ANTIGUO EGIPTO
Historia de Sinuhé

I
Presentación

El noble, el príncipe, el administrador de los dominios del soberano en los países de los beduinos, el verdadero conocido del rey, su amado, el compañero Sinuhé dice:

Yo fui un compañero que acompañaba a su señor, un servidor del harén real de la noble dama, gran favorita, esposa real de Sesostris en Khenemsut, e hija real de Amenemhat en Kanefru, Nefru la venerable.

II
Muerte de Ametiemhat I

El año treinta, mes tercero de la inundación, el día siete, el dios entró en su horizonte, el rey del Alto y Bajo Egipto, Sehetepibre; fue llevado al cielo y se encontró así unido con el disco solar, y el cuerpo del dios se integró en Aquél que lo había creado. La corte estaba en silencio, los corazones en la tristeza; la gran puerta doble permanecía cerrada; los cortesanos estaban agachados con la cabeza sobre las rodillas, y el pueblo se lamentaba.

III
La sucesión al trono y la huida de Sinuhé

Su majestad había enviado un ejército al país de los Timhiu y su hijo mayor era el jefe, el dios perfecto Sesostris: había sido enviado para golpear a los países extranjeros y castigar a aquellos que estaban entre los tjehenu. Y entonces, se encontraba en el regreso, trayendo prisioneros del país de los Tjehenu, así como animales de todo tipo, innumerables.

Los amigos de palacio enviaron mensajeros al lado de occidente para hacer conocer al hijo del rey los acontecimientos sobrevenidos en la corte. Los mensajeros lo encontraron en el camino, le alcanzaron en el momento de la noche. No se retrasó ni un instante: el halcón voló con sus seguidores sin informar de ello a su ejército.

Más también se había enviado a buscar a los hijos reales que estaban en su séquito en este ejército, y una convocatoria fue dirigida a uno de ellos. Encontrándome allí, escuché su voz, siendo así que habitaba lejos de todos, estando yo cerca de él. Mi corazón se turbó, mis brazos se separaron de mi cuerpo, habiéndose abatido un temblor por todos mis miembros. Me alejé de un brinco para buscarme un escondrijo: me coloqué entre dos arbustos para mantenerme fuera de la vista de cualquiera que pasara por el camino.

IV
Atraviesa el Delta y el istmo de Suez

Me dirigí hacia el sur. Sin embargo, no me proponía volver a esa corte, pues pensaba que allí habría luchas y no creía que pudiera vivir aún tras eso. Atravesé las aguas de Maaty, en la proximidad del sicómoro, e hice un alto en la isla de Snofru; pasé allí la jornada, en el linde de las tierras cultivadas, y reemprendí la marcha al día siguiente en cuanto se hizo de día. Encontré a un hombre que estaba en mi camino: me saludó con deferencia, a mí que tenía miedo de él.

Cuando llegó la hora de comer, me aproximé a la ciudad de Negau. Atravesé el Nilo sobre una embarcación sin timón, gracias a la brisa del viento del oeste, y pasé al este de la cantera, más arriba de la dama de la Montaña Roja. Caminando hacia el norte, alcancé los muros del príncipe, que habían sido construidos para repeler a los beduinos y para aplastar a los corredores de las arenas; me mantuve encorvado en un arbusto, temeroso de que el centinela que estaba de servicio ese día sobre la muralla mirara hacia mi lado.

Reemprendí el camino por la noche y al día siguiente al alba llegué a Petni. Habiéndome parado en una isla de la Muy Negra, me asaltó un ataque de sed, de forma que me ahogaba y que mi garganta estaba seca; yo me dije: «¡Éste es el sabor de la muerte!». Pero alcé mi corazón y reuní mis miembros cuando escuché el mugido de un rebaño y avisté beduinos. Un jeque que se encontraba allí, y que había estado antaño en Egipto, me reconoció. En seguida me dio agua, y después me hizo cocer leche; fui con él donde las gentes de su tribu y me trataron bien.

