ANTIGUO EGIPTO
Desventuras de Unamón

I
Salida de Tebas y estancia en Tanis

Año cinco, cuarto mes del verano, el dieciséis, día en que el decano de la puerta, Unamón, del dominio de Amón, señor de los tronos del Doble País, salió para ir a buscar madera destinada a la barca, grande y magnífica de Amón-Ra-Soter, que está sobre el Nilo y que tiene por nombre Usir-hat-Amorfi.

El día en que llegué a Tanis, a la residencia de Smendes y de Tentamón, yo les entregué los decretos de Amón-Ra-Soter. Ellos hicieron que fueran leídos ante sí, y dijeron: «Actuaremos según lo que dice Amón-Ra-Soter, nuestro señor». Empleé el tiempo hasta el cuarto mes del verano permaneciendo en Tanis, y después Smendes y Tentamón me enviaron con el capitán de navío Mengebet, y descendí sobre el poderoso mar de Siria en el primer mes del verano.

II
Estancia y desventuras en Dor

Llegué a Dor, una ciudad de los Tjeker, y Beder, su príncipe, me hizo llevar cincuenta panes, una medida de vino y una pierna de buey. Un hombre de mi barco se dio a la fuga después de haber robado un vaso de oro de un peso de cinco deben, cuatro jarras de plata de un peso de veinte deben y un pequeño saco de plata de once deben. Total de lo que ha robado: cinco deben de oro y treinta y un deben de plata.

Me puse en camino por la mañana y fui a la residencia del príncipe; le dije: «Acabo de ser robado en tu puerto. Y puesto que tú eres el príncipe de este país, tú eres su juez: busca pues, mi plata. En verdad que esta plata pertenece a Amón-Ra-Soter, señor del mundo; pertenece a Smendes; pertenece a Herihor, mi señor, y a los demás poderosos de Egipto. Te pertenece, pertenece a Uaret, pertenece a Mekmer, y pertenece a Tjekerbaal, el príncipe de Biblos».

Él me respondió: «Sea que te irrites o que te muestres razonable, mira, yo no sé nada de este asunto que tú me cuentas. Si el ladrón hubiera sido alguien de mi país, hablo de aquél que ha bajado a tu barco y ha robado tu dinero, yo te lo habría reembolsado el dinero a costa de mi tesoro, hasta que se hubiera encontrado a tu ladrón, quienquiera que fuese. Pero el ladrón que te ha robado es tuyo, pertenece a tu barco. Pasa aquí algunos días, cerca de mí, para que lo busque».

Pasé nueve días atracado en su puerto, después fui donde él, y le dije: «¡Y bien!, no has encontrado mi dinero. Voy pues a partir con los capitanes de navío y con aquellos que se hacen a la mía». Me respondió: «Cállate. Si tú quieres volver a encontrar tu dinero, escucha mis palabras y haz lo que yo te voy a decir. Tú habrás de partir con los capitanes de navío y allá donde tú estés, te apoderarás de sus... y te apoderarás de su dinero, que guardarás hasta que ellos hayan ido a buscar al ladrón que te ha robado. Pero aguarda a haber abandonado el puerto. He aquí que habrás de actuar de esta manera». Se llegó, pues, a Tiro.

III
De Tiro a Biblos

Salió de Tiro al despuntar el día con la intención de dirigirme adonde Tjekerbaal, el príncipe de Biblos. En el transcurso del camino, inspeccioné el cofre del barco: allí encontré treinta deben de plata, de los que me apoderé; después, a la llegada, dije a las gentes del barco: «Tengo vuestro dinero; permanecerá conmigo hasta que hayáis encontrado mi dinero y a aquél que lo ha cogido. Vosotros no lo habéis cogido, así decís; yo lo tendré de todos modos. Pero en cuanto a vosotros marchad y haced según lo que he dicho».

IV
Estancia en Biblos

Ellos se marcharon, y yo me levanté una tienda a la orilla del mar, en el puerto de Biblos. Entonces coloqué ahí la estatua de Amón del Camino, y después puse aquello que le pertenecía en el interior de la tienda. El príncipe de Biblos me envió decir: «¡Vete de mi puerto!». Y yo le envié a decir: «… para transportarme en barco. ¡Haz que me lleven a Egipto!». Pasé veintinueve días en su puerto, en tanto que él no cesaba de enviarme a decir cada día: «¡Vete de mi puerto!».

