ANTIGUO EGIPTO
La Sátira de los Oficios

I
Introducción

Comienzo de la instrucción que hizo un hombre de Silé llamado llamado Hety, hijo de Duaef, para su hijo llamado Pepy, mientras marchaba al sur hacia la Residencia para situarlo en la escuela de escribas, entre los hijos de los funcionarios y los más destacados de la Residencia:

He visto a los que han sido apaleados. ¡Aplícate a los textos! ¡Observa como te rescatan del trabajo! Mira, nada hay mejor que los textos; son como un barco estanco. Lee el final del Libro de Kemyt, y encontrarás allí el proverbio que dice: «Con relación al escriba en un puesto cualquiera de la Residencia, no sufrirá allí». Satisface las necesidades de otro, incluso antes de que esa persona deje el tribunal satisfecho. No he visto función comparable a esta, de la que decirse puedan estas máximas.

Voy a hacer que ames los escritos más que a tu madre; voy a presentar sus bondades ante ti. Es más grande que cualquier otra función; no existe en la tierra su igual. Cuando aún no es más que un niño, ya comienza el escriba a florecer. Se le saluda; es enviado para realizar misiones, cuando aún no ha alcanzado la edad de llevar faldellín.

II
Descripción de los oficios

Nunca vi a un escultor como mensajero, ni que un orfebre fuera enviado.

He visto al herrero en su trabajo, a la boca de su horno. Sus dedos son como los de un cocodrilo, y apesta más que las huevas de pescado. El artesano que esgrime la azuela está más fatigado que un campesino; su campo es la madera; su arado es la azuela de bronce. Aún de noche, está ocupado, aunque ha hecho más de lo que sus brazos pueden hacer. Aún durante la noche tiene la luz encendida.

El joyero está ocupado con el cincel, sobre todo tipo de duras piedras. Cuando ha terminado de engarzar las piezas, sus brazos están exhaustos, y se encuentra fatigado. Se sienta para su cotidiano alimento, con sus rodillas y espalda encorvadas.

El barbero está afeitando hasta el final de la tarde. Entonces coge su saco, lo toma sobre sus hombros, y tiene que ir de calle en calle, buscando alguien a quien afeitar. Tiene que esforzar sus brazos para llenar su vientre, como la abeja, que come de acuerdo con lo que ha trabajado.

El cortador de cañas ha de viajar al Delta para coger flechas para sí mismo. Después de haber hecho más de lo que sus brazos pueden hacer, los mosquitos lo han matado, las moscas lo han destrozado y ha quedado cortado a trozos.

El alfarero ya está bajo tierra, aunque aún entre los vivos. Escarba en el lodo más que los cerdos, para cocer sus cacharros. Sus vestidos están tiesos de barro, su cinturón está hecho jirones. El aire que entra en su nariz sale derecho del horno. Fabrica con sus pies, y es aplastado por sí mismo. Cava el patio de todas las casas y vaga por los lugares públicos.

Te hablaré también del albañil. Sus costados son un castigo, ya que ha de estar en el exterior, en el viento que sopla, construyendo sin un faldellín, y su taparrabos es una cuerda entrelazada y un cordel en su trasero. Sus brazos están cubiertos de tierra, habiendo mezclado todo tipo de suciedad. Aunque come pan con sus dedos, solo puede lavarse una vez al día.

También hay miseria para el carpintero, trabajando en un techo, es la cubierta de una habitación, una habitación de diez codos por seis. Pasa un mes después de que las vigas hayan sido puestas, y las esteras se hayan extendido, y que todo el trabajo al respecto esté hecho. Las provisiones que se le dan para su familia no se las puede entregar a sus hijos.

El jardinero soporta un yugo; cada uno de sus hombros está combado por la vejez. Hay en su cuello una gran hinchazón, que está supurando. Por la mañana riega las plantas; pasa la hora de comer atendiendo a las hierbas, mientras que al mediodía se afana en el huerto. Por esto, sucede que solo descansa cuando muere, más que cualquier otra profesión.

El campesino se lamenta más que una gallina pintada; su grito es más fuerte que el de los cuervos. Sus dedos están hinchados, y apestan tremendamente. Está débil, habiendo sido adscrito al Delta, hecho jirones. Está bien, si se está bien en medio de leones. Los hipopótamos son terribles para él; triplican sus obligaciones de trabajo. Sale, y solo alcanza por la noche su casa, agotado por la marcha.

El fabricante de esteras en su taller está peor que una mujer con sus rodillas contra su pecho, sin poder tomar aire. Si malgasta un día sin tejer, recibe cincuenta golpes. Ha de darle alimentos al portero, para que le permita ver la luz del día.

El fabricante de flechas queda débil cuando sale a los desiertos. Es más lo que ha de dar a su asno que el valor del trabajo que hace para ello. Es mucho lo que ha de dar a los campesinos para que le pongan en el buen camino. Cuando alcanza el hogar, por la noche, la marcha lo ha agotado.

El mensajero sale a los desiertos dejando sus propiedades a sus hijos, temeroso de los leones y los asiáticos. Se reconoce a sí mismo solo cuando está de vuelta en Egipto. Él alcanza el hogar, miserable, y la marcha lo ha agotado. Sea su hogar de tela, o de ladrillo, su regreso está desprovisto de alegría.

Los dedos del fogonero están sucios. Su olor es el de los cadáveres. Sus ojos están inflamados por la intensidad del humo. No puede desprenderse de su suciedad. Pasa el día cortando cañas y aborrece sus vestidos. El zapatero también sufre mucho, aplicado a sus tinas eternamente. Está bien si se está bien entre cadáveres, mascando cuero.

El lavandero lava en la orilla, con el cocodrilo como vecino. «Padre, sal de la corriente de agua», dicen su hijo y su hija. Esta no es profesión en la que se esté satisfecho, más que en ninguna otra ocupación. Su alimento está mezclado con la suciedad. No hay parte suya limpia. Mientras se coloca a sí mismo entre las faldas de una mujer en menstruación, llora, pasando el día en la tabla de lavar, con la piedra de lavar cabe sí. Se le dice: «¡Hay ropa sucia! Ve para allá!».

El cazador de aves sufre mientras está ojeando las aves. Cuando pasan las bandadas sobre él se pone a decir: «Si tuviera una red». Pero Dios no permite que esto le suceda, por lo que se agota con sus propios designios.

Te hablaré igualmente del pescador. Es más miserable que ninguna otra profesión. Trabaja en el río mezclado con los cocodrilos. Incluso si el total de las piezas cobradas le llegan a él, sigue lamentándose. No se da cuenta de la acechanza del cocodrilo, cegado por el miedo. Incluso cuando sale de la corriente de agua está como golpeado por el poder de Dios.

III
El noble oficio de escriba

Mira, no hay una profesión que esté libre de director, excepto el escriba. Él es el jefe. Si conoces la escritura, te irá mejor que en las profesiones que te he presentado. ¡Míralos en su miseria! Nadie llamará hombre a un campesino. Ten cuidado.

Mira lo que he hecho viajando hacia la Residencia. Mira, lo hice por amor a ti. Un solo día en la escuela te será beneficioso. Es algo para la eternidad; sus trabajos son como montañas. Los trabajadores forzados, que te dije pasáramos rápido, se levantan temprano y sufren. Voy a decirte además otras cosas, para enseñarte el conocimiento.

Si surge una disputa, no te aproximes a los contendientes. Si uno con el corazón agraviado coge un ladrillo, y no se sabe qué hacer para apaciguarlo, con testigos ante los jueces, prepárale una respuesta con la debida dilación. Si marchas en el séquito de los grandes, aproxímate desde lejos, desde la última fila. Si te introduces ante el señor de la casa en su casa, y está ocupado con alguien más antes de ti, deberás sentarte, con tu mano en tu boca. No pidas nada de él cuando estés a su lado, y haz solo según él diga. Guárdate de apresurarte a la mesa.

Sé serio y ten dignidad. No hables de cosas secretas. El que oculta sus pensamientos se hace su escudo. No digas cosas atrevidas; mantente tranquilo con uno que es hostil. Si sales de la escuela, después de que te hayan anunciado el mediodía, yendo de acá para allá por las calles, arregla lo que te corresponde. Si un magistrado te envía con una misión, comunícalo tal como él dijo. No omitas nada, no añadas nada a ello. El hombre de corazón apresurado genera el olvido, y su nombre no perdurará. Aquel que es hábil en todas sus conductas, nada de él habrá oculto; no se le apartará de su posición. No mientas con tu boca. Es la abominación del funcionario.

Después de que se haya preparado la comida, tus dos manos han de estar en tu nariz. No te diviertas con el alborotador, el hombre cuyo apetito lo envilece. Si has comido tres panes y bebido dos jarras de cerveza, y aún el vientre no está satisfecho, combate eso. Si otro está comiendo, no permanezcas ahí; guárdate de apresurarte a la mesa.

Mira, serás enviado frecuentemente, y escucharás las palabras de los magistrados. Conseguirás los modales de los bien nacidos, siguiendo sus pasos. Se ve al escriba como a alguien que escucha; el que escucha se convierte en alguien que actúa. Has de escuchar una palabra de bienvenida; no apresures tus pies cuando marches. No seas confiado. Únete a quien es más distinguido que tú. Sé amistoso con uno de tu grupo.

Mira, te he colocado en el camino de Dios. La fortuna del escriba está en sus hombros ya el día de su nacimiento. Alcanzará el puesto, la Sala del Consejo. Mira, no hay escriba que carezca de comida o bienes de palacio. Un buen destino se la asigna al escriba y lo promociona en el consejo. Ruega a dios por tu padre y tu madre, que te han colocado en el camino de la vida. Atiende a estos consejos que he puesto ante ti, y delante de los hijos de tus hijos».

He llegado a su final, desde el inicio hasta el fin, como fue encontrado en escrito.