15 de Julio

Lunes XV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 15 julio 2024

b) Mt 10, 34; 11, 1

         Disipa hoy Jesús un malentendido (Mt 5, 17), y deja claro que la paz que él trae (Mt 5, 9) no se basa en una opción contra la riqueza, prestigio o poder (Mt 5, 3), sino en el establecimiento de la justicia entre los hombres (Mt 5, 6). Se trata de una paz por la que hay que trabajar (Mt 5, 9), pero cuya propuesta suscita una tremenda oposición (Mt 5, 10-11).

         El efecto de su misión se indica con el texto de Miqueas. El profeta describe la corrupción de la sociedad (Miq 7, 1-7): las insidias, el soborno y la ambición de los poderosos. Y éstas son las razones de la división que produce el mensaje. Este no se propone en un mundo que lo desee, sino en una sociedad que niega la paz en todas sus acciones (v.16).

         En este ambiente de división, la 1ª lealtad ha de ser para Jesús; no puede uno renunciar a ella por fidelidad a vínculos familiares. Lo mismo pasa respecto a la sociedad: quien desafía sus principios será considerado como un criminal digno de muerte. Hay que aceptar también esa eventualidad.

         Enuncia Jesús el principio general con una paradoja basada en la oposición encontrar-perder. Encontrar significa apropiarse o tener para sí. El discípulo no debe tener un apego a su persona que lo lleve a reservarse su vida, debe saber darla. El que se desentiende de la necesidad del mundo y busca su comodidad o seguridad, ése se pierde. El que se arriesga, ése se encuentra. Son las nuevas formulaciones de la salvación (vv.22.32) y del peligro de perderse por el miedo (vv.26.28.33).

         La fidelidad de los discípulos los hace ser portadores, para el que los acoge, de la presencia de Jesús y del Padre (v.40). La bendición que obtiene el que los acoge está en proporción con la clase de acogida que les haga. Acoger significa compartir lo que se tiene con la persona a quien se acoge, y alude a que es la generosidad la que da valor a la persona (Mt 6, 22).

         Jesús se remite al AT, y al dicho de que "quien recibe a un profeta en calidad de profeta, tendrá recompensa de profeta", referido a los ejemplos de Elías y Eliseo (1Re 17,9-24; 2Re 4,8-37). La "recompensa de profeta" consiste en el beneficio que se puede recibir de un profeta (paralelamente, "la recompensa de justo"). En cambio, la que se recibe por acoger a un discípulo no es una "recompensa de discípulo", sino la expresada al principio, la presencia de Jesús y del Padre con la persona que acoge.

         La última afirmación de Jesús presenta una aparente incongruencia por el paso de la 3ª persona a la 2ª, que debería estar incluida en ella: "Quien da de beber a uno de estos pequeños, en calidad de discípulo, os lo aseguro". Lo normal sería que dijese "a uno de vosotros, que sois pequeños", pues ellos son los 12 discípulos de Jesús (Mt 10,1; 11,1). Dar un vaso de agua fresca, en el clima caliente y seco de Israel, era una muestra de verdadera hospitalidad.

         Con esto indica Mateo que los 12 mencionados (por sus nombres, la semana pasada) representan a la entera comunidad de Jesús, pero no la agotan. Lo característico del discípulo es ser "un pequeño", uno que no pretende la grandeza mundana según el contenido de la 1ª bienaventuranza (Mt 5, 3).   

         Cierra Mateo el Discurso Misionero de Jesús con un epílogo semejante al que cerraba el Discurso de la Montaña (Mt 7, 28). Vuelve a mencionar a los 12 discípulos, con lo que clausura la sección comenzada en Mt 10,1. La misión del Grupo de los Doce no impide que Jesús continúe su actividad (enseñanza y proclamación).

Juan Mateos

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         El texto del evangelio de hoy está ubicado en el 2º discurso de Jesús, de los 5 que presenta Mateo en su evangelio: el Discurso de la Misión, dirigido a la misión de los discípulos (Mt 9, 35-11,1). El texto de hoy es la última parte de este interesante discurso, y aporta el sentido profundo del seguimiento.