Entonces, un día en que él sacrificaba a sus dioses, el dios tomó un sacerdote de entre sus sacerdotes y lo hizo entrar en éxtasis. Y le dijo: «¡Trae al dios a lo alto, trae al embajador que está a su cargo! Es Amón quien lo ha enviado, es él quien lo ha hecho venir».

En tanto que el médium estaba en éxtasis aquella tarde, yo había encontrado un barco cuya proa estaba girada hacia Egipto, y había cargado ahí todos mis bienes. Y contemplaba hacia el crepúsculo, diciéndome: «En cuanto descienda, embarcaré al dios, para que ningún otro ojo, salvo el mío, lo vea», cuando el capitán del puerto vino a mí y me dijo: «¡Permanece aquí hasta mañana, por orden del príncipe!».

Pero yo le respondí: «Eres tú el que no dejaba de venir para encontrarme cada día diciéndome "¡vete de mi puerto!", y me dices ahora "¡permanece esta noche aquí!", para permitir al barco que he encontrado salir, y después venir de nuevo a decirme "¡vete!"». Se marchó y dijo esto al príncipe, y el príncipe envió a decir al capitán comandante del barco: «¡Permanece aquí hasta mañana, por orden del príncipe!».

V
Entrevista con el príncipe de Biblos

Cuando llegó la mañana, él me envió a alguien y me hizo conducir a lo alto, en tanto que el dios reposaba en la tienda donde se encontraba, al borde del mar. Lo encontré sentado en su estancia, con la espalda vuelta hacia una ventana, y las olas del poderoso mar de Siria giraban hasta la altura de su cuello. Y yo le dije: «¡Que Amón te bendiga!». Y él me dijo: «¿Cuánto tiempo, hasta este día, hace desde que abandonaste la residencia de Amón?».

Yo le respondí: «Cinco meses de días hasta hoy. Entonces me dijo: «Veamos, ¿estás en lo cierto? ¿Dónde está el decreto de Amón que debía estar en tus manos? ¿Dónde está la carta del primer profeta de Amón que debía estar en tus manos?». Le respondí: «Se los di a Smendes y Tentamón».

Se irritó mucho y me dijo: «Así pues, ni el decreto ni la carta están ya en tus manos. ¿Y dónde está el navío de madera de pino que te ha dado Smendes? ¿Dónde está su tripulación de sirios? ¿No te ha entregado a este capitán extranjero con la intención de que te mate y que te tiren al mar? ¿Junto a quién habríamos entonces buscado al dios? ¿Y tú mismo, junto a quién te habríamos buscado?».

Así me habló él, y le respondí. «¿Pero no se trata de un navío egipcio? Forman una tripulación ciertamente egipcia aquellos que reman por cuenta de Smendes. Él no tiene una tripulación siria». El me dijo: «¿Acaso no hay aquí en mi puerto veinte navíos que están en tratos con Smendes? Y Sidón, adonde tú también vas, ¿no tiene igualmente cincuenta navíos que están en tratos con Uerkatel y que hacen el trayecto hacia su mansión?».

Quedé silencioso largo rato. Volvió a hablar y me dijo: «¿Para qué tipo de empresa has venido?». Le respondí: «He venido a la busca de madera destinada a la barca, grande y magnífica, de Amón-Ra-Soter. Tu padre la proporcionó, el padre de tu padre la proporcionó, y tú también has de hacer lo mismo». Así le dije yo. Me respondió: «Ellos la proporcionaron, es cierto, y si me das los medios yo la proporcionaré también. Ciertamente los míos desempeñaron esa labor, pero el faraón les había mandado seis barcos cargados de mercancías de Egipto, que descargaron en sus almacenes. Pero tú, ¿qué es lo que me traes?».