V
Recorre Siria

Un país me dio a otro país. Salí de Biblos y volví a Quedem, donde pasé un año y medio. Entonces Amunenchi, el príncipe de Retenu superior, me llevó y me dijo: «Estarás bien conmigo, y escucharás la lengua de Egipto». Lo decía porque conocía mis cualidades y había oído hablar de mi sabiduría. Egipcios que estaban con él habían testimoniado respecto de mí. Y me dijo: «¿Por qué pues has venido aquí? Qué sucede? ¿Es que ha pasado algo en la corte?».

Yo le respondí: «El rey Sehetepibré partió hacia el horizonte, y no se sabía qué podía suceder en esta ocasión». Después le dije, velando la verdad: «Yo volvía de una expedición al país de Timhiu cuando se me hizo una revelación tal que mi espíritu quedó turbado; mi corazón, que no estaba en mi seno, me empujó al camino del desierto. Sin embargo, no se había dicho nada malo de mí, no se me había escupido en el rostro, yo no había oído palabra alguna injuriosa, y mi nombre no se había escuchado en la boca del heraldo. No se qué me ha traído a esta región. ¡Es como un designio divino!».

VI
Elogia al nuevo rey de Egipto

Entonces él me dijo: «¿Cómo irá este país sin él, este dios bienhechor, cuyo temor se había extendido entre las naciones extranjeras, como el de Sekhmet en un año de peste?».

Yo le dije, respondiéndole: «En verdad, su hijo ha entrado en palacio y ha tomado la herencia de su padre. Es ciertamente un dios que no tiene igual, antes de quien ningún otro como él ha existido. Es un maestro de sabiduría, de perfectos designios, de excelentes mandatos, a cuya orden se va y se viene. Es él quien domeñaba las regiones extranjeras en tanto que su padre permanecía en el interior de su palacio; y rendía cuentas a su padre cuando aquello que éste había decidido se había ejecutado. Es ciertamente un bravo que se afana con su brazo, un héroe sin parangón, cuando se le ve que se abate sobre los bárbaros, o que entra en combate. Es uno que hace doblegar el cuerno y que paraliza las manos hasta el punto de que sus enemigos no pueden alinearse para la batalla. Es uno que se sacia de su cólera, y que rompe los frentes; no se puede estar en su proximidad. Es un veloz corredor que destruye al fugitivo, y no hay final para aquél que le muestra la espalda. Es un firme corazón en el momento del ataque, es él quien vuelve a la carga y que no ofrece la espalda. Es un robusto corazón cuando avista una multitud, no dejando que el desaliento ronde su corazón. Es audaz cuando se lanza sobre los orientales. Su alegría es hacer prisioneros a los bárbaros. Toma su escudo y pisotea al adversario; no repite su golpe cuando mata. No hay nadie que pueda desviar su tiro, nadie que sea capaz de tensar su reo. Los bárbaros huyen delante de él como ante del poder de la gran diosa. Combate sin fin; no escatima nada de forma que nada subsiste. Es el bien amado, lleno de encanto, que ha conquistado por medio del amor. Su ciudad le ama más que a sí misma; se complace en él más que en su propio dios. Hombres y mujeres pasan aclamándole, ahora que es el rey. Él ha conquistado estando aún en el huevo, y su rostro se volvió hacia la realeza desde que nació. Es aquél que hace multiplicarse a aquellos que nacieron con él, es el único, el don de Dios. ¡Cómo se regocija este país del que se ha convertido en señor! Es aquél que amplía las fronteras. Conquistará los países del sur, y despreciará a los países del norte, habiendo sido precisamente puesto en el mundo para golpear a los beduinos y para aplastar a los corredores de las arenas. Ve a su encuentro, haz que conozca tu nombre. No profieras el juramento: «¡Desgracia para su majestad!». No dejará de hacer el bien a una tierra que le es fiel».

VII
Se instala entre los beduinos

Entonces él me dijo: « Egipto es ciertamente feliz, pues sabe que él es valeroso. Pero tú, tú estas aquí; quédate conmigo y te beneficiaré». Me situó por delante de sus hijos, y me casó con su hija mayor. Hizo seleccionar para mí mismo algo de su país, lo mejor de lo que tenía en la frontera que lo separaba de otro país.

Era ésta una tierra excelente, cuyo nombre era Iaa. Producía higos y uvas; el vino allí era más abundante que el agua; tenía mucha miel y aceite de oliva en gran cantidad; sobre sus árboles había frutos de todo tipo. También había allí cebada y trigo, y los animales de toda especie eran innumerables.

Grandes privilegios se me concedieron por el amor que se me testimoniaba. Me hizo jefe de una tribu, de entre las mejores de su país. Se me proveía diariamente con raciones de alimento, consistentes en bebida fermentada y vino, así como carne guisada, aves asadas, sin contar los pequeños animales del desierto, pues se cazaban presas con trampa para mí y la colocaban ante mí, independientemente de lo que cobraban mis perros de caza. Se me proveía igualmente con numerosos pasteles, y había leche en todo lo que se cocía.

Pasé así numerosos años: mis hijos se fortalecieron, cada uno de ellos liderando su tribu. El mensajero que bajaba o que subía hacia la corte se paraba conmigo, pues yo hacía que todo el mundo se detuviera. Yo daba agua al sediento, volvía a poner en ruta al que se había extraviado, y socorría a aquél que había sido robado.

Habiéndose visto los beduinos obligados a repeler a los jefes de países extranjeros, les aconsejé en sus movimientos, pues este príncipe de Retenu hizo que yo pasara muchos años como jefe de su ejército. Toda nación contra la cual yo marchara, triunfaba de ella y la mantenía alejada de sus pastizales y de sus pozos; capturaba sus bestias, me llevaba a sus habitantes y acarreaba con sus provisiones, masacraba a las gentes que se encontraban allí, por mi brazo, por medio de mi arco, por mis marchas, por medio de mis excelentes planes. Yo gané su corazón; él me amó, pues se había dado cuenta de hasta qué punto yo era bravo; me situó por delante de sus hijos, pues había visto hasta qué punto mis brazos eran robustos.

VIII
Su duelo con el campeón de Retenu

Vino uno poderoso de Retenu, que me provocó en mi tienda: era un héroe que no tenía igual, y que había derrotado a todo el país. Decía que iba a batirse conmigo; pensaba que entonces me haría pillaje y se proponía robarme el ganado, inducido por los consejos de su tribu.

Este príncipe deliberó conmigo, y yo dije: «No le conozco, no soy ciertamente de sus familiares, para tener acceso a su campamento. ¿He abierto su puerta en alguna ocasión? ¿He derribado sus cercados? Es envidia, pues él me ve ejecutar tus órdenes. En verdad, soy como el toro de una manada errante que cae en medio de otra manada: entonces el macho de este rebaño carga hacia él, en tanto que un buey de largos cuernos se abate sobre él. ¿Es que hay hombre alguno de origen modesto que, convertido en jefe, sea amado? No hay bárbaro que establezca una alianza con el hombre del Delta. ¿Qué es lo que podría fijar un papiro a la roca? Ya que un toro gusta del combate, ¿querría un toro desenvolver la espalda, por temor a que aquél venga a igualársele? Si su corazón está tan inclinado al combate, ¡que diga que es lo que desea! ¿Acaso ignora Dios lo que le ha sido destinado? ¿O bien es él quien lo sabe realmente?».

Durante la noche, monté mi arco, saqué mis flechas, liberé mi espada, abrillanté mis armas. Cuando vino el día, la gente de Retenu ya había llegado. Él había agrupado a sus tribus, había reunido a la mitad de sus países, y no pensaba más que en este combate. Entonces él avanzó sobre mí, que estaba esperándolo, pues me había apostado cerca de él. Todos los corazones ardían por mí; las mujeres y los hombres suspiraban. Y todos los corazones estaban enfermos por mí, diciendo: «¿Es que no hay otro campeón que pueda luchar contra él?».

Él enarboló su escudo, su hacha y su brazada de jabalinas. Pero yo actué de forma que sus flechas, hasta la última, una tras otra, pasaran a mi lado. Después se lanzó hacia mí, pero yo tiré sobre él, y mi flecha se clavó en su cuello. Lanzó un grito y cayó sobre su nariz; lo abatí con su propia hacha y lancé mi grito de guerra sobre su dorso. Todos los asiáticos chillaban de júbilo. Di gracias a Montu, en tanto que sus gentes se lamentaban por él, y este príncipe, Amunenchi, me estrechó entre sus brazos.

Entonces me apoderé de sus bienes, tomé sus animales, y lo que él había pensado hacerme, se lo hice yo a él; cogí lo que había en su tienda, y saqueé su campamento. De esta forma me convertí en importante, holgado en mis tesoros, rico en mis rebaños. Dios actuó así para manifestar su clemencia hacia aquél con quien se había irritado y que había dejado vagar por otro país. Hoy su corazón está contento.

Yo huí como fugitivo en su momento, mas ahora hay noticias mías en la corte. Yo vagué rezagado y presa del hambre, mas ahora doy pan a mi vecino. Yo abandoné mi país a causa de un desenlace, mas ahora resplandezco en vestiduras de lino. Yo corrí falto de qué enviar, mas ahora soy rico en siervos. Mi mansión es hermosa, mi dominio es amplio, y se ha hecho mención de mí en palacio.

IX
Su nostalgia de Egipto y de la corte

¡Oh Dios, quienquiera que seas, que has predestinado esta huida, sé clemente, devuélveme a la corte! Es posible que me concedas volver a ver el lugar donde mi corazón no cesa de estar. ¿Qué hay más importante para mí que ser enterrado en Egipto, siendo así que yo he nacido allí? ¡Ven en mi ayuda!

He aquí que un feliz acontecimiento se ha producido. Dios me ha dado testimonio de su clemencia. ¡Que pueda igualmente actuar para preparar un buen fin para aquél a quien había convertido en miserable! ¡Que pueda su corazón conmoverse por aquél que había desterrado en tierra extranjera! Si está hoy dispuesto a mostrarse clemente, que escuche la súplica de un exiliado y que lleve de nuevo su mano, esta mano que me ha hecho llevar una vida errante, al lugar de donde la había sacado.

¡Que el rey de Egipto me sea clemente, que pueda yo vivir por su merced! ¡Que pueda yo saludar a la señora del país que está en su palacio! ¡Que pueda yo escuchar los mensajes de sus hijos! ¡Ah!, que mi cuerpo rejuvenezca, pues la vejez ha descendido sobre mí, y la languidez me ha invadido. Mis ojos me pesan, mis brazos están sin vigor, mis piernas rehúsan servirme, mi corazón está fatigado; estoy próximo a la partida, al día en que se me conducirá a las moradas eternas. Que pueda yo servir a la soberana y que ella me diga lo que complace a sus niños. Que pueda ella pasar una eternidad encima de mí.

Entonces, cuando se notificó a su majestad el rey del Alto y Bajo Egipto, Kheperkare, acerca de la condición en que me hallaba, su majestad me envió emisarios con presentes reales, queriendo ensanchar el corazón de este humilde servidor como si se tratara del jefe de cualquier país extranjero. Y los hijos reales que estaban en su palacio me hicieron oír sus mensajes.

X
La orden real de retorno

Copia de la orden que fue traída a este humilde servidor en relación a su retorno a Egipto:

«Horus: que revive por el nacimiento del rey. Las dos diosas, que revive por el nacimiento del rey. El rey del Alto y del Bajo Egipto. Kheperkare, el hijo de Ra, Amenemhat, ¡que pueda vivir eternamente por siempre jamás! Orden real para el compañero Sinuhé. Mira, esta orden del rey te ha sido llevada para hacerte saber lo que sigue. Has recorrido los países extranjeros, desde Quedem hasta Retenu: un país te dio a otro país, bajo el único impulso de tu corazón. ¡Qué habías hecho pues para temer que se hiciera algo en tu contra? Tú no blasfemaste, de forma que tus palabras tuvieran que ser reprochadas. Tú no hablaste mal del Consejo de Notables, de forma que hubiera que oponerse a tus propósitos. Esta decisión se apoderó de tu corazón, pero no estaba en mi corazón contra ti. Esta reina, tu cielo, que está en palacio, está firme, y florece en el día de hoy; su cabeza se encuentra cubierta con las insignias de la realeza del país, y sus hijos están en los apartamentos reales. Acumularás las riquezas que ellos te darán, vivirás de sus larguezas. Vuelve a Egipto, para volver a ver la corte en la que creciste, para besar la tierra ante la doble Gran Puerta, y para que te unas a tus amigos. Pues hoy has empezado a envejecer, has perdido la potencia viril. Piensa en el día del entierro, en el paso al estado de bienaventurado. La noche te será asignada por medio de aceites de embalsamamiento y de bandeletas de las manos de Tayt. Se te organizará un cortejo fúnebre el día del sepelio, una funda de oro con la cabeza de lapislázuli, un cielo por encima de ti, habiendo sido colocado dentro del sarcófago; los bueyes te arrastrarán y los músicos marcharán delante de ti. Se ejecutará la danza de los Muu en la puerta de tu tumba; se te leerá la lista de ofrendas; sacrificios serán hechos junto a tu estela, estando tus columnas construidas de piedras blancas en medio de las tumbas de los hijos reales. No, tú no morirás en una tierra extranjera; los asiáticos no te llevarán a la tumba; no se te meterá en una piel de borrego, y no se te hará un simple túmulo. Es muy tarde ahora para llevar una vida errante. Piensa en la enfermedad y regresa».

XI
Alegría de Sinuhé, y su respuesta al rey

Esta orden llegó cuando yo estaba en medio de mi tribu. Me la leyeron. Me puse boca abajo, toqué con la frente el polvo y lo extendí sobre mis cabellos. Recorrí mi campamento, lanzando gritos y diciendo: «¿Cómo es posible que tal cosa se haga a un servidor cuyo corazón lo ha extraviado en los países bárbaros? Sí, verdaderamente es buena tu clemencia, tú que me salvas de la muerte. Y tu ka me permitirá pasar el final de mi vida, estando mi cuerpo en la corte».

Copia del acuse de recibo de esta orden:

«El servidor del palacio, Sinuhé, dice: ¡En paz, pues! Es excelente que esta fuga que hizo en su inconsciencia este humilde servidor haya sido bien comprendida por tu ka, dios perfecto, señor del Doble País, amado de Ra, favorito de Montu, señor de Tebas. ¡Amón, señor de los tronos del Doble País, Sobek, Ra, Horus, Hathor, Atum y su Enéada, Soped, Neferbau, Semseru, Horus del Este, la dama de Buto (que ciña tu cabeza), el Consejo que está sobre las aguas, Min-Horus que habita en los desiertos, Ureret, dama del Punt, Nut, Haroeris, y los otros dioses, señores de Egipto y de las islas de la Muy Verde, te den la vida y la fuerza a tu nariz, te otorguen sus larguezas, te den la eternidad sin fin y la perennidad sin límites! Que el poder que inspiras repercuta en las llanuras y los montes, en tanto que hayas subyugado todo lo que el disco solar rodea en su recorrido. Es la súplica de este humilde servidor hacia su señor, ahora que esta a salvo del Amenti. El señor de la sabiduría, que conoce a sus súbditos, se daba cuenta, en el secreto de su palacio, de que este humilde servidor tenía miedo de decir estas cosas, y que es en efecto cosa grave el hablar de esto. El gran dios, imagen de Ra, vuelve prudente a aquél que se afana para sí mismo. Este humilde servidor está en manos de quienquiera que asuma su cuidado: sí, estoy bajo su dirección. Su majestad es el Horus que conquista, tus brazos son más poderosos que los de todos los demás países. Que su majestad ordene pues introducir a Meki de Quedem, a Khentiuauch de Khentekechu, y a Menus del doble país de los Fenkhu. Son príncipes de buen renombre, que se han engrandecido en tu amor. Es inútil mencionar el país de Retenu: es tuyo, como tus perros. Con respecto a esta fuga que hizo este humilde servidor, no fue premeditada, no estaba en mi corazón, yo no la había preparado. Yo no sé quién me alejó del lugar en el que yo estaba. Fue como una especie de sueño, como cuando un hombre del Delta se ve en Elefantina, o un hombre de las marismas en Nubia. Yo no había sentido miedo, no se me había perseguido, no había escuchado palabra alguna injuriosa, y mi nombre no había sido oído en la boca del heraldo. Pese a ello, mis miembros temblaron, mis piernas emprendieron la huida, y mi corazón me guió: el dios que había determinado esta fuga me empujó. Yo no soy tampoco inflexible: el hombre que conoce su país es modesto, pues Ra ha hecho que reine tu temor en Egipto, y el miedo a ti en toda región extranjera. Esté yo en la corte, o esté yo en este lugar, siempre eres tú quien puede esconder este horizonte, porque el sol se alza según tu voluntad. El agua en los ríos es bebida cuando tú quieres; el aire en el cielo es respirado cuando tu lo dices. Este humilde servidor está dispuesto a transmitir la función de visir que ha ejercido este humilde servidor en este sitio. Que su majestad actúe como le plazca, y viva con el aire que tu das. ¡Que Ra, Horus y Hathor amen tu augusta nariz, que Montu, señor de Tebas, quiere que viva eternamente!».

XII
Su retorno a Egipto

Entonces vinieron a buscar a este humilde servidor. Se me permitió pasar aún una jornada en Iaa, que empleé en transmitir a mis hijos mis bienes: mi hijo mayor quedó a cargo de mi tribu, mi tribu y todos mis bienes, permanecieron en su posesión, y mis siervos, todos mis rebaños, mis frutos y todos mis frutales. Después este humilde servidor emprendió el regreso, dirigiéndose hacia el sur, e hice un alto en los Caminos de Horus.

El comandante que tenía en este lugar el cometido de guardia fronteriza envió un mensaje a la corte para dar el aviso. Entonces su majestad hizo venir a mí a un diligente intendente de los campesinos del dominio real. Le seguían navíos cargados con presentes reales para los beduinos que me habían acompañado y conducido a los Caminos de Horus. Nombré a cada uno de ellos según su nombre. Todos los sirvientes se pusieron enseguida a su tarea. Me puse en camino y navegué: se amasó y se filtró la cerveza en mi presencia hasta que alcancé la ciudad de Itu.

XIII
Su recibimiento por la familia real

Cuando la tierra se aclaró, en el despuntar del día, vinieron a llamarme. Diez hombres vinieron y diez hombres fueron, conduciéndome al palacio. Con la frente toqué el suelo entre las esfinges. Los hijos reales estaban en la puerta de acceso, acogiéndome. Los amigos que ya habían sido introducidos en la sala hipóstila me encaminaron a la estancia del rey.

Encontré a su majestad sobre un trono de oro colocado en un nicho. Mientras estaba tendido sobre mi vientre, perdí la conciencia en su presencia. Aunque este dios se dirigió a mí amistosamente, yo era como un hombre atrapado en la caída de la noche. Mi animo desfalleció, mis miembros flaquearon: mi corazón ya no estaba en mi pecho, y no distinguía ya la vida de la muerte.

Entonces dijo su majestad a uno de sus amigos: «Levantadlo, para que pueda hablarme». Después su majestad me dijo: «Hete aquí de vuelta. Has hollado países extranjeros después de haber huido. La vejez se ha abatido sobre ti, ya has alcanzado una avanzada edad. Tu sepelio no será cosa pequeña; no serás escoltado por los bárbaros. No actúes, no actúes así contra ti mismo. Hombre silencioso, no hablas aunque se pronuncia tu nombre».

Tuve miedo a un castigo y respondí a esto por medio de la respuesta de un hombre que tiene miedo: «¿Qué es lo que dice mi señor? ¡Ah, me gustaría tanto responder a esto! Pero no puedo hacer nada. Es la mano de Dios, es un sentimiento de temor que está todavía en mi seno, como cuando se produjo mi huida ordenada por Dios. Heme aquí ante ti. La vida te pertenece; que su majestad actúe como le plazca».

Fueron introducidos los hijos reales. Y su majestad dijo a su esposa real: «Mira un poco, Sinuhé ha regresado convertido en un asiático, ¡un verdadero hijo de los beduinos!». Ella soltó un gran grito, y los hijos reales clamaron todos juntos; después dijeron a su majestad: «No es él, en verdad, soberano, mi señor». Pero su majestad respondió: «Ciertamente que es él».

Habían llevado consigo sus collares menit, sus sonajeros y sus sistros, y los presentaron a su majestad diciendo: «¡Que tus manos se tiendan hacia algo hermoso, rey de duración eterna, hacia el tocado de la Dama del cielo; que la diosa de oro otorgue la vida a tu nariz y que se una a ti la dama de las estrellas; que la corona del sur descienda la corriente y que la corona del norte la remonte, de forma que se unan y se ajusten, a la orden de tu majestad!. ¡Que el uraeus se sitúe en tu frente! ¡Y como tú has tenido a tus súbditos al amparo de la desgracia; que Ra, señor del Doble País, te sea benéfico! ¡Salud a ti, así como a la soberana! ¡Retira el cuerno, deposita tu flecha! Otorga el aliento a aquél que se ahoga y concédenos nuestra hermosa recompensa en la persona de este jeque, hijo de Mehyt, de este bárbaro nacido en Egipto. Si emprendió la huida, fue por temor a ti; si abandonó el país, fue por miedo a ti. No más angustia para aquél que ha visto tu rostro; el ojo que te ha contemplado no tendrá más miedo».

Por su parte, también su majestad dijo: «No debe tener miedo, no debe experimentar temor. Será un Amigo entre los nobles; será colocado en medio de los cortesanos. Id, vosotros, al pabellón de la mañana para servirle».

XIV
Su instalación en Egipto, hasta la muerte

Salí del pabellón, y los hijos reales me tenían de la mano, enseguida hacia la doble Gran Puerta. Fui instalado en la mansión de un hijo real, que contenía riquezas. Allí había una sala fresca, e imágenes divinas del horizonte. También había allí cosas preciosas pertenecientes al tesoro. En cada habitación había vestidos de lino real, así como olíbano y aceite fino del rey y de los nobles a quienes ama. Y todos los criados se afanaban en sus tareas.

Se hizo desaparecer de mi cuerpo la señal de los años depilándome; me peinaron los cabellos, la miseria fue abandonada al desierto y los vestidos groseros a los corredores de las arenas. Vestido a partir de entonces con bellos tejidos de lino, ungido con aceite fino y durmiendo en un lecho, dejé la arena a aquellos que allí viven y el aceite de madera a quien se frota con él.

Se me dio entonces una casa de campo que había sido la posesión de un amigo, y que numerosos obreros la reconstruyeron en tanto que todos plantaban de nuevo. Se me llevaba comida del palacio tres veces por día, además de aquello que me daban los hijos reales en su momento. Se me construyó una pirámide de piedra en medio de las pirámides. El jefe de los tallistas de piedra de pirámide se hizo cargo del terreno que le estaba reservado, el jefe de los escultores esculpió allí y los directores de ithajos adscritos a la necrópolis se ocuparon de ello. Todo el mobiliario que se acostumbra a depositar en el sótano de una tumba, se cuidó que fuera colocado en el mío.

Se me asignaron servidores del ka; se me dotó con un dominio funerario, conteniendo tierras cultivadas, frente a mi tumba, tal y como se hace con un amigo de primer rango. Mi estatua ha sido chapada en oro, con una falda de oro fino: fue su majestad quien ordenó hacerlo. No hay hombre común para quien se haya hecho tanto. Y yo fui beneficiario de los favores reales hasta que llegó el día del deceso.

He llegado a término completo, desde el comienzo hasta el final, conforme a lo que se encontró escrito.