         Todo este final de la enseñanza de Jesús a sus discípulos viene en consonancia con todo el 1º discurso que presenta Mateo en su cap. 5, estableciendo los parámetros para el tipo de comportamiento que corresponde a la opción tomada (Mt 5, 3) aunque eso genere una tremenda oposición (Mt 5, 10.11).

         En continuidad con todo el cap. 5, este final del texto de hoy nos hace ver que el centro fundamental del seguimiento es Jesús, a lo cual el discípulo no puede renunciar por otro tipo de vínculos sociales o afectivos (v.37). Esta 1ª parte del texto de hoy establece una crítica radical del evangelio a la conformación de los lazos familiares que se basan en el apego utilitarista.

         Pero además podemos encontrar en el v. 42 una clara visión universal del seguimiento de Jesús, en una suave expresión que acoge a distintos tipos de seguidores, partiendo desde un gesto generoso de hospitalidad y acogida, no limitando la categoría de discípulo únicamente al Grupo de los Doce. Todas y todos somos enviados a cumplir la misión de Jesús en la humanidad, con obras que reflejen el amor y la justicia a los demás.

         Cuando un ser humano enfrenta tantos conflictos, cualquiera puede tomar la actitud de asustarse, o pensar si definitivamente está en lo cierto o se equivocó en la materia del conflicto o del choque con el otro. Es necesario que entendamos bien: Jesús no vino a traer paz (léase serenidad, calma, pasividad) frente a tanta injusticia, sino que vino a traer espada, que podemos entender como el compromiso contra todo lo que no es verdadera y justa paz.

Fernando Camacho

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         "No penséis que he venido a traer paz a la tierra, porque he venido a traer espada, y a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre". Esta frase no significa, evidentemente, que podamos ser negligentes en atender y amar a nuestros padres, pues en otros lugares del evangelio Jesús insiste para que muestro amor hacia ellos sea real y se traduzca en actos concretos de ayuda mutua (Mc 7, 11).

         Estas frases no deben pues utilizarse para justificar nuestro temperamento desabrido o violento, ni para excusar la incapacidad personal de hijo egoísta, ni para impedir amar sinceramente a los nuestros y a aquellos con los que convivimos.

         No, estas frases no se refieren a eso, sino a ciertas circunstancias de nuestra existencia en las que hay que tomar partido por Dios y por su causa (Jesús) aunque ello provoque la oposición de los nuestros. En este caso, Jesús nos pide que seamos capaces de preferirlo: "El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí".

         Se trata de una cuestión de amor, de preferencia: hay casos en los que estamos obligados a tomar una decisión por o contra Dios. Siguiendo a Jesús, no hay que dudar en esos casos. Todos los lazos terrestres, aun los más sagrados, como los de la familia, de la sangre, del ambiente, deben pasar, entonces a un 2º plano.

         Jesús afirma aquí una de las leyes fundamentales de la existencia: no hay que estar pendiente de la propia vida, ni tratar de poseerla para sí en una especie de ansia egoísta. Hay que salir de sí mismo, ir más allá y superarse. En el olvido de sí mismo es donde se halla la verdadera vida, la verdadera felicidad, el verdadero crecimiento y plenitud.

         La palabra de Jesús no tiene pues ningún aspecto negativo, ni triste ni punible. Sino que es una palabra de luz y de alegría: dar la propia vida (como Jesús) para "encontrar la vida". Una vida que es mucho más valiosa que la simple vida terrestre, pues "Yo he venido para que tengáis vida, y la tengáis en abundancia" (Jn 10, 10). Cada misa es el memorial y la renovación de ese misterio: "He aquí mi vida entregada por vosotros, he aquí mi cuerpo y mi sangre entregados por vosotros". ¿Cómo voy, desde hoy, a entregar yo mi vida?

         Jesús concluye su Discurso Misionero diciendo que "el que os reciba a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado. Y cualquiera que le dé a beber aunque sea un vaso de agua fresca a uno de esos humildes, no perderá su recompensa". ¡La acogida! ¡Ser acogedor! Esa es la forma sonriente del amor, el don más sencillo y el que con más frecuencia se puede practicar siempre, incluso cuando no se tiene otra cosa que dar. A lo menos, siempre se puede hacer eso: ser acogedores y amables en nuestro trato con los demás.