VI
Discusión y mercadeo

Mandó a buscar el registro diario de sus padres y lo hizo leer ante mí. Se encontraron mil deben de objetos de plata de todo tipo inscritos sobre su registro. Me dijo: «Si el soberano de Egipto hubiera sido el señor de lo que yo poseo, y si yo fuera su servidor, no habría entonces enviado plata y oro diciendo: "Ejecuta el encargo de Amón". No se trataba de regalos, lo que ellos enviaban a mi padre. Y yo tampoco soy tu siervo, ni soy el servidor de aquél que te ha enviado. Cuando hablo con voz potente al Líbano, el cielo se abre y los árboles se encuentran tendí dos desde aquí hasta el borde el mar. Entrégame, pues, las velas que has traído para conducir a Egipto tus barcos cargados con tus maderos. Dame los cables que has traído para atar los pinos que debo cortar y proporcionarte. ¿Pero cómo vas a llevarte los troncos que te voy a proporcionar? Las velas de tus barcos serán insuficientes, las cabezas de delante y de detrás serán demasiado pesadas, se quebrarán y perecerás en medio del mar. Mira, Amón aúlla en el cielo y deja que Sutekh se desencadene en su momento. Porque Amón ha fundado todos los países; los ha fundado, pero ha fundado ante todo al país de Egipto, de donde justamente vienes. Y es de Egipto de donde ha salido la perfección para alcanzar mi propio país, es de Egipto de donde ha salido la sabiduría para alcanzar mi propio país. ¿Qué significan estas tonterías que te han hecho hacer?».

Yo le respondí: «¡No es cierto! No son para nada tonterías las empresas en las que estoy embarcado. No hay sobre el río un navío que no pertenezca a Amón. A él le pertenece el mar; a él pertenece el Líbano del que tú has dicho: "Me pertenece", siendo así que constituye el dominio de Usir-hat-Amón, la reina de todas las barcas sagradas. En verdad que Amón-Ra-Soter ha dicho, hablando a Herihor mi señor: "Envíame". Y él me ha hecho marchar a mí, Unamón, con este gran dios. Pero mira, has dejado a este gran dios pasar veintinueve días desde su desembarco en tu puerto, siendo así que tú no ignorabas que él estaba aquí. ¿Acaso no es él el mismo que siempre ha sido? ¡Y sin embargo tú continúas aquí para mercadear el Líbano con Amón, que es su propietario! Y en cuanto a tu propósito: "Los reyes de antaño han enviado plata y oro", yo te responderé que si ellos hubieran tenido a su disposición la vida y la salud, ellos no habrían enviado los productos de Egipto; ellos pues enviaron a tus padres los productos de Egipto en lugar de la vida y la salud. Pero Amón-Ra-Soter es el señor de la vida y de la salud, y era el señor de tus padres, que pasaron su existencia sacrificando a Amón. Tú también eres un siervo de Amón. Si tú dices a Amón: "Lo haré, lo haré", y tú cumples con su orden, vivirás, estarás sano, tendrás salud, y serás grato a tu país entero y a tus gentes. No codicies lo que pertenece a Amón-Ra-Soter: ¡en verdad que un león ama su bien! Haz, pues, que se me traiga a tu escriba. Yo lo enviaré a Smendes y Tentamón, los regentes que Amón ha dado al norte de su país, y ellos te harán traer todo aquello que es necesario; yo lo enviaré a ellos, con este mensaje. "Haz traer eso aquí, hasta que yo regrese al sur, y entonces actuaré de modo que se te entregue todo aquello que te debo, todo"».

Así le hablé yo a él. Él puso la carta en manos de su mensajero, y cargó sobre una nave la quilla, la cabeza de delante, la cabeza de detrás, y también cuatro vigas escuadradas, en total siete piezas, que hizo enviar a Egipto.

VII
El príncipe hace abatir los árboles

Entonces su mensajero, que había sido enviado a Egipto, volvió a mí en Siria, el mes primero del invierno. Smendes y Tentamón enviaron cuatro jarras y un vaso kakment de oro, cinco jarras de plata, diez piezas de tela de lino real, diez paquetes de buen lino del Alto Egipto, quinientos rollos de papiro de calidad superior, quinientas pieles de buey, quinientos cordones, veinte sacos de lentejas, y treinta cestos de pescado.

