ANTIGUO EGIPTO
Poema de los Amantes

I
El río y los amantes

El amor de mi hermana está sobre aquella orilla,
pero el río consume mis miembros,
ya que las aguas son poderosas en el tiempo de la inundación
y el cocodrilo se tiende sobre el banco de arena.
Pero me lanzo al agua, atravieso las olas
y mi corazón es poderoso en la corriente.
Me he dado cuenta de que el cocodrilo es como un ratón,
y la superficie del agua como suelo para mis pies.
Es su amor el que me vuelve así de fuerte,
el que hizo para mí un conjuro acuático,
mientras que yo el amor de mi corazón
veo justamente ante mí.

II
La enfermedad del amor

He aquí que hace siete días que no veo a mi hermana.
La enfermedad se ha introducido en mí,
mi cuerpo se vuelve pesado
y he perdido la conciencia de mí mismo.
Si los médicos se me acercan,
sus remedios no podrían calmarme,
ni los ritualistas encontrar recurso,
pues mi enfermedad no puede ser identificada.
Pero si se me dice: «Hela aquí»,
he aquí que volvería a la vida.
Es su nombre lo que me reconforta,
son las idas y venidas de sus mensajeros lo que cura mi corazón.
La amada es para mí mejor que los remedios,
es más eficaz para mí que un tratado médico.
Mi salud, que ella acceda del exterior;
la veo, y recobro la salud
Cuando abre los ojos, mi cuerpo rejuvenece,
cuando ella habla, recupero mis fuerzas.
Si la abrazara, ella apartaría de mí la enfermedad,
pero hace ya siete días que se alejó de mí.
Me tenderé en mi morada, aparentaré estar enfermo.
Mis vecinos vendrán entonces a ver qué me sucede
y la amada vendrá con ellos.
Ella pondrá por inútiles a los médicos,
ella, que conoce mi mal.

III
En el jardín

Hay en el jardín campanillas
con las que uno se siente elevado.
Yo soy tu bienamada, la mejor.
Te pertenezco, como la tierra
que he sembrado de flores,
de todo tipo de plantas de dulce perfume.
¡Qué encantador es el canal que en él se encuentra,
que tu mano excavó ara refrescarnos en él,
con el viento del norte! Un delicioso lugar de paseo.
Tu mano está sobre mi mano,
mi cuerpo es feliz,
y mi corazón rebosa alegría
porque caminamos juntos.
Oír tu voz, para mí, es como el vino dulce.
Yo vivo de oírla,
y cada mirada sobre mí
es para mí más que la bebida o la comida.

IV
Los anhelos amorosos

¡Ah, quien fuera su sirvienta negra, la que lava sus pies!
Pues así podría ver la piel
de su cuerpo, todo entero.
Cuando la tomo entre mis brazos,
y sus brazos me enlazan,
es como si estuviera en el país del Punt,
es como tener el cuerpo impregnado de aceite perfumado.
Cuando la abrazo
y sus labios se entreabren
me siento ebrio,
sin haber bebido aún cerveza.
La armonía del lugar es perturbadora,
la boca de mi bienamada es un capullo en flor,
sus senos son manzanas de amor,
sus brazos son tenazas,
su frente es una trampa de madera de sauce,
y yo soy un pato salvaje.
Mis ojos toman sus cabellos por señuelo,
y en la trampa prestan a abatirse.

V
La decepción

¡Lo que ha hecho contra mí la bienamada!
¿Debo acaso callarlo por amor?
Ella me ha dejado, de pie, a la puerta de su casa,
mientras penetraba en su interior.
No me ha dicho «Entra, bello joven».
¡Estaba sorda esta noche!