         Jesús ha evocado, así, las 3 clases de seguidores que él va a llevar tras de sí, como cima y conclusión del Discurso Misionero de Jesús.

-los profetas, o aquellos que tienen una responsabilidad en el pueblo de Dios;
-los justos, o aquellos que ofrecen a los demás su vida justa y honrada, como modelo;
-los pequeños, o aquellos que no tienen ninguna responsabilidad ni nada que ofrecer.

Noel Quesson

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         Terminamos hoy la lectura del Discurso de la Misión, del cap. 10 de Mateo. Y lo hacemos con unas afirmaciones paradójicas de Jesús: él no ha venido a traer paz, sino espada en el mundo y divisiones en la familia. Por lo cual, exhorta a amarle a él más que a los propios padres, buscarle sin cálculos vitales, cargar sobre nuestros hombros su propia cruz. Y todo ello para ser dignos de él.

         La página termina con una alabanza a quienes reciban a los que Jesús ha enviado como misioneros y evangelizadores: "El que os recibe a vosotros, me recibe a mí y no perderá su paga". Aunque sólo sea un vaso de agua lo que se haya dado.

         Ciertamente, aquí Jesús no se desdice de las recomendaciones de paz que había hecho, ni de las bienaventuranzas con que ensalzaba a los pacíficos y misericordiosos, ni del mandamiento de amar a los padres. Lo que está afirmando es que seguirle a él comporta una cierta violencia: espadas, divisiones familiares, opciones radicales, renuncias a cosas apreciadas. Y todo ello para conseguir algo que vale más que todo eso. No es que quiera dividir Jesús al mundo, pero esa va a ser una de las consecuencias a la fidelidad: la incomprensión de los amigos, los contrastes familiares.

         Hay muchas personas que aceptan renuncias por interés (comerciantes, deportistas), o por una noble generosidad altruista (activistas). Los cristianos, además, lo hacen por amor, y por la opción que han hecho de seguir el estilo evangélico de Jesús.

         Ya se lo había anunciado el anciano Simeón a María, la madre de Jesús: "Tu hijo será bandera discutida y signo de contradicción". Y también lo había dicho el mismo Jesús: "El Reino de Dios padece violencia, y sólo los violentos lo alcanzan".

         La fe, si es coherente, no nos deja "en paz", sino que nos pone ante opciones decisivas en nuestra vida. Ser seguidores de Jesús no es fácil, y supone saber renunciar a las tentaciones fáciles en los negocios o en la vida sexual. No es que dejemos de amar a los familiares, sino que, por encima de todo, amamos a Dios. Ya en el AT el 1º mandamiento era el de "amar a Dios sobre todas las cosas".

         Dejémonos animar por la recomendación que hace Jesús a quienes acojan a los enviados por él: hasta un vaso de agua, dado en su nombre, tendrá su premio. Al final, resultará que la cosa se decide por unos detalles entrañables: un vaso de agua, como signo de generosidad para con los que evangelizan este mundo.

José Aldazábal

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         En el pasaje de hoy afirma Jesús la superioridad del Reino sobre cualquier otro valor de este mundo, incluyendo los más valiosos a nivel particular, social y familiar. Notemos que el término utilizado por Jesús es "más que", y que por ello alude a valores comparativos: cuando entran en conflicto los valores del Reino y del mundo, los de éste último han de ser tenidos por menos. Y es que las circunstancias del Reino (y del mundo) son muchas veces diversas, y por eso hay que estar siempre sopesándolas, para que nuestras circunstancias mundanas (incluidas las familiares) no sean contrarias ni comparables a las exigencias del reino de Dios.

         Se trata de una invitación clara de Jesús: llevar nuestra vida cristiana hasta las últimas consecuencias. Una invitación que no es fácil, pues ya nos avista que "el que no toma su cruz y me sigue". Y si es duro ser rechazado por el mundo, lo es mucho más el serlo por la misma familia.

         Pero no se trata de rechazar, ni al mundo, ni a la familia, ni a los amigos. Sino que se trata de amar sobre todas las cosas a Jesús y la vida evangélica, y de hacer una opción radical que nos lleve a transparentar a Jesús. Se trata de una opción de fidelidad total.