Tentamón me envió además cinco piezas de tejido de buen lino del Alto Egipto, cinco paquetes de buen lino del Alto Egipto, un saco de lentejas y cinco cestos de pescado.

El príncipe se mostró satisfecho; se puso manos a la obra con trescientos bueyes y dispuso a su frente celadores, para hacer abatir los árboles. Los abatieron, y los árboles pasaron el invierno tendidos allí. En el tercer mes del verano, se les arrastró al borde del mar. El príncipe salió, se mantuvo cerca de ellos, y después me mandó decir: «Ven». Cuando llegué junto a él, la sombra de su flabelo cayó sobre mí. Entonces Penamón, un servidor que le pertenecía, se puso entre nosotros y dijo: «La sombra del faraón, tu señor, ha caído sobre ti». Pero el príncipe se enfadó con él y le dijo: «Déjalo tranquilo, tú».

Volví junto a él; retomó la palabra y me dijo: «Mira, la misión de la que se habían encargado mis padres anteriormente, yo también la he hecho, aunque tú no hiciste por mí lo que tus padres hicieron por los míos. ¡Bien!, el resto de tu madera ha llegado; está amontonado allí. Actúa ahora según tu deseo y ven a la orilla para cargarlo: ¿acaso no se ha dispuesto todo para entregártelo? Pero no vengas para contemplar el terror del mar. Si contemplas el terror del mar, habrás de contemplar también, en verdad, el mío. Ciertamente no te he hecho lo que se hizo con los enviados de Khamuase, cuando pasaron diecisiete años en este país: murieron allí donde estaban».

Después dijo a su servidor: «Tómalo contigo, hazle ver su tumba en la que ellos reposan». Pero yo le dije: «No me la hagas ver. Kahmuase, eran hombres los que él te había enviado como embajadores, y él también era un hombre. No tienes hoy en tu presencia a uno de sus embajadores, y sin embargo dices: "Ve y mira a tus colegas". Por qué mejor no regocijarte y hacerte una estela sobre la que dirás: "Amón-Ra-Soter me ha enviado la estatua de Amón del Camino como su embajador, con Unamón como su embajador humano, para buscar madera destinada a la barca, grande y magnífica, de Amón-Ra-Soter. Yo abatí esta madera, la cargué, le he proporcionado mis barcos y mis tripulaciones, y he hecho llegar éstos a Egipto para pedir a Amón en mi favor cincuenta años de vida además de los que me había fijado por el destino". Y que esto pueda producirse: si algún día en el futuro viene del país de Egipto un enviado que conozca la escritura y lea tu nombre sobre esta estela, recibirás una libación en el Amenti, como los dioses que allí habitan».

Él me respondió: «Es una hermosa lección, la que acabas de decirme». Y le dije. «Y respecto a las numerosas cosas de las que me has hablado, cuando yo esté de regreso a la residencia del primer profeta de Amón, y cuando él vea de qué forma te has ocupado de tu misión, será tu misión la que habrá de valerte para recibir alguna cosa».

VIII
Tristezas y temores de Unamón

Me fui al borde del mar, al lugar en que los troncos estaban apilados, y observé once barcos que venían por el mar; pertenecían a los Tjeker, y tenían por consigna: Apresadle y no dejad salir para el país de Egipto los barcos suyos». Entonces me senté y lloré. El secretario del príncipe salió y vino a mí; me dijo: «¿Qué es lo que tienes?». Y le respondí. «¿No ves las aves migratorias que, ya por segunda vez, descienden hacia Egipto? Míralas, van hacia las marismas. Y yo, ¿hasta cuándo habré de permanecer aquí abandonado? ¿Acaso no ves a esas gentes que vuelven para detenerme?».

Se fue, notificó al príncipe, y el príncipe se puso a llorar a causa de las palabras que le decían y que eran tristes. Hizo salir, y me envió a su secretario, que me trajo dos medidas de vino y un cordero. Me hizo llevar también a Tentnau, una cantora egipcia que estaba con él, con este encargo: «Canta para él, impide que tenga negros pensamientos». Y me envió a decir: «¡Come, bebe, no tengas pensamientos negros! Mañana oirás todo lo que tengo que decirte».

Cuando llegó la mañana, hizo llamar a su guardia personal, se puso en medