hemos de esconderlo hasta que llegue, como el que encontró el tesoro del reino de los cielos y volvió a esconderlo. Por esa razón, nosotros nos escondemos, aun corporalmente, en los claustros y en los bosques.

2. Si queréis saber cuánto salimos ganando por escondemos así; os recordaría que, si cualquiera hiciese fuera la cuarta parte de lo que aquí hace, sería venerado como un santo o considerado como un ángel. Y, sin embargo, aquí, en la vida diaria, se le tacha y condena como negligente. ¿Os parece poca ganancia que no os tengan por santos hasta que lo seáis ? ¿O no teméis que quizá, por recibir aquí este premio despreciable, os nieguen la futura recompensa? Pero, además de escondernos a las miradas ajenas, es mucho más necesario esconderse, sobre todo ante sí mismo. Así lo afirma aquella sentencia del Señor: Cuando hayáis hecho todo lo que os mandan, decid: No somos más que unos hombres criados; hemos hecho todo lo que teníamos que hacer. ¡Ay de nosotros si no lo hubiéramos hecho! En esto precisamente consiste la virtud y de ello depende su máxima inmunidad: vivir con rectitud y piedad, pero poniendo la atención más en lo que todavía nos falta que en lo ya conseguido aparentemente, olvidando lo que queda atrás para lanzarte a lo que está delante. Este es aquel lugar secreto bajo las alas del Señor al que antes nos referíamos, semejante, quizá, a la sombra con que el Espíritu Santo cubrió a María para encubrir un misterio absolutamente incomprensible.

IV

1. Este mismo Profeta dice también acerca de esta protección: Cubres mi cabeza el día de la batalla. Igual que cuando la gallina ve llegar al gavilán: extiende sus alas para cobijar a sus polluelos bajo el asilo seguro de sus plumas. Lo mismo hace la inefable y suma piedad de nuestro Dios: como extendiéndose sobre nosotros, se dispone a dilatar su seno. Por eso dice el salmista un poco antes: Tú eres mi refugio. Claramente vemos que debajo de esas alas encontramos sombra saludable y protección. Porque el sol material, de suyo, es bueno y muy necesario; pero su ardor, si no es atemperado, termina debilitando la cabeza y su resplandor deslumbra la vista. Pero no es culpa del sol, sino de nuestra debilidad. Por eso mismo se nos aconseja: No exageres tu honradez.

2. No porque la honradez sea mala. Es que como somos todavía débiles, hemos de asimilar los dones de la gracia para no caer en la hinchazón de la soberbia o en la indiscreción. ¿Por qué oramos y suplicamos incesantemente, y sin embargo, no podemos llegar a la abundancia de gracia que deseamos? ¿Pensáis que Dios se ha vuelto avaro o indigente, desvalido o inexorable? Imposible, de ninguna manera. El conoce nuestra masa y los cobijará bajo sus a as. Mas no por eso podemos dejar de orar. Aunque no nos colma hasta la saciedad, sí nos da lo suficiente para sustentarnos. Procura no quemarnos con su excesivo ardor, pero nos abriga como una madre con su calor. Este es el cuarto beneficio que, según dijimos, nos brinda el Señor bajo sus alas: como a polluelos, nos mantiene con el calor de su cuerpo para que no perezcamos si salimos a la intemperie. Porque se enfriaría nuestro amor; ese amor que inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Bajo esas alas esperarás seguro, porque, al experimentar los dones qué recibes, se reafirma la esperanza de los futuros. Amén.

SERMÓN VI
SOBRE LA FIDELIDAD DE DIOS

I

1. Estad en vela y orad para no ceder en la tentación. Sabéis quién y cuándo lo dijo, porque es palabra del Señor, próxima ya su pasión. Y pensad que era él quien iba a la pasión y no sus discípulos. Sin embargo, no dice que pidan por él; sino por ellos. Y así le avisa a Pedro: Mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que no pierdas la fe. Y tú, cuando te arrepientas, afianza a tus hermanos. Si tanto habían de temer los apóstoles por la pasión de Cristo, ¿cuánto más no hemos de temer nosotros, hermanos míos, por nuestra pasión? Estad, por tanto, en vela y orad para no ceder en la tentación porque os rodea por todas partes la tentación. Ya habéis leído que la vida del hombre es tentación. Si nuestra vida está llena de tantas tentaciones que con razón debe definirse como una tentación, tendremos que atisbar en todas direcciones con extremada vigilancia para no caer en la prueba. Por eso decimos en la oración del Señor: Y no nos dejes caer en la tentación. Te invaden las tentaciones, pero su fidelidad te cercará como un escudo. Y, si se propaga la guerra, encontrarás guarniciones de tropas por todas panes. Es evidente que ese escudo debe ser espiritual, para que pueda cubrimos por entero. Por eso nos rodea su fidelidad, porque quien lo promete es la nobleza en persona, y tal como o promete, lo cumple. Fiel es Dios, y no permitirá que la tentación supere nuestras fuerzas.

II

1. No es una incongruencia comparar la gracia de la protección divina con un escudo, pues por arriba es ancho Y muy amplio, para proteger la cabeza y los hombros. Pero por abajo es más estrecho; así se maneja mejor. Y, sobre todo, porque los pies; al ser más delgados, no corren tanto riesgo de ser alcanzados, y, en el peor de los casos, sus heridas no son tan graves. Cristo emplea la misma táctica. Para que sus soldados defiendan mejor lo que de suyo es inferior, su propia carne, la sacrifica con una mayor estrechez, por así decirlo, mediante la pobreza de los bienes materiales. Pues no quiere verlos sobrecargados por el exceso de riquezas, sino que estén contentos teniendo lo suficiente para comer y vestirse, como dice el Apóstol. Por el contrario, a lo más no le de su ser le prodiga una mayor abundancia de gracia espiritual. Así lo encontramos escrito: Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. Con esto quería decirnos que no andemos agobiados por la comida y el vestido. Nuestro Padre celestial nos lo suministra por dos motivos: porque, si nos lo negara, creeríamos que está ofendido con nosotros y caeríamos en la desesperación. Y además para evitar que nuestro excesivo afán por los bienes materiales vaya en detrimento del esfuerzo espiritual, pues sin ellos no se puede vivir ni servir a Dios. No obstante, cuanto menos tengamos, mejor.

III

1. Así, pues, su fidelidad te cercará como escudo; no temerás el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, ni al enemigo que se desliza en las tinieblas, ni el asalto del demonio al mediodía. Estas son las cuatro tentaciones de las que debemos estar a cubierto con el escudo del Señor a derecha e izquierda, delante y detrás, pues nos rodean por todas partes. Yo quiero que estéis prevenidos. Nadie puede vivir en la tierra sin tentaciones. El que se libre de una tentación, esté seguro y más temeroso que le sobrevendrá otra. Y pida verse liberado; pero nunca se prometa la libertad perfecta ni el descanso en este cuerpo de muerte.

2. En estas circunstancias, debemos reconocer el amoroso plan divino de su misericordia para con nosotros. Consiente él que nos agobien algunas tentaciones durante algún tiempo para que no nos asalten otras más peligrosas. De unas nos librará antes, para que podamos ejercitarnos en otras que prevé más ventajosas. Ya analizaremos, en su momento, estas cuatro tentaciones enumeradas por el salmo. Yo creo que, en el mismo orden designado por el salmista, acosan a los que se convienen y son como la raíz de todas las demás.

SERMÓN VII
SOBRE LA PROTECCIÓN FRENTE A LA ADVERSIDAD

I

1. Las divinas Escrituras con la palabra "noche" suelen referirse a la adversidad. Sabemos que el primer asalto contra los recién convertidos se centra en las molestias del cuerpo. Porque la carne, indómita hasta entonces, lleva muy mal que la castiguen y reduzcan a servidumbre. Tiene muy fresca todavía en su memoria la pérdida de su libertad y lucha con mayor violencia contra el espíritu. Y más en vuestro caso, muriendo como estáis cada día entre tanto sufrimiento e incluso at borde de la muerte en cada momento. Todo lo cual es superior a la naturaleza y opuesto totalmente a vuestras tendencias habituales.

2. Nada extraño que esto inquiete, especialmente a los que todavía no están acostumbrados ni listos para recurrir a la oración o refugiarse en las meditaciones santas, cargando así con el peso del día y del bochorno. Nos es imprescindible el escudo de] Señor en los comienzos de nuestra conversión para no temor el espanto nocturno. Oportunamente se alude al espanto nocturno y no a la noche misma. Porque la adversidad no es tentación; lo es el temor a la adversidad. Todos padecemos, y, sin embargo, no todos somos tentados por ello. Y a los que son tentados les daña más el temor de los futuros sufrimientos que el tormento de los presentes.

II

1. Y como el mismo temor ya es tentación, al que está rodeado por el escudo del Señor, justamente se le promete que no sentirá temor por la tentación. Quizá sea acometido, quizá sea tentado, quizá tema a la noche. Pero este temor no le hará daño. Es más: si consigue dominarlo, quedará libre e inocente, tal como está escrito: Serán purificados ron su temor. Porque este temor es como un horno, que purifica, pero no devora; que descubre la verdad. Este temor es como noche cerrada oscura, mas se disipa en un momento con la luz de la verdad. Obliga a reconocer ante los ojos del corazón los pecados que hemos cometido. Y, como dice el Profeta de sí mismo, mi dolor siempre me acompaña, porque confieso mi culpa y estoy acongojado por mi pecado.

2. Nos presenta los suplicios eternos que hemos merecido; así, todos los sufrimientos nos parecen una delicia comparándolos con las penas de las que nos vemos liberados. O bien nos evoca el premio celestial a que aspiramos, recordándonos a menudo que los sufrimientos el tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros. En fin, nos hace revivir lo que Cristo padeció por nosotros. Y, considerando sin cesar todo lo que sufrió su majestad por unos criados inútiles, nos sonroja por ser incapaces de soportar menudencias de escasa importancia.

III

1. Pero quizá esa verdad que te rodea por todas partes y de mil maneras ha sido ya capaz de alejar e incluso de disipar este espanto. La noche está avanzada. Como hijo de la luz y del día, compórtate respetuosamente y teme a la flecha que vuela de día. Sabes que la flecha vuela veloz y penetra rápidamente, mas hiere de gravedad y es fulminante. Esta flecha es la vanagloria. Los débiles y relajados no deben temer que les asalte. Pero los que parecen más fervorosos, ésos son los que deben temer, ésos deben temblar, atentos siempre a no abandonar el escudo inexpugnable de la verdad. ¿Hay algo que se oponga tanto a la vanagloria como la verdad? Ciertamente, para defenderse de esta flecha no es necesario penetrar misteriosa e íntimamente en la verdad. Basta con que el alma se conozca a sí misma, que posea su propia verdad. No creo equivocarme. El hombre que a la luz de esta verdad y con su atenta reflexión disipa en su intimidad todo lo que digan en alabanza suya mientras viva, difícilmente será inducido a soberbia. Efectivamente, si piensa en su propia condición, tendrá que decirse: ¿De qué te engríes, polvo y ceniza?

2. Porque, si considera su propia corrupción, ¿no deberemos reconocer que no encontrará en él nada bueno? Y, si cree encontrar algo bueno, pienso que no hallará réplica alguna a la pregunta del Apóstol ¿Qué tienes que lo hayas recibido? Y dice en otro lugar: Quien se ufana de estar en pie, cuidado con caerse. Finalmente, si no echa mal las cuentas, le será fácil pensar si le bastarán diez mil hombres para hacer frente al que viene contra él con veinte mil. Y caerá en cuenta de que toda su justicia es como trapo de mujer en menstruación.

IV

1. Debemos esgrimir también esta verdad ante las otras tentaciones que se enumeran en el salmo. Pues, a pesar de todo; no desiste el enemigo primordial, sino que vuelve a la carga con argucias más astutas. Comprobó que la torre está firme por ambos lados. Que no puede derribarla por la izquierda agrietándola con el encogimiento del temor, ni halagándola por la derecha con glorias humanas. Y se siente por ello defraudado en su doble intento. Por eso dice para sus adentros: Y que no consigo hundirla por la fuerza, quizá pueda engañarla por la sagacidad de la traición. ¿Quién crees que puede ser ese traidor? La codicia, raíz de toda iniquidad. La ambición es un mal muy sutil; virus oculto, peste invisible, padre del engaño, madre de la hipocresía, progenitor de la envidia, origen de los vicios, yesca de los crímenes, herrumbre de las virtudes, polilla de la santidad, obcecación de los corazones, adulteración de los antídotos, medicina ponzoñosa.

2. Y sigue diciéndose el maligno: Despreció la vanagloria, porque es una insustancialidad. Pero quizá algo más sólido termine haciéndole daño; a lo mejor, los cargos importantes o posiblemente las riquezas.¡Cuántos fueron arrojados a las tinieblas exteriores por culpa de esta epidemia que se desliza en las tinieblas, despojándoles del traje de bodas y privándoles del fruto de la piedad en el esfuerzo de sus virtudes! ¡Cuántos fueron engañados alevosamente por esta peste hasta verse derribados! Sin embargo, todos los demás, para quienes pasó desapercibido el solapado trabajo del excavador taimado, quedaron espantados ante su ruina repentina y tan inesperada. Pero era natural. ¿Qué otra esperanza puede acariciar este gusano sino la locura del espíritu, olvidan o su verdad? Pero la verdad rebusca hasta descubrir a este traidor y acusarlo de sus emboscadas nocturnas. Y esa misma verdad dice claramente: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo? Y también afirma: Los fuertes sufrirán una fuerte pena. Con sus constantes insinuaciones nos obliga a pensar qué cortas se quedan las satisfacciones de la frivolidad, qué severo será su juicio, qué breve su experiencia, qué incierto su fin.

V

1. Con la segunda tentación le persuadía a que se arrojara desde el pináculo, prometiéndole que nada le pasaría, siendo como era Hijo de Dios; y que, al contemplarlo, todos le aclamarían para entronizarlo. Tampoco le contestó si era o dejaba de ser e Hijo de Dios. La tercera fue de ambición, prometiéndole todos los reinos del mundo si postrándose le adorara. ¿No ves cómo la ambición lleva a la adoración del diablo? Efectivamente, a sus adoradores les brinda el éxito mundano de los honores y la gloria. Y, como ya hemos dicho, se abstuvo de tentarlo por cuarta vez, después de percatarse de la gran sensatez de sus respuestas.

VI

1. ¿Y cómo puede combatir contra quienes aman por todos los medios la justicia y odian la impiedad? ¿No o hará descubriendo la maldad bajo apariencias de virtud? Cuando ve que los perfectos aman el bien, procura llevarlos al mal bajo capa de bien, y no mediocre, sino perfecto, para que consientan en seguida con su gran celo por el bien. Por aquella de que quien va corriendo, fácilmente cae. Este demonio es no sólo diurno, sino incluso el del mediodía.

2. ¿No fue éste al que temió María cuando se asustó por aquel saludo tan inesperado del ángel? ¿No lo insinuara así el Apóstol? Pues no ignoramos sus ardides; Satanás se disfraza de ángel de luz. ¿No era esto mismo lo que temían los apóstoles cuando vieron al Señor andar sobre el lago y se asustaron creyendo que era un fantasma? Mira qué oportuna coincidencia: era precisamente la cuarta vigilia de la noche, cuando los discípulos se encontraban en vela para luchar contra la cuarta tentación. Me parece innecesario insistir en algo tan claro como afirmar que es únicamente la verdad quien descubre la falsedad encubierta.

VII

1. Un observador atento encontrará sin dificultad estas cuatro tentaciones en la situación general de la Iglesia. Ella, plantío aún reciente, se atormentaba con el espanto nocturno cuando todo el que mataba a los siervos de Dios pensaba que así daba culto a Dios. Pero al amanecer, cuando cesaron las persecuciones, la sacudió con mayores tensiones, hiriéndola con la flecha que vuela de día. Porque salieron algunos en la Iglesia, hinchados por el espíritu de sí mismos, codiciosos de la gloria vana y fugaz, que, por el afán de hacerse famosos y con su lengua fanfarrona, inventaron caprichosamente dogmas nuevos y perversos. Y así, cuando estaba ya en paz con los paganos y en paz con los herejes, se quebró la paz por los hijos falsos. Has hecho crecer a pueblo, Señor Jesús, pero no has aumentado nuestra alegría, porque hay más llamados que escogidos. Todos son cristianos, pero casi todos buscan su interés, no el de Jesucristo. Incluso los mismos servicios de las dignidades eclesiásticas se han convertido en torpe lucro y en negocio de las tinieblas, porque no se busca la salvación de los hombres, sino el lujo de las riquezas. Para esto se tonsuran, para esto frecuentan los templos, celebran misas y cantan salmos. Hoy se compite, sin pudor alguno, por conseguir obispados y arcedianatos, para dilapidar las rentas de las iglesias en cosas superfluas y frívolas.

2. Sólo nos falta que surja el hombre destinado a la ruina, el hijo de la perdición, el demonio diurno y del mediodía, que no sólo se disfrazará de ángel de luz, sino que te pondrá por encima de todo lo que se llama Dios o es objeto de culto. Y herirá el talón de su madre la Iglesia del modo más cruel, simplemente porque le duele que e la le haya quebrantado la cabeza. Esta será, sin duda, una batalla encarnizada. Pero la Verdad librará también ahora a la Iglesia de los elegidos, acortando en favor de ellos estos días, y aniquilará con el esplendor de su venida al demonio del mediodía. Y no quiero alargarme más a propósito de estas cuatro tentaciones, porque recuerdo que en un sermón sobre el Cantar de los Cantares también hablé de ellas. Allí incidía en el mismo tema del demonio del mediodía, cuando la esposa pregunta al esposo dónde sestea al mediodía.

SERMÓN VIII
SOBRE LA CAÍDA DE LOS ENEMIGOS

I

1. Hermanos, vivimos en la esperanza y no nos desalentamos por la tribulación presente, porque aguardamos expectantes los gozos que no acaban. Y no es vana esta esperanza nuestra, ni dudamos de nuestra espera apoyados realmente en las promesas de la eterna felicidad. Además, los bienes presentes que ya estamos recibiendo consolidan más nuestra esperanza e los futuros. Porque la fuerza de la gracia presente nos atestigua la credibilidad de que con toda certeza conseguiremos a felicidad de la gloria que nos espera. En verdad, el Señor es el Rey de la gloria. Y en el himno de laudes le aclamamos como Padre de la perenne gloria, Padre de la poderosa gracia; al mismo de quien cantamos en un salmo: Dios ama la misericordia y la fidelidad; él da la gracia y la gloria. Por tanto, nuestra piedad debe resistir en este mundo e combate animosamente y sufrir con entereza cualquier persecución. ¿Habrá algo que no pueda tolerar la piedad, cuando ella es útil para todo y goza de las promesas para la vida presente de cada día y para la futura? Resiste, valiente, cualquier acometida, porque el defensor infatigable asistirá al combate y tan generoso remunerador no dejará vacío al vencedor. Así nos lo han dicho: Su fidelidad te rodeará como un escudo.

II

1. Necesitamos absolutamente la protección invencible de su fidelidad no sólo en este ínterin de a vida mortal, sino también cuando tengamos que partir. Ahora, sin duda, por las peligrosas tentaciones, y entonces por los horribles encuentros con el espíritu del mal. También quiso dañar el enemigo en este trance el alma del glorioso Martín. Sabiendo la bestia cruel que disponía ya de poco tiempo, tuvo la audacia de presentarse ron todo el furor de su infatigable malicia ante aquel hombre en quien nada suyo poseía. Ya antes había llegado al extremo de acercarse con su desvergonzada temeridad al mismo Rey de la gloria, según él nos lo revela: Esta para llegar el Jefe de este mundo, pero no hallará en mí nada suyo.

2. Dichosa el alma que en esta vida rechazó con el escudo de la verdad los dardos de las tentaciones, hasta el punto de no haber consentido que le inficionara lo más mínimo su veneno. No quedará derrotado cuando litigue con su adversario en el umbral de la eternidad: Nefasto, nada encontrarás en mí. Dichoso el hombre a quien le rodea el escudo de la verdad porque le guardará sus entradas y salidas. Me refiero a la salida este mundo y a su entrada en el otro, pues no le traicionará el enemigo por la espalda ni le hará mal alguno de frente. Claro que, por causa de aquellas horribles visiones, necesitaremos en aquellos momentos de un compañero, de un guía fiel, de un consolador bueno que nos ayude y proteja, como ahora, entre los tentadores invisibles.

III

1. Alabad a Cristo, amadísimos, y llevadlo en vuestro cuerpo mientras peregrináis. El es una carga deliciosa, pero llevadera; hatillo salvador, aunque a veces parezca que pesa, aunque a veces machaque las costillas o espolee al recalcitrante, aunque a veces tenga que domarnos con freno y brida para que lleguemos a la total felicidad. Pórtate como un jumento que lleva al Salvador, pero no seas como un jumento. Porque ya lo dijo: El hombre, constituido en honor, no ha tenido discernimiento; se ha igualado con los insensatos jumentos y se ha hecho como uno de ellos.

2. ¿Por qué lo lamenta tanto el Profeta y le inculpa al hombre su semejanza con los jumentos? Sobre todo, cuando en otro salmo le dice a Dios, no sin cierta complacencia: Soy un jumento ante ti, pero yo siempre estaré contigo. Pienso, bueno; no pienso, lo sé, que al hombre se le recomienda que se parezca algo a los jumentos; y no en su irracionalidad e ignorancia precisamente, sino imitando su paciencia, pues no tendría que haberse irritado ni por qué lamentarse si hubiese dicho: El hombre no se echó atrás bajo la carga de Dios, sino que se hijo como un jumento en su presencia. ¿Quién no tendría verdadera envidia a ese jumento? Porque tuvo el honor de ofrecerle sus humildes lomos por su peculiar e inefable mansedumbre para que sobre él se dignara montar el Salvador. ¿Y si, hubiera tenido conciencia de tan singular honor? Hazte, pues, como un jumento, pero no seas jumento. Lleva con paciencia, sí, la carga, pero comprendiendo el honor que eso supone, saborean o con gozo tanto la calidad de la carga como el propio provecho.

IV

1. Aquel gran Ignacio, oyente del discípulo a quien Jesús amaba, mártir con cuyas preciosas reliquias se ha enriquecido nuestra pobreza, saluda como cristífera a cierta María en varias cartas que a ella le escribió. Es egregio de verdad este título digno, glorioso y de inmenso honor. Porque llevar sobre el cuerpo al Señor, a quien servir es reinar, no es una carga, sino una gloria. Por lo demás, el jumento del Salvador al que nos hemos referido, ¿podría temer, bajo tal carga, un desfallecimiento en el camino? ¿Podría tener miedo con aquel guía el acoso de los lobos, el asalto de los ladrones, la caí a en algún precipicio o en cualquier otro peligro? Dichoso el que así llega a Cristo, y merece por ello que el Santo de los santos le introduzca en la ciudad santa. No hay nada que temer: ni un tropiezo en el camino, ni un rechazo ante la misma puerta. Porque al jumento aquel le alfombraba el camino el pueblo de Dios; a su jinete, los santos ángeles: Pues a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos, para que tu pie no tropiece en la piedra. Pero no vamos a tratar por ahora de esto. Hemos de seguir el orden de nuestra exposición tal como lo hace el salmo.

V

1. Caerán a tu izquierda mil, diez mil a tu derecha; a ti no te alcanzará. Porque hoy nos corresponde tratar de este versículo; no lo ignoráis. En el Capítulo de ayer, si recordáis, decíamos al final cómo la protección de la verdad nos libraba de las cuatro tentaciones principales de esta vida. Esto es, del espanto nocturno, de la flecha que vuela de día, de la este que se desliza en las tinieblas y de demonio que nos asa a al mediodía. Pues lo que sigue: Caerán a tu izquierda mil, etc., creo qué debemos reservarlo, más bien, para la vida eterna.

2. Por eso, al comenzar este sermón -todavía lo recordáis, si no me equivoco-, aludíamos a aquella sentencia del Apóstol según la cual la piedad es útil para todo, porque goza de las promesas de Dios para la vida presente de cada día también para la futura. Escuchad, pues, y escuchad con el gozo de vuestro corazón, lo que afecta a las promesas de la vida futura y, por tanto, a vuestra esperanza. Donde tengáis vuestra riqueza, tendréis vuestro corazón.

3. Me consta que hasta aquí me habéis escuchado todo con gran interés; restad ahora una atención aún mayor a lo que sgue. El seudoprofeta -me refiero a Balaán, recordadlo os que conocéis su historia-, incluso este profeta, injusto como era; deseaba morir como los justos y suplicaba que se le concediera un final semejante. El fruto de la piedad es tan copioso y tan colmada la recompensa de la justicia, que no puede menos de ser deseada por los impíos e injustos. Pero no es muy seductor cantar un cántico e Sión bajo los sauces de Babilonia. Por eso colgaban de ellos las cítaras. Junto a los canales de Babilonia suenan mejor las lamentaciones y, si cabe, más bien habría que excitar el llanto. Pero yo sí que puedo cantar aquí perfectamente, pues no faltarán quienes con todo el entusiasmo del espíritu dancen al ritmo del salterio, cantando el cantar de Sión, impacientes por marchar volando con todo el fuego de su sagrado deseo, diciéndose: ¿Quién me diera alas de paloma para volar y posarme? ¿Qué otra cosa significa en latín el verbo "exultare" sino salir transportado de sí mismo?

4. Mal tiene que sentarles a los náufragos que les recuerden desde tierra la estabilidad apacible de la lejana orilla de la que ya casi desesperan, cuando siguen en peligro sus vidas en medio del mar, envueltos por las olas y zarandeados por su violencia. El tema de hoy no puede ir dirigido a un espíritu que se encuentre en situación análoga, pues no está dispuesto para poder escuchar estas palabras: Caerán a tu izquierda mil; diez mil a tu derecha. Recordad que esta promesa va dirigida al que habita al amparo del Altísimo y vive a la sombra del Omnipotente.

VI

1. Escúchelo, pues, el que ya está cerca del puerto de salvación con el pensamiento y la añoranza; el que ya ha lanzado por la proa el ancla de su esperanza y está como irresistiblemente amarrado sin que le arranquen de su tierra deseada, esperando cada día, mientras sigue combatiendo, a que llegue su cambio de domicilio. Este género de vida al que os habéis consagrado es la arribada a puerto más segura, porque es una reparación para la muerte como llamamiento y justificación divina: Ambos extremos están unidos por una estrecha conexión, como una especie de eternidad con a eternidad, es decir, como si se subordinase la comunicación de la gloria a la predestinación. Porque así como la predestinación no ha tenido nunca un comienzo, tampoco la comunicación de la gloria conocerá jamás el final. No tomes como originalidad mía la conexión intermedia a que me he referido entre esta como doble eternidad. Escucha al Apóstol, y verás que también él se refiere a la misma, pero más claramente.

2. Porque Dios los eligió primero, predestinándolos desde entonces para que reprodujeran la imagen de su Hijo. ¿Cómo y qué proceso seguirá para comunicarles su gloria? Porque todo lo que procede de Dios está sometido a una concatenación. ¿O piensas llegar desde la predestinación a la gloria de repente y como, de un salto? Has de encontrar un puente intermedio o, mejor todavía, atravesar el que ya está levantado. A esos que había predestinado, los llamó; a esos que llamó, los rehabilitó; y a esos que rehabilitó, les comunicó su gloria.

VII

1. Sin duda alguna, este proceso parece apto para algunos. Y así es en realidad. No se puede dudar de su éxito, ni debes desconfiar del término a que te lleva. Caminas seguro; más aprisa cuando más cercano lo sientes. Ya tienes los medios; ¿Cómo puede estar lejos el fin? Haced penitencia, ya que llega el reino de Dios. Pero dirás: El reino de Dios se toma por la fuerza y lo arrebatan los violentos. No tendré acceso a él si no paso a través del campamento enemigo. Me encontraré con gigantes en medio del camino: vuelan por los aires, obstruyen el paso, acechan a los que pasan. Sin embargo, vete confiado; no temas. Son poderosos, son muchos. Pero caerán a tu izquierda mil; diez mil a tu derecha. Caerán por todas partes; va no te harán nunca daño. Es más, ni se acercarán. Y, lógicamente, el malvado, al verlo, se irritará. Pero vendrá taimadamente. Con todo, la bondad de Dios se adelantará e irá contigo a donde vayas; como decíamos antes, guardará tus entradas y salidas. De no ser así, ¿qué hombre sería capaz de mantenerse firme en ese terrible encuentro con los espíritus malignos? Caería abatido por su propio espanto.

VIII

1. Suponed, hermanos, que a uno de nosotros se le aparezca uno de los muchos jefes de las tinieblas y se le permitiera manifestarse con toda su crueldad y con la enormidad de su cuerpo tenebroso; ¿podrían soportarlo sus sentidos y resistirlo su corazón? Hace muy pocos días -lo sabéis-, uno de vosotros; primero dormido y luego despierto, fue turbado gravemente en su imaginación durante la noche. Al día siguiente, apenas fue dueño de su razón y trabajo costó tranquilizarlo. Todos vosotros en un instante quedasteis aterrados cuando dio aquel grito escalofriante. Sonroja ciertamente que vuestra fe estuviera adormecida hasta ese grado, aunque dormíais. Pero esto ha sucedido, sin duda, para ponernos sobre aviso, recordando siempre con suma vigilancia contra quiénes luchamos, no sea que se nos juzgue por incautos, ante la envidia del enemigo, y por ingratos a la protección divina.

2. Fue su vetusta malicia la que estalló con aquel furor, porque se le recomían las entrañas por la envidia, más exasperada aún durante este santo tiempo. Con ello nos indica que estos días se retuerce de rabia por vuestra generosa devoción. Con esa misma rabia de una locura que le consume, pero con mayor licencia, se acerca a los santos cuando están para emigrar de este mundo. Pero sólo les ataca por la izquierda. No tiene autorización para embestir de frente, ni para deslizarse por la espalda como a traición.

IX

1. Tampoco te pondrá tropiezo alguno junto al camino para que caigas, porque a ti no se te acercará. No te alcanzará para herirte, ni se arrimará para espantarte. Pienso que era esto lo que más temías: que en tu último trance te invadiese un espantoso terror al contemplar tan monstruosas representaciones y tantos fantasmas horripilantes. No. Estará contigo el gran Paráclito y maravilloso consolador. Ese de quien has podido leer: Que en su presencia se inclinen sus rivales, que sus enemigos muerdan el polvo. En su presencia será pisoteado el maligno, y así llevará a la gloria a los que le temen. Estando tú presente, Señor Jesús, arremetan cuantos quieran; o mejor, que no embistan,que se hundan. Lleguen de todas partes, pero que se dispersen. Perezcan en tu presencia como se derrite la cera ante el fuego. ¿Por qué voy a temer a quien se desmaya de miedo? ¿Por qué voy a sentir pavor ante uno que está temblando? ¿Por qué voy a recelar del que cae? Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo, Señor, Dios mío.

2. De repente amanecerá, se disipará la noche, caerán por todas partes los jefes de las tinieblas. Si triunfa victoriosa nuestra fe; incluso ahora que ella nos guía -y no la visión- entre sus ocultas y dañinas sugestiones, ¿Cómo no se van a disipar mucho antes sus imágenes sombrías y tenebrosas cuando nos veamos invadidos por la contemplación clara y al descubierto de la verdad misma? No te preocupes ni temas porque son muchos en número. Recuerda que una sola palabra del Salvador hizo salir toda una legión del cuerpo de un hombre poseído por el demonio durante mucho tiempo. Y no se atrevió a tocar ni a los mismos puercos sino después de mandárselo él. Con mucha mayor razón, siendo Cristo nuestro guía, caerán a un lado y a otro todos los que vengan, pudiendo decir con gran alborozo y alegría: ¿Quién es esa que se asoma como el alba, hermosa como la luna y límpida como el sol, terrible como escuadrón a banderas desplegadas? Valiente y plenamente tranquilo, incluso lleno de gozo y alabando a Dios, nada más mirar con tus ojos, verás la paga de los malvados, y no tendrás que resistir ya sus ataques ni espantarte por su furor.

X

1. Lo dicho podría ser ya bastante por hoy. Pero veo que entre vosotros quedan algunos espetando todavía algo más, Si no me equivoco, los más interesados desean saber qué sentido puede tener la frase caerán a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha. En el original, el texto no menciona el lado izquierdo. Pero expresamente menciona el lado derecho; luego se sobrentiende que el otro es el izquierdo. Y no deja de ocultar cierto misterio el que a la izquierda caigan muchos, pero muchísimos más a la derecha. Espero que no haya entre vosotros nadie tan obtuso o tan simple, capaz de pensar que, cuando el salmo dice mil y diez mil, se trata de una cifra exacta y no de una comparación ilimitada. Porque nosotros no entendemos así las Escrituras, ni tampoco la Iglesia de Dios.

2. Caerán, pues, a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha. Quiere decir que el enemigo nos ataca y hiere por la derecha más astutamente y con un ejército más numeroso. Echemos una mirada al gran cuerpo de la Iglesia, y fácilmente advertiremos que los hombres espirituales de la misma Iglesia son combatidos con mayor violencia que los carnales. Eso es lo que, en mi opinión, podemos interpretar con todo rigor: los dos lados, el de la izquierda y el de a derecha, representan a la Iglesia, porque la maldad del enemigo procede siempre con soberbia y envidia. Persigue con mayor furia a los más perfectos. Ya lo dice la Escritura: Su carnada es selecta. Es capaz de sorberse un río, y todavía le parece poco; presume de poder agotar el Jordán entero.

3. Y persigue a los elegidos no sin cierta disposición del plan de Dios, según la cual no permite que los imperfectos sean tentados por encima de sus fuerzas, convirtiendo toda tentación en provecho espiritual. Por otra parte, brinda triunfos más gloriosos a los más perfectos. De esta manera, toda la Iglesia de los elegidos será igualmente galardonada, porque por ambos lados peleó según las reglas de la estrategia; por ambos flancos rechazó con tal resistencia a los enemigos, que puede ver inmediatamente cómo caen a su izquierda mil, y diez mil a su derecha. Así sucedió en tiempos de David cuando ya había sido puesto a prueba su poder, pero aún no se había hecho manifiesta en Israel la reprobación de Saúl y cantaban los grupos de hombres y mujeres: Saúl mató a mil, y David a diez mil.

XI

1. Pero, si alguien todavía necesita buscar en todo esto una aplicación individual, podrá encontrar también aquí un sentido espiritual recurriendo a la experiencia. Efectivamente, el enemigo se esfuerza en herimos por la derecha con una presunción mucho mayor, y con una astucia mucho más sagaz que por la izquierda. No pone el mismo afán para arrancarnos los bienes del cuerpo como para robarnos los del corazón. Sabemos muy bien que codicia estos dos aspectos del bienestar humano y que procura privamos de esta doble felicidad: la terrena y la celestial. Pero trabaja con más ahínco para privarnos del rocío celestial que de la fertilidad terrena. juzga ahora si ha sido una incongruencia considerar la realidad material y la espiritual como si fueran esos dos lados del salmo, cuando nos consta que en ambas realidades se apoya la doble sustancia de la naturaleza humana.

2. Y espero, naturalmente, que no me echéis en cara al haber asignado a la derecha los bienes espirituales y a la izquierda los materiales, especialmente vosotros que andáis siempre atentos a no confundir la izquierda con la derecha, ni la derecha con la izquierda. Así lo confirma, además, la verdadera Sabiduría: en la diestra trae largos años, y en la izquierda, honor y riquezas. Es importante que nunca perdáis de vista por dónde ataca con mayor violencia la contumaz caterva de los enemigos. Para resistir más intrépidamente allí donde sea más urgente, donde recae más todo el peso de la batalla, donde estriba la clave decisiva de la lucha, donde se decide definitivamente o la ignominiosa cautividad para los vencidos o la gloria del triunfo para los vencedores.

XII

1. Finalmente, y no os digo ningún disparate, habéis expuesto vuestro lado izquierdo para que libremente lo golpee el enemigo, y así defender el derecho con mayor atención: Esto precisamente recomendó Cristo, y todos los cristianos deben seguirlo: imitar la astucia de la serpiente, que, cuando es necesario, expone todo su cuerpo para defender sólo su cabeza. Esta es la verdadera filosofía y el consejo del Sabio: Por encima de todo, guarda tu corazón, porque de él brota la vida. Esta es, por fin, la gracia y la misericordia de Dios para sus siervos, que mira por sus elegidos. Pues, como olvidándose provisionalmente de su izquierda, los asiste en su derecha, siempre solícito protector. Esto lo testifica de sí mismo el Profeta: tengo siempre presente al Señor; con él a mi derecha no vacilaré. ¿No crees que él únicamente agarraba la mano derecha también a aquel hombre al que, por permisión suya, el enemigo pudo libremente hacer cuanto quiso en su hacienda y en su carne? Porque le dijo: Respétale la vida.

2. ¡Ojalá, buen Jesús, estés siempre a mi derecha, ojalá me agarres siempre la mano derecha! Sé y estoy cierto que no me dañará adversidad alguna si no se apodera de mí la iniquidad. No me importa que sea esquilmado y maltratado mi lado izquierdo; que me hieran con injurias, que me muerdan los oprobios; a ello me expongo gustosamente, con tal de que me guardes tú y tú mismo me protejas por mi lado derecho.

XIII

1. Tal vez, debamos pensar que son más bien hombres y no demonios esos mil que van a caer a mi izquierda, ya que sólo nos persiguen por unos bienes materiales y caducos; bien porque los codician por la vileza de su envidia o bien porque, debido a la injusticia de sus ambiciones, se sienten tristes por no poseerlos. Quizá pretendan arrebatarnos los bienes de este mundo, o el favor de los hombres, o la vida misma. En todo esto puede ensañarse la crueldad de la persecución humana; pero al alma nada puede afectarle.

2. Los demonios, por el contrario, nos envidian principalmente los bienes superiores y eternos; no para recuperar lo que irremisiblemente perdieron, sino para que el pobre levantado del polvo no consiga la gloria en la que fueron creados y de la que cayeron irremisiblemente. Su obstinada maldad se enfurece y consume de odio al ver que la fragilidad humana alcanza lo que él no mereció conservar. Y si alguna vez intentan arruinar a alguien en sus bienes materiales o son felices cuando otros se lo hacen, ponen todo su esfuerzo en que sus reveses materiales sirvan de ocasión para ruina espiritual o ajena.

3. Por su parte, los hombres, siempre que nos inducen o intentan perjudicarnos de cualquier manera, no buscan expresamente nuestro mal, sino en unción de un resultado material, bien para ellos mismos, para nosotros o para un tercero. Sólo pretenden, al parecer, alcanzar un provecho o evitar un perjuicio. A no ser que alguien se haya vuelto demonio y desee la condenación eterna para el hombre, como a su mayor enemigo.

XIV

1. ¿Es posible que nosotros, pobres hombres, nos adormilemos en nuestro desvelo espiritual cuando nos ataca el espíritu maligno de maneras tan diversas? Decirlo da vergüenza pero es imposible callarlo por el intenso dolor que produce. Hermanos, ¡a cuántos les sorprende aquella terrible frase del Profeta, incluso entre los que llevan un hábito religioso y viven comprometidos con la perfección: Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha! Efectivamente, se desviven volcados sobre su lado izquierdo para custodiarlo; saben mucho; pero su sabiduría es a de este mundo, al que debían haber renunciado; es un saber revelado por la carne y por la sangre y parecía que no deseaban contar con él. Podrás, finalmente, descubrirlos cuando tratan de conseguir con tanta avidez los intereses presentes; cuando se regocijan, muy vulgares; con los bienes transitorios; cuando se turban con profundo abatimiento ante los infortunios, aun mínimos, de los medios materiales; cuando pleitean por ellos tan egoístamente y corren de aquí para allá con increíble libertinaje, y cuando se enredan en asuntos civiles con tan poco sentido religioso, como si todo ello fuera su única porción, todo su patrimonio.

2. Si el labrador cultiva con mucho afán su pobre tierra, es porque no tiene otra finca de mayor valor. Y si el mendigo esconde en su seno un mendrugo de pan, es porque se trata del único metal que puede enmohecerse en su bolsa. Pero tú, ¿cómo vuelcas tus propias ansias en tan extrema miseria y despilfarras infelizmente tu propio trabajo? Mira que tienes otros bienes, aunque te parezcan alejados. Te equivocas; nada tan cercano a nosotros como lo que llevamos dentro. Pero quizá no te quejas porque están lejos, sino porque te parecen improductivos, y por eso crees que debes buscar aquí tu propia subsistencia. Te engañas: allí la encontrarás mejor; es más, sólo la encontrarás allí. ¿Por qué piensas que no exigen tu esfuerzo o que no compensarán tu trabajo? ¿O crees que ya están bajo seguro y no necesitan la vigilancia de un guardián? En cualquiera de las dos suposiciones, ten por cierto que deliras. Pues allí se harán plena realidad aquellas palabras: Lo que uno cultive, eso cosechará. A siembra mezquina, cosecha mezquina; y quien siembra con larguezas, con larguezas cosechará. Y dará treinta, sesenta o ciento. Si tienes aún el tesoro, lo llevas en vasijas de barro. Pero creo que ya lo perdiste, que ya te lo robaron; me parece que otros devoraron tu fuerza y no te enteraste; ya no puedes poner tu corazón en tu tesoro, pues te has quedado sin él.

3. Si no es así, si eres tan solícito, si no eludes lo más insignificante, si con tanta delicadeza te preocupas hasta de la faja, te ruego que no olvides la vigilancia de tu granero. No expongas tu tesoro, tú que te acuestas en tu muladar. Y si tal vez lo envidian mil, a tu tesoro lo cercan diez mil, que les aventajan tanto en número como en astucia y crueldad. Vuelve allí los ojos de la fe, porque quizá han forzado ya las puertas; tal vez estén ahora robándolo todo a discreción y repartiéndose el botín. Y si vives apegado al lado izquierdo, ¿por qué te cuidas tan mal de él? ¿No será quizá porque las cosas del lado izquierdo se te han puesto enfrente? Por eso las tienes siempre delante de ti, y el que las toca, piense que no te ha tocado la mejilla, sino la niña de tus ojos.

XV

1. Por lo demás, cuídate de ti mismo, quienquiera que seas; si es que, olvidando las cosas de la derecha, te esmeras en las de la izquierda, no sea que te encuentres colocado con las cabras a su izquierda. Dura palabra, hermano; no sin razón os habéis espantado. Pero no es menos necesario prevenirse como estremecerse. Precisamente, mi Señor Jesús, colmados todos los beneficios de su inestimable compasión para conmigo, toleró que su lado derecho fuese traspasado por mí, porque deseaba darme de beber de su lado derecho y disponer en él un refugio para mí. ¡Ojalá merezca yo ser como una paloma que anide en los huecos de la peña, en las oquedades de lado derecho! Pero ten en cuenta que él no sintió esta herida. Quiso recibirla después de muerto, para prevenir que tú, mientras vivas, debes vigilar siempre guardando este lado; es menester considerar como muerta el alma que con una insensibilidad funesta oculte que le han herido en el lado derecho.

2. Con razón se afirma que el corazón del hombre está a la izquierda, porque su amor está inclinado siempre instintivamente hacia la tierra. Y lo sabía aquel que gemía lastimosamente: Mi alma está pegada al polvo; reanímame con tus palabras. Pero tampoco quería una resignación bajo esta tendencia de nuestra condición humana por la pesadez del corazón. Por eso nos amonestaba: Levantemos con las manos el corazón al Dios del cielo. Con esto nos insinuaba resueltamente que lo cambiemos del lado izquierdo al derecho. La milicia del mundo; hermanos, en el brazo izquierdo lleva solamente el escudo. No les imitemos, si no queremos que nos consideren como a ellos, que luchan por el mundo, no por Cristo. Ningún soldado en activo se enreda en asuntos civiles. Es decir, que siempre se debe coger el escudo con la izquierda, nunca con la derecha.

XVI

1. Sin embargo, hermanos, no olvidéis que ambos lados debemos cubrirnos. Su fidelidad te cercará como escudo. Y el Apóstol dice: Con la derecha y con la izquierda empuñamos las Armas de la honradez. De todas maneras, escucha a la misma justicia, porque tal vez nos indica que no protejamos de la misma manera a los dos lados. Por una arte, se nos manda: Amigos, no os toméis la venganza; dejad lugar al castigo. Además; nos indica: No dejéis resquicio al diablo. Y también: Resistid al diablo, y os huirá. Escucha también cómo debes cubrir ambos lados: Procurad la buena reputación no sólo ante Dios, sino ante la gente.

2. Lo que Dios quiere es que, haciendo el bien, no sólo consigáis disipar la envidia de los malos espíritus, sino también tapéis la boca a la estupidez de los ignorantes. Pero ¿necesitaremos siempre esta protección, porque el escuadrón enemigo nos atacará de continuo y por ambos lados? No; llegará un día en que no nos acometerán e incluso ni se mantendrán en pie. Caerán a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha. Y entonces ya no tendrá nada que hacer la malicia humana, ni temeremos a las miles de demonios, como si fueran otras tantas bandadas de moscas o de gusanos. Como los hijos de Israel después de atravesar el mar Rojo, contemplaremos los cadáveres de los egipcios por doquier y las ruedas de los carros hundiéndose en lo profundo. Y también nosotros, pero con mayor seguridad y gozo, cantaremos al Señor, porque manifestó su gloria arrojando al mar a caballos y jinetes. Amén.

SERMÓN IX
SOBRE EL CASTIGO A LOS MALVADOS

I

1. Os hablaría más brevemente, amadísimos, si pudiera hacerlo con más frecuencia; creo que esto también vosotros habéis podido advertirlo alguna vez. Pues, además del peso agobiante de cada jornada, hemos tenido que soportar muchos días el molestísimo silencio de vuestro consuelo y aliento. Por eso creo que nadie podrá extrañarse si, llevado del deseo de ganar tiempo, el sermón, cuanto menos frecuente, debe alargarse más. Vaya por delante este breve exordio para excusarme ante vosotros, a la vez, por la prolijidad del sermón de ayer y por la brevedad del de hoy, pues me temo que para algunos, uno u otro haya resultado menos grato, o más bien los dos.

2. Su brazo es escudo y armadura. No temerás el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que se desliza en las tinieblas, ni la epidemia que devasta al mediodía. Caerán a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha; a ti no te alcanzará.

3. A partir de aquí hemos expuesto en los sermones precedentes lo que la misma Verdad se ha dignado brindarnos: cómo defiende al alma fiel ahora en las tentaciones y después en las dificultades. Ambas cosas las menciona más brevemente el Profeta en otro salmo: Con tu ayuda seré liberado de la tentación; fiado en mi Dios, asaltaré la muralla. Si él es mi guía, ni al entrar aquí encontraré tropiezos, ni al subir allí obstáculos. Quedan, pues, representadas la constante salvación y la garantía de la plena liberación. Y todavía añade una tercera promesa: Tú lo verás con tus propios ojos, como oferta de una felicidad no pequeña. Porque caerán a tu izquierda mil, y diez mil a tu derecha; a ti no te alcanzará. Tú lo verás con tus propios ojos. Te ruego, Señor, que sea así. Caigan ellos, y no yo; sientan terror ellos, y no yo; véanse defraudados ellos, y no yo.

II

1. Con toda evidencia y brevemente se nos confía aquí la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo. Cuando ellos caen abatidos, yo mismo seré quien lo vea, y no se engañarán mis ojos al contemplar su último merecido. Porque no dice simplemente con los ojos, sino lo verás ron tus propios ojos. Con estos que ahora se debilitan y me abandonan por tantas aflicciones mientras esperas en tu Dios. Realmente, hermanos, esperando, los ojos se nublan de pesar. ¿Quién espera lo que ya ve? Esperanza de lo que se ve, ya no es esperanza. Lo verás entonces con esos ojos que ahora ni te atreves a levantarlos al cielo; con los mismos que en este entretanto se arrasan en lágrimas tantas veces y se arrasan por la constante compunción. No creas que te darán otros nuevos, porque los tuyos serán renovados. ¿Qué hablo yo de los ojos, una parte tan pequeña del cuerpo humano, pero tan relevante y maravillosa, si ni un solo cabello de nuestra cabeza se perderá? Esa es la gozosa esperanza depositada en nuestro mismo seno por la promesa del que es la fidelidad.

III

1. Tal vez se nos promete expresamente la visión de los ojos, porque el mayor deseo del alma en esta vida parece ser la contemplación de la bondad. Espero ver la bondad del Señor en el país de la vida. Desea que le abran a la verdad suprema las ventanas más elevadas del cuerpo, porque anhela ser guiado por la visión y no por la fe: Es cierto que la fe sigue a la escucha del mensaje, y no a la visión. Además es anticipo de lo que se espera, prueba de realidades que no se ven. Luego en la fe, como en la esperanza, nos falta a visión; sólo nos sirve la escucha. Dice el Profeta: El Señor me abrió el oído; pero algún día nos abrirá también los ojos. Y entonces ya no se nos pedirá: Escucha, hija, inclina tu oído. Sino: Levanta ya tu mirada y Contempla. ¿Qué? El gozo y la dicha que atesora para ti tu Dios. ¿Qué más? No sólo eso, que, a pesar de que no lo ves, puedes escuchar y creerlo, sino además lo que ojo nunca vio, ni oreja oyó, ni hombre alguno ha imagina o; lo que Dios ha preparado para aquellos que le aman. Después de la resurrección, los ojos quedarán cautivados por todo lo que ni el oído ni el alma misma pueden captar ahora. Pienso que, debido a este apasionado deseo sensible del alma de ver o que oye y cree, un pregonero cualificado de la futura resurrección menciona expresamente el sentido de la vista, diciendo: Después de que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro; mis propios ojos lo verán; y añade: El corazón se me deshace en el pecho!

IV

1. Tal vez debamos considerar con mayor atención lo que acaba de decir: Mis propios ojos, o como dice el salmo: Lo verás con tus propios ojos. ¿Es que ahora puedo considerarlos cómo míos? En absoluto, no son míos. En algún momento lo fueron, pues forman parte de la herencia que recibí del Padre. Pero la guardé muy mal. Rápidamente la desbaraté. En un momento la derroché. La ley del pecado se apoderó de todos los miembros y la muerte entraba libremente por mis ventanas; yo mismo me hice esclavo suyo. Esclavo desgraciado por cieno, pues no era ya siervo de otro hombre, sino de una piara inmunda y cenagosa. Ni siquiera lo hacía en calidad de jornalero, sino como el mayor esclavo. A no ser que alguien considere como jornalero a quien se le niega hasta la comida; una comida peor aún que el hambre. Porque deseaba comer las algarrobas de los cerdos, y nadie me las daba: vivía para los cerdos, pero no compartía con los cerdos. Por último, ¿acaso eran míos los ojos cuando asolaban mi alma? Al fin, la misma necesidad me obligó a rehusar el beneficio en manos del Señor, para que, dada mi impotencia, él mismo lo reivindicase para si de la total tiranía.

V

1. Meditad, amadísimos, y percataos bien del poder que os ha liberado del yugo insoportable del Faraón, pues va no presentáis vuestros miembros como armas de iniquidad al servicio del pecado ni reina más en vuestro cuerpo mortal. Hermanos, esto no podéis realizarlo por vosotros mismos: La diestra del Señor es poderosa; sólo puede hacerlo el que tiene un poder absoluto. No digáis: Nuestra mano ha vencido; reconoced que la mano de Dios lo ha hecho todo para salvarnos y ser veraces. Y que nadie vacile en tener la máxima cautela, porque corren días malos; nunca podemos estar tan seguros que caigamos en la presunción de pretender tomar esta herencia suya de manos de un tutor tan entrañable Y solícito para disponer de ella con una libertad peligrosa y nociva. Pues el celo de tu Padre es para tu bien; no es un recelo de rivalidad, sino una diligencia que lo dispone todo para reservarse íntegra la hacienda, de modo que no la pierdas. Cuando por fin llegues a la santa y maravillosa ciudad, en cuyas fronteras ha restablecido la paz, en la que ya no hay por qué temer incursión alguna del enemigo, no sólo te devolverá a ti mismo, sino además se te dará a sí mismo.

2. Mientras tanto aléjate de tus voluntades y no te apropies temerariamente de tus miembros entregados a Dios, consciente de que, una vez consagrados a la virtud, no se pueden utilizar, sin grave sacrilegio, para la vanidad, la curiosidad, el placer y otras obras mundanas parecidas. Dice el Apóstol: Sabéis muy bien que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros porque Dios os lo ha dado. Y añade: Pero el cuerpo no es para la fornicación. ¿Para quién entonces? ¿Acaso para ti? Sea para ti con toda libertad, pero si eres capaz de salvarlo con tus propias fuerzas de la violencia de la fornicación o, al menos, preservarlo. Pero, si quizá no puedes y porque realmente no puedes, que no sea el cuerpo para la fornicación, sino para el Señor. Vive consagrado a él, no sea que de nuevo venga a ser un esclavo más degradado de la corrupción. Lo dice el Apóstol: Hablo en términos humanos por lo flojos que estáis. Igual que antes cedisteis vuestros cuerpos como esclavos a la inmoralidad para la inmoralidad total, cededlo ahora a la honradez para vuestra consagración. Pero esto os lo digo por nuestra debilidad, como nos lo ha advertido. Mas cuan o resucite fuerte lo que sembró lo débil, ya no habrá necesidad alguna de esclavitud. Cuando la seguridad sea libre y la libertad segura, se lo devolverá gustosamente. ¿No va a conceder plena libertad a su criado fiel este Padre de familia tan generoso, si le confía todas sus posesiones?

VI

1. Entonces lo verás con tus propios ojos si ahora admites fielmente que son suyos y no tuyos. Primero, en razón de ese voto necesario a que nos hemos referido, por el cual los miembros mismos, que de ninguna manera o rías defenderlos de la tiranía del pecado, los entregaste a culto divino, renunciando a tus propias voluntades. Pero, además, tampoco puedes pensar que son tuyos tus ojos, ya que, si no reina, al menos reside en ellos una ley hostil, o incluso prevalece y campea libremente la pena del pecado, tu segundo enemigo. ¿Vas a llamar, por tanto, tuyo al cuerpo, si ya está muerto por el pecado, o podrías asegurar que pertenece al alma, cuando no cesa de oprimirla? El que desee llamarlo suyo, lo hará correctamente si lo cataloga como su propia carga y prisión. Si no, ¿Cómo considerarás tuyos a unos ojos que, quieras o no quieras, se rinden tan a menudo al sueño, los irrita el humo, los hiere una brizna, se nublan por cualquier supuración, los martirizan agudos dolores y termina cegándolos la muerte?

2. Sí, serán totalmente tuyos cuando todo esto desaparezca y puedas verlo todo con tus propios ojos, abriéndolos a tu gusto con toda libertad y tranquilidad. Ya no tendrás que apartarlos de las vanidades, porque verán la verdad en toda su pureza; no subirá la muerte por sus ventanas, porque también su hostilidad será vencida la última. ¿Temes, acaso, que sean deslumbrados entonces por el fulgurante resplandor de cada justo que brillará como el sol? Ciertamente, deberías temerlo si esos ojos tuyos no fueran glorificados por la resurrección, al igual que los restantes miembros del cuerpo.

VII

1. Verás la paga de los malvados. Eso constituirá, sin duda, un tormento ignominioso para ellos y como la culminación de todos sus males. Tal vez se viesen consolados de alguna manera si pudiesen eludir en sus tormentos el ser reconocidos por aquellos a quienes perversamente persiguieron o, al menos, escapasen de sus moradas. Pero aunque por este descubrimiento nuestro les sobrevenga como un peso inmenso a su desgracia, ¿por qué debemos mirarlos, qué interés o qué satisfacción podemos encontrar en ello? ¿Es que ahora juzgaríamos algo más irreligioso, inhumano y hasta execrable que pretender recrearse contemplando el tormento de unos enemigos, por inicuos que sean, y deleitarse con los suplicios de unos desgraciados Sin embargo, el malvado, al verlo, se irritará, rechinarán sus dientes hasta consumirse, porque los benditos del Padre serán llamados al Reino antes de que los malditos sean echados camino del fuego; así, viendo lo que han perdido, se intensificará su dolor. Y, al mismo tiempo, los justos lo verán con gozo pensando de qué se han librado.

2. Esa abismal separación tendrá un doble efecto: los cabritos morirán de envidia al ver a los corderos, mientras la contemplación de los malvados será, para los elegidos, fuente de inmensa gratitud y alabanza. ¿Cómo podrían los justos rendir una acción de gracias tan digna sino porque, además de gozar de su impensable felicidad, contemplan el castigo de los malvados? Así reconocen fielmente y con toda devoción que han sido segregados de los pecadores por pura misericordia del Redentor. Por su parte, los impíos se derretirán de envidia en su espíritu. ¿No será por ver cómo otros son introducidos ante sus ojos en el Reino del gozo más pleno, mientras ellos son condenados a gemir entre el hedor, el espanto, el tormento del fuego eterno y el sufrimiento de una muerte inmortal? Allí será el llanto y el apretar de dientes; llanto por el fuego que no se extingue, apretar de dientes por el gusano que no muere. Llanto doloroso, rabioso apretar de dientes. La crueldad de los tormentos dislocará el llanto; la misma fiereza de la envidia devoradora y la maldad empecinada serán el desquiciamiento y el rechinar de dientes. Por tanto, verás la paga de los malvados para que no termines en ingratitud hacia tu libertador por desconocer tan gran riesgo.

VIII

1. Y todavía más: la paga de los malvados será perfecta seguridad para los justos, porque jamás podrán temer va la maldad humana ni la diabólica; caerán a su izquierda mil, v diez mil a su derecha. Pero no sólo verán que caen ; los verán caer en el infierno. ¿Crees que ya nada podrían temer? ¿No deben sospechar aún de aquella serpiente, la más astuta de todos los animales? Recuerdan perfectamente cómo un día redujo a la mujer en el paraíso. Pero ahora ven que su cuerpo es arrojado a las llamas de la venganza y que se abre una inmensa sima para separarlos de ella.

IX

1. Esta contemplación de los malvados te aportará una tercera ventaja: comparándote con su deformidad, brillarás más nítida y gloriosamente. Lo mismo sucede cuando se cotejan las cosas opuestas entre sí. Parece que resaltan aún más sus cualidades; si acercas lo blanco a lo negro, la blancura parece mayor, y la oscuridad más tenebrosa. Pero escucha una palabra profética más segura: Goce el justo viendo la venganza. ¿Por qué así? Bañe sus pies en la sangre de los malvados. No los contaminará con esa sangre, sino que los lavará en ella. Lo que a uno le vuelve más infecto y sórdido, eso mismo limpia y engalana más al otro.

X

1. Quizá ni en esta vida encontremos a alguien que no se impresione por ninguna de estas tres razones. Ellas, son embargo, nos dan el motivo por el que se reirá la Sabiduría ante la perdición de los malvados. Su palabra, que no miente, nos lo desvela así: Os llamé, y rehusasteis; extendí mi mano, y no hicisteis caso. Y más abajo: Pues yo me reiré de vuestra desgracia; me burlaré cuando os alcance el terror, cuando os llegue como huracán la desgracia. ¿Por qué creemos que la Sabiduría puede complacerse en la ruina de los necios sino por la rectísima justicia de sus disposiciones y la irreprochable ordenación de sus planes? Y lo que entonces cause complacencia a la Sabiduría, necesariamente deberá satisfacer también a todos los sensatos.

2. Por tanto, no pienses que te resultará duro verificar la realidad de esta frase: Nada más mirar con tus ojos, cuando tú mismo has de reírte de la desgracia de los malvados. Y no porque te alegres de la venganza con cierta crueldad inhumana, sino por la belleza misma de la Providencia divina, que deleita, mucho más de lo que se puede creer, al que es celoso de la divina justicia y amante de la equidad. Cuando, iluminado por la verdad, descubras plena claramente que todo ha concluido perfectamente y ha sido devuelto a su propio lugar,; cómo no te vas a sentir a gusto meditándolo todo y alabando por ello al que todo lo dispone? Con gran precisión afirmó Pedro que el hijo de la perdición se marchó al lugar que le correspondía; se despeñó y reventó por medio el complice de los espíritus malignos. Por eso, el cielo se negó a acogerlo, y la tierra no pudo mantenerlo, por ser el traidor del verdadero Dios y verdadero hombre, que bajó del cielo para consumar la salvación en medio de la tierra.

XI

1. Así, pues, lo contemplarás con tus ojos, verás la paga de los malva os. Primero, por tu liberación; segundo, por tu total seguridad; tercero, por la comparación; cuarto, por la perfecta emulación de la misma justicia. Porque ya se acabó el tiempo de la misericordia y comienza el del juicio; no podemos esperar entonces compasión alguna hacia los impías, si va es imposible su enmienda, pues queda lejos esa sensibilidad de la delicadeza humana, de la que el amor se sirve ahora oportunamente para la salvación, como red que se extiende para recoger en su amplísimo seno toda clase e peces, buenos y malos; esto es, las inclinaciones aceptables y las funestas. Pero estamos faenando en el mar. Por eso se recogerá en la orilla solamente a los buenos, alegrándose con los que están alegres, porque ya no podrá llorar con los que lloran. De lo contrario, ;cómo juzgaremos nosotros el mundo si no olvidásemos esta inclinación a la ternura y no nos metiera en su bodega? Así quedó dicho: Entraré en las proezas del Señor; sólo recordaré, ¡oh Dios!, tu justicia.

2. Tampoco ahora se nos permite ser parcial ni para favorecer al pobre o compadecerse de él en el juicio. Aunque sea sintiéndolo mucho, debemos reprimir esta tendencia de la ternura y emitir la sentencia justa. ¡Cuánto más entonces! Ya no puede entrometerse ningún conflicto ni ansiedad de espíritu, porque tiene que cumplirse lo que está escrito: Sus jueces fueron absorbidos uniéndose a la piedra.. Fueron absorbidos totalmente por su deseo de justicia y por la firmeza de la Piedra, a la que se unieron imitándola. Unidos a la Piedra, porque para seguirla únicamente a ella lo dejaron todo. Esto es lo que la Piedra misma respondió a Pedro cuando le preguntó qué les tocaría a ellos: Cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria también vosotros os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Ya lo anunció también el Profeta: El Señor vendrá a juzgar con los ancianos de su pueblo. ¿Esperas encontrar flexibilidad en los jueces solidarios con la Piedra? Dice el Apóstol: El que está unido al Señor es un Espíritu ron él. Así, el que se une a la Piedra, forma una roca con ella. Con razón suspiraba el Profeta: Para mí, lo bueno es adherirme a Dios. Por eso, los jueces fueron absorbidos uniéndose a la Piedra. ¿Qué favor tanta familiaridad!¡Qué privilegio tanta confianza!¡Qué prerrogativa esta seguridad tan perfecta!

XII

1. ¿Puede pensarse algo más pavoroso, que desborde tanta ansiedad y tan inquieta preocupación, como comparecer ante tan espantoso tribunal para esperar una sentencia tan incierta de un Juez tan rígido? Es horrendo caer en manos del Dios vivo. Juzguémonos ahora, hermanos, y tratemos de eludir aquella terrible expectación mediante el juicio presente. Dios no juzgará dos veces una misma cosa. Ya antes el juicio son palmarios tanto los pecados de unos como los rectos afanes de los otros; de modo que, sin esperar a la sentencia, se hundirán en los infiernos por el propio peso de los crímenes; por el contrario, los justos, con toda la libertad de su espíritu, subirán inmediatamente a las sillas que tienen reservadas.

2. ¡Feliz la pobreza voluntaria de los que todo lo dejaron para seguirte sólo a ti, Señor Jesús! ¡Feliz efectivamente, ya que los hace tan seguros e incluso tan gloriosos entre el trepidante estruendo de los elementos, en el amedrentador examen de los méritos y en el discernimiento tan exacto de los juicios! Pero escuchemos ya la respuesta del alma fiel y devota a tantas promesas; no pensemos que desconfía o que se fía más de lo conveniente. Porque tú eres, Señor, mi esperanza. ¿Cabe algo tan sobrio y devoto? A no ser que resulte tan oportuno como esta otra respuesta: Tomaste al Altísimo por defensa. Pero perdonadme, hermanos, que hoy también me he sobrepasado algo los límites de la brevedad que os había prometido.

SERMÓN X
SOBRE LA ESPERANZA EN DIOS

I

1. Escuchemos hoy también, hermanos, algo sobre la promesa del Padre, la expectación de los hijos, el término de nuestra peregrinación, el precio de nuestros trabajos, el fruto de la cautividad. Dura es, por cierto, esta cautividad. No la normal que sufrimos por e hecho de ser hombres, sino esa otra que nosotros mismos hemos elegido: mortificar nuestras propias voluntades y empeñarnos en perder hasta la propia vida en este mundo, entre los grilletes de rígidas observancias, en esta cárcel de dura penitencia. Esclavitud miserable de verdad si se abraza por coacción y no libremente. Pero como ofrecéis a Dios un sacrificio voluntario y violentamos voluntariamente la voluntad, es que existe por medio una razón: la razón suprema por excelencia. ¿Puede pesarnos lo que hagamos por él, aunque nos resulte difícil y trabajoso?

2. A veces, la misma contrariedad del esfuerzo provoca compasión; pero, mirando a sus motivaciones, suscita una felicitación, mucho más si todas las buenas obras se realizan no sólo por Dios, sino gracias a Dios. Porque es Dios quien activa en vosotros ese querer y ese actuar que sobrepasan la buena voluntad. El es el autor y el remunerador de la obra, él es la recompensa total. Así, ese Bien sumo, cuya simplicidad es tan perfecta en sí misma, viene a ser en nosotros la causa de todos los bienes, la eficiente y la final. Felices, amadísimos, porque, bajo el peso de todos estos trabajos, no ya os mantenéis firmes, sino que lo superáis todo gracias al que os amó. ¿No es también por él? Evidente. Ya lo dice el Apóstol: Si los sufrimientos de Cristo rebosan en vosotros, gracias al Mesías rebosa en proporción vuestro ánimo.

II

1. Por Dios es una expresión muy común y trivial. Pero, cuando no se usa superficialmente, es muy profunda. Brota con frecuencia de la boca de los hombres, aun cuando consta que su corazón está muy lejos de esas palabras. Todos piden limosna por Dios, todos suplican auxilio por Dios. Pero es muy corriente pedir por Dios lo que Dios no quiere, porque no se desea por Dios, sino precisamente contra Dios. Sin embargo, es una expresión viva y eficaz cuando, como debe ser, brota desbordante de una profunda piedad y de la más pura intención del espíritu; no maquinalmente, por rutina o por simple convencionalismo para convencer a otro. El mundo pasa, y su codicia también. Y se comprobará la inutilidad e inestabilidad de su firmeza cuando desaparezca el afán por cuya causa se ha desvivido. Pues, al evaporarse su mismo estímulo, desaparece con él todo cuanto en él se apoyaba. Por eso, el que cultiva los bajos instintos, de ellos cosechará corrupción, porque toda carne es heno, y su belleza como flor campestre; se agosta la hierba y se marchita la flor. Unicamente el ser por esencia es causa que nunca falla y no flor del campo, sino Palabra de Dios que dura por siempre. El mismo lo dice: El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.

III

1. Fuisteis inteligentes, amadísimos, eligiendo con gran acierto manteneros en la senda establecida, atentos a la voz de su boca para sembrar donde no puede perderse el más insignificante grano de vuestra semilla. Pues quien siembre mezguinamente, no dejará de cosechar, pero segará mezquinamente. El que cosecha recibe su recompensa. Y ya sabemos quién prometió que no quedará sin paga de justo ni siquiera el que dé un vaso de agua fresca al sediento. Si la misma medida que uséis la usarán con vosotros, ¿será igual la recompensa de quien no sólo dio un vaso de agua fresca, sino que, derramando su sangre, bebió el cáliz de la salvación que le presentaron? No se trata de un vaso de agua, sino del cáliz rebosante y embriagador, lleno de vino puro drogado. Sólo mi Señor Jesús, el único totalmente limpio, tuvo un vino puro y puede sacar pureza de lo impuro.

2. Sólo él tuvo vino puro, y por su divinidad es sabiduría que lo atraviesa y lo penetra todo y nada inmundo le contamina. Porque en su humanidad no cometió pecado ni encontraran mentira en su boca. Sólo él fue el único que sufrió la muerte sin contraerla por su propia naturaleza, sino por la opción de su libertad; no lo hizo por interés propio, pues no necesita nuestros bienes, ni para recompensar un favor con otro favor. El dio la vida por sus amigos sólo para rescatarlos, para transformar en amigos a los enemigos.

3. Cuando aún éramos pecadores, nos reconcilió por la sangre de su Hijo. O mejor, murió por los amigos no porque le amaron, sino porque él ya los amaba. En esto consiste la gracia: no en que nosotros amáramos a Dios, sino en que él las amó mucho antes. ¿Quieres saber con cuánta antelación? Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por medio del Mesías nos ha bendecido desde el cielo con toda bendición del Espíritu. Porque nos eligió con él antes de crear el mundo. Y añade poco después: Agraciándonos por medio de su Hijo querido. ¿Cómo no iba a queremos en él, si él nos eligió? ¿Cómo no vamos a contar con su gracia, si la hemos recibido en él? Para esto murió a su tiempo por los culpables; pero, debido a la predestinación, murió por sus hermanos y amigos.

IV

1. En cualquier caso, el vino puro es suyo y de él solo. Ninguna otra persona se atreverá a negar que no se le pueden aplicar a ella estas palabras del Profeta: Tu vino está aguado. Primero, porque nadie se ve limpio de impureza; nadie puede presumir de que su corazón es totalmente puro. Segundo, porque todos debemos pagar necesariamente el tributo de la muerte. Tercero, porque entregar la vida por Cristo es un atajo para llegar a la vida eterna. ¡Ay de nosotros si nos avergonzáramos de dar este testimonio! Cuarto, porque a un amor tan grande como el que nos ha mostrado y dispensado por pura gracia, sólo podemos corresponder con un amor desigual y lánguido.

2. Sin embargo, no desprecia esa mezcla sin mixtura. Por eso, el Apóstol afirma confiadamente que va completando en su carne mortal lo que falta a los sufrimientos de Cristo. Aunque a los llamados se tes dará a todos por igual el mismo denario de la vida eterna, hay diferencia entre el resplandor del sol, el de la luna y el de las estrellas; y sucede igual en la resurrección de tos muertos. La casa es la misma, pero tiene diversos aposentos con respecto a la eternidad y su bienestar. De modo que al que recogía mucho no le sobraba y al que recogía poco no le faltaba. Mas con respecto a la superioridad y a la diferencia de los méritos, dependerá de lo que cada cual haya trabajado y no se perderá absolutamente nada de cuanto se haya sembrado en Cristo.

V

1. Os he dicho esto, hermanos, para que valoréis la gracia de esa afirmación tan espiritual que hoy nos corresponde contemplar: Porque tú eres, Señor, mi esperanza. En todo lo que debemos hacer, en todo lo que debemos evitar, en todo lo que debemos sufrir y en todo lo que debemos decidir, tú eres, Señor, mi esperanza. Esta es mi única razón para confiar en todas las promesas y la única base de toda mi expectación. Otro recurrirá a sus méritos, se jactará de haber cargado con el peso del día y del calor, dirá que ayuna dos veces por semana y hasta se gloriará de no ser como los demás. Mas para mi lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi esperanza.

2. Esperen otros en otras cosas; quizá alguien confíe en el saber de las ciencias, o en la sagacidad mundana, o en cualquier otra vanidad; yo tengo por pérdida y basura todas estas cosas, porque tú eres, Señor, mi esperanza. Quien lo pretiera, que ponga su confianza en riquezas tan inciertas; pero yo no espero ni siquiera mi ración de pan sino de ti, fiándome de tu palabra, por la que todo lo he abandonado. Buscad primero que reine su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. Porque a ti se encomienda el pobre, tú eres el socorro del huérfano. Si me halagan con premios, esperaré conseguirlos de ti. Si un ejército acampa contra mí, si se enfurece el mundo, si brama el maligno, si la carne codicia contra el espíritu, yo esperaré en ti.

VI

1. Saborear esto, hermanos, equivale a vivir de la fe; sólo podrá decir de corazón: Porque tú eres, Señor, mi esperanza, aquel a quien interiormente e mueva el Espíritu a volcar en Dios sus afanes, convencido de que Dios lo sustentará, tal como lo dice también el apóstol Pedro: Descargad en Dios todo agobio, que a él le interesa vuestro bien. ¿Para qué, si lo sabemos; para qué vacilamos en desechar toda esperanza vil, vacía, inútil, seductora, y no ambicionamos únicamente esta esperanza tan segura, tan completa y tan feliz con toda la devoción del alma y con todo el fervor del espíritu? Si fuese para él imposible o difícil alguna cosa, busca otro en quien confiar. Pero todo lo puede con su Palabra. ¿Hay algo más trivial que decir una palabra? Cierto; pero no quiero que concibas así su Palabra. Si decretó salvarnos, seremos liberados siempre; si quiere darnos la vida, la vida está ya en su voluntad; si desea concedernos los premios eternos, puede hacerlo. Quizá no dudes de que lo puede precisamente; pero ¿sospechas de su voluntad de hacerlo? También son manifiestos los testimonios acerca de sus designios. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.

2. ¿Podrá jamás abandonar al que espera en él esa majestad que con tanto empeño nos amonesta a que confiemos en él? Está muy claro que no dejará plantados a quienes esperan en él. El Señor los protege y los libra, los libra de los enemigos y las salva. ¿Por qué razones, por qué méritos? Escucha lo que dice a continuación: Porque se acogen a él. Motivo muy amable, pero eficaz y además irrevocable. Ahí está, sin duda, la salvación; pero nace de la fe, no de la ley. En cualquier tribulación en la que clamen a mí los escucharé. Enumera, pues, tus tribulaciones. Según su número, tu alma recibirá otros tantos consuelos, con tal de que no recurras a otro, siempre que fe invoques a él y en él esperes; si es que no eliges como refugio algo ridículo y terreno, sino al Altísimo. ¿Quién esperó en el y quedó abandonado? Es más fácil que pasen el cielo y la tierra que sus palabras.

VII

1. Porque hiciste del Señor tu refugio, dice el salmo. Y no se acercará allí el tentador, no subirá allí el calumniador, no llegará allí el acusador de nuestros hermanos. Recordad que al comienzo del salmo se dice esto del que mora al amparo del Altísimo, refugiándose en él ante la debilidad del espíritu y en la tormenta. Porque se siente una doble necesidad de refugiarse: contiendas por fuera y temores por dentro. Sería menor esta necesidad de huir si la fuerza interior resistiese firmemente los asaltos exteriores y la propia debilidad se robusteciese con la paz interior. Porque hiciste del Señor tu refugio.

2. Hermanos, huyamos allá con frecuencia; en aquel alcázar no podemos temer a ningún enemigo. ¡Ojalá pudiéramos permanecer más en él! En esta vida no es factible. Pero lo que ahora es sólo un refugio terminará siendo una tienda; una tienda sempiterna. Entre tanto, aunque no se nos permita quedarnos, debemos refugiarnos allí con frecuencia. En toda tentación, en toda tribulación y en cualquiera otra necesidad tenemos abierta la ciudad de refugio y nos acoge el seno materno; nos aguardan los huecos de la peña y se nos manifiesta la entrañable misericordia de nuestro Dios.

VIII

1. Creo, hermanos, que podría ser ya suficiente todo lo dicho como comentario de este verso si el Profeta se hubiese expresado como en algunos otros salmos: Porque en ti he esperado. Pero dice: Tú eres, Señor, mi esperanza. Porque no sólo espera en él, sino que le espera a él. Y es que el objeto de la esperanza, en sentido más estricto, es lo que esperamos y no aquello en que esperamos. Hay algunos que desean alcanzar del Señor algunos bienes materiales o espirituales. Pero el amor perfecto sólo ansía el sumo bien y exclama con toda la vehemencia de su anhelo: ¿No te tengo a ti en el cielo. Y contigo, ¿qué me importa la tierra? Se consume mi corazón por Dios, mi lote perpetuo.

2. Hoy nos lo realzaba en pocas palabras, pero preciosamente la lectura del profeta Jeremías: El Señor es bueno para los que en él esperan y para el alma que lo busca. Subrayemos el detalle de la diferencia de número en la misma frase: el verbo "esperar" está en plural, como si fuera algo común a muchos; pero el verbo buscar en singular, porque corresponde a una pureza singular, a una gracia singular, a una perfección singular, propia de quien, además de esperarlo todo de Dios, a nadie busca sino a él. Si su bondad es grande con los primeros, ¿cuánto mayor no será con éstos?

IX

1. Con razón, pues, se dice al alma que lo busca: Hiciste del Altísimo tu refugio. Porque, si tiene tal sed de Dios, no desea hacer tres chozas, como Pedro en el monte terrenal, o tocarle, como María en esta vida, sino que exclama rotundamente: Date prisa, amor mía, como el gamo, como el cervatillo por las lomas de Betel. Porque ha oído sus palabras: Si me amarais, os alegraríais de que me vaya con el Padre, porque el Padre es más que yo. También le escuchó: Suéltame, que aún no estoy arriba con el Padre. Y, conociendo este consejo celestial, dice con el Apóstol: Aun cuando hemos conocido a Cristo según la carne, añora ya no lo conocemos así. Por las lomas de Betel, dice; esto es, por encima de todos los principados y potestades, ángeles y arcángeles, querubines y serafines, pues no hay otros montes, sino ésos; en la casa de Dios, que eso significa Betel. Es decir, en la derecha del Padre, don e va el Padre no es más que él; en la derecha del Altísimo, deseando poseer al Coaltísimo. Esta es la vida eterna: reconocer al Padre como único Dios verdadero, y a su enviado Jesucristo, verdadero Dios y uno con él, soberano y bendito por siempre. Amén.