         Jesús nos recuerda que el reino de Dios y su causa está por encima de realidades tan importantes como la propia familia o la ausencia de conflictos, y frente a las apariencias y disquisiciones en que a menudo nos enfrascamos.

         ¿Estás poniendo tu vida entera en cada palabra y cada gesto dirigido a Dios? ¿Defiendes la causa de los más pobres, sean quienes sean? ¿O acaso estás queriendo más a tus propias cosas, a tus ideas, a los ritos, a los montajes mentales, a las prescripciones litúrgicas que en lugar de ensanchar nuestro corazón y nuestro horizonte nos encorsetan y enfrentan unos a otros? Anteponer al otro y al Otro en lugar de lo mío. Esa es tu tarea y la mía.

Rosa Ruiz

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         Hoy Jesús nos ofrece una mezcla explosiva de recomendaciones, como en uno de esos banquetes de moda donde los platos son pequeñas tapas para saborear. Se trata de consejos profundos y duros de digerir, destinados a sus discípulos en el centro de su proceso de formación y preparación misionera (Mt 11, 1). Para gustarlos, debemos contemplar el texto en bloques separados.

         Jesús empieza dando a conocer el efecto de su enseñanza. Más allá de los efectos positivos, evidentes en la actuación del Señor, el evangelio evoca los contratiempos y los efectos secundarios de la predicación: "Enemigos de cada cual serán los que conviven con él" (v.36). Ésta es la paradoja de vivir la fe: la posibilidad de enfrentarnos, incluso con los más próximos, cuando éstos no entienden quién es el Señor, ni lo perciben como el Maestro.

         En un 2º momento, Jesús nos pide ocupar el grado máximo en la escala del amor: "Quien ama a su padre o a su madre más que a mí" (v.37), "quien ama a sus hijos más que a mí" (v.37). Se trata de dejarnos acompañar por él como a nuestro familiar nº 1, y poder recibir así al Padre Dios, puesto que "quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado" (v.40). El efecto de vivir acompañados por el Señor (acogido en nuestra casa) es gozar de la recompensa de los profetas y los justos, porque hemos recibido a un profeta y a un justo.

         La recomendación del Maestro acaba valorando los pequeños gestos de ayuda y apoyo a quienes viven acompañados por el Señor (a sus discípulos): "Todo aquel que dé de beber un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo" (v.42). De este consejo nace una responsabilidad: Respecto al prójimo, debemos ser conscientes de que quien vive con el Señor, sea quien sea, ha de ser tratado como le trataríamos a él. A este respecto, dice San Juan Crisóstomo: "Si el amor estuviera esparcido por todas partes, nacerían de él una infinidad de bienes".

Valentín Alonso

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         Nos cuesta comprender el texto del evangelio de hoy. Acostumbrados a oír a Jesús hablar de su Padre como un Dios que es amor y padre de todos, nos resulta difícil oírle ahora hablar de violencia, separación, ruptura. Jesús, además, nos pide que tomemos nuestra cruz. Y nos pide la entrega total a la causa del Reino. Esa es la única razón válida para Jesús. Por el Reino hay que dejarlo todo, radical y totalmente.

         Se trata, ciertamente, de una forma de hablar, y hay que entender bien lo que dice Jesús. Pero viene a decir que no convirtamos el café en café descafeinado, y mucho menos en aguachirri. Jesús nos quiere decir que nuestra fe debe ser el centro de toda nuestra vida, y nos recuerda que no podemos andar con engaños. No podemos mantener una doble vida.

         No podemos ser cristianos de domingo, para luego engañar en nuestro trabajo, defraudar a nuestros amigos o servirnos de nuestros familiares para lo que nos interesa. Ser cristiano, día a día y minuto a minuto, es el desafío que nos lanza Jesús.

Ernesto Caro

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         Jesús nos recuerda hoy que la vivencia del mensaje es contradictoria y engendra división. Jesús había experimentado esto mismo, y tenía fresca la memoria de los profetas anteriores. Por eso, la solución es la ruptura con lo que engendre todo eso (contradicción o división). El 1º rompimiento ha de darse con la propia familia, cuando los lazos de la sangre se ponen en contra de la realización del Reino. No debemos olvidar que la familia es la célula que propaga el esquema social, y que a través de la sangre se recibe la ideología de nuestros mayores.

         Para Jesús está claro que, por encima del amor a la familia, está el amor a su causa. Por eso dice que el que quiera a su padre o a su madre (o a su hijo o a su hija) más que a él, no es digno de él. Suenan duras estas palabras, pero para poder seguir a Jesús es necesario un rompimiento serio y radical con todo aquello que impida el reino de Dios. En un mundo donde se enseña a defender lo propio, a ser cada vez más individualistas, a amar sólo a la propia familia, o a defender sólo los bienes propios, el mensaje de Jesús será causa de problemas y de división.

         Por otro lado, el reino de Dios ha de ser universal, y por eso ha de romper los límites de la familia, de la raza, de la religión, de la patria. El reino de Dios sólo lo hacen realidad hombres y mujeres libres y autónomos en su corazón, y que son capaces de amar sin límites y sin barreras.

         El cristiano está llamado a ser universal, a reconocer lo bueno en los demás y no solamente en la gente de su grupo. Las condiciones para seguir a Jesús convierten así en signo de contradicción, y no se puede ser discípulo si se ama lo propio de forma excluyente, o no se aprende a pasar por el camino de la cruz, o no se purifica el corazón y la mente, o no se entrega la vida por los demás.

José A. Martínez

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         La parte final de las instrucciones de Jesús a sus apóstoles es demasiado extraña en relación a las anteriores. Estas iban orientadas al valor martirial, pero las que encontramos hoy parecen incidir en un aspecto desconocido hasta ahora: la separación de las cosas y personas cotidianas. Una separación que ha de hacerse de cuajo, rompiendo en 2 partes.

         El sentido de estos versículos, y sobre todo el contexto inmediato y general, muestran que Jesús no opone 2 sentimientos (o afectividades interiores) en cuanto tales, sino 2 direcciones concretas: el que avanza sin detenerse, y el que avanza deteniéndose. Quien proyecta seguir a Jesús y se detiene, dejándose amarrar por los lazos familiares, sería indigno de él. Jesús no reclama una adhesión exclusiva antes de dar el 1º paso en su seguimiento, pero afirma que los afectos familiares no deben impedir ni entorpecer este seguimiento.

         La sentencia que encontramos en el v. 39 es una de las más citadas en la tradición sinóptica: "Perder su vida". Esta sentencia significa "morir de muerte violenta", pero no por una razón cualquiera, sino a forma de seguimiento desprendido. "Encontrar su vida" significa ganar una vida nueva. Eso sí, quede claro que este versículo no describe una ley espiritual general, según la cual la muerte o el sufrimiento conducirían a la vida.

         "Quien a vosotros recibe, a mí me recibe", nos dice también Jesús. Se trata de la apuesta o rechazo por el reino de Dios, que ha de hacer todo discípulo como 1º paso en el seguimiento de Jesús. Pues tras ese 1º paso vendrá uno 2º, consistente en hacer realidad la opción tomada, ante los demás y en la propia acción diaria.

         Se comprende fácilmente que, ante las dificultades que sin duda tenían que afrontar los discípulos de Jesús, Mateo se haya vuelto hacia estas palabras de Jesús para descubrir en ellas el sentido de la responsabilidad del apostolado y los fundamentos de su confianza en Jesús, porque "él estará con ellos todos los días, hasta el fin del mundo".

Severiano Blanco

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         Mateo ofrece hoy una conclusión semejante a la que se encuentra en Mt 7,28. A partir de allí, la misión de Jesús comienza a realizarse en el horizonte de un rechazo al contenido de su mensaje, tal como se ha señalado en este 2º discurso de Jesús, llamado Discurso Misionero.

         Este horizonte de rechazo social hace que la 1ª advertencia que leemos esté referida a la necesidad de no engañarse sobre la naturaleza de la misión. Aunque precedentemente se ha hablado de anuncio de paz, la tarea no será considerada ante los ojos de los demás como un factor de paz, sino de conflicto.

         La cita de Miqueas (Miq 7, 6) reproducida por Mateo (vv.35-36) señala la causa de esta catalogación. El profeta describía la corrupción social existente en la sociedad. Ante esa corrupción el enviado de Dios no puede quedar indiferente y debe reaccionar con una palabra que condena el desorden existente y que, por lo mismo, es factor de la división incluso en la familia, es decir en el círculo más cercano de su actividad misionera.

         De allí la necesidad de una opción que coloque la adhesión a Jesús por encima de cualquier otra adhesión. No solamente los lazos familiares pasan a 2º plano sino también los intereses personales propios deben ceder el 1º lugar a la fidelidad a Jesús y a su mensaje.

         La preocupación por la propia vida puede llevar a traicionar el mensaje evangélico del que depende la realización plena de la vida de mensajero. Esta búsqueda de seguridad y comodidad para la propia existencia conduce inevitablemente a la ruina de ésta. Por el contrario, la aceptación del riesgo por la causa de Jesús y de su Reino conduce al verdadero éxito personal.

         Tras recordar la necesidad del enfrentamiento decidido y valiente con la sociedad y el entorno propio, Jesús pasa a señalar la creación de nuevos lazos solidarios que ocupan el puesto de los anteriormente existentes.

         La comunión de Jesús con su Padre se hace comunión de Jesús con sus enviados y de éstos con aquellos que los acogen. Esta cadena se construye en torno a la fidelidad al mensaje e implica una íntima participación cuyo fruto se traduce en una recompensa común.

         "Recibir a un profeta o a un justo" significa comprometerse con el proyecto de Jesús, y se concreta en los actos de hospitalidad entre los propios discípulos. "Dar un vaso de agua fresca" es otro de esos actos de hospitalidad, pero no sólo a los discípulos presentes o visibles, sino a todo tipo de discípulos (los veamos o no). Éstos últimos son definidos como "los pequeños", en alusión a todos aquellos que realmente carecen de algo en esta sociedad.

         A diferencia de la recompensa de un profeta y de un justo (que se refiere a la recompensa en grado de brindar), la recompensa de discípulo es la recompensa del mismo Dios, y Jesús la realiza con su presencia en la vida de aquellos que adoptan frente a ellos una actitud generosa y solidaria.

         La renuncia a los lazos del egoísmo humano implica el dolor de las rupturas y del extrañamiento social. Pero al mismo tiempo produce una nueva red en que están implicados el Padre, Jesús, los enviados y todo aquel que esté dispuesto a ofrecer su hospitalidad generosa.

Confederación Internacional Claretiana

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         Prosiguiendo la lógica de sus planteamientos anteriores, insta hoy Jesús a los discípulos a que opten definitivamente por el Reino. Una opción que exige rupturas, incluidas las más dolorosas: las familiares. No se puede seguir a Jesús bajo las restricciones que imponen los vínculos de la sangre, y el discípulo tiene que ser ante todo una persona libre y responsable.

         La 2ª de las rupturas pedidas por Jesús es la subsistencia personal, en bienes acumulados y estilo de vida. Así conseguirán los discípulos la libertad total para comportarse y ser realmente hijos de Dios, como lo es Jesús. Además, ya les buscará Jesús caminos alternativos, que combinen la predicación del evangelio y la supervivencia material. Fue lo que hicieron los propios Pedro y Pablo, a la hora de buscar métodos de subsistencia para su Iglesia de Jerusalén (vendiendo todas las posesiones y poniéndolo todo en común) y para sus comunidades paulinas (que compaginaron trabajo manual y anuncio del evangelio, e incluso colectas comunitarias).

         El ordenamiento social, comunitario y personal, propuesto por Jesús, choca violentamente con la mentalidad vigente del mundo. Y en este choque no sólo se nos van a oponer las autoridades y sus leyes, sino las propias familias y las costumbres de nuestro pueblo.

         Dios pone una comunidad de discípulos al servicio de una multitud universal, y por ello esa comunidad (y sus integrantes) debe ponerse al servicio de la gracia divina y no de los propios cálculos particulares. Entre los planes de esa gracia divina, nunca ha de omitirse el socorro a los mensajeros de la Buena Nueva. Las recompensas, a discípulos y al pueblo, las dará Dios a su tiempo.

Servicio Bíblico Latinoamericano

 Act: 15/07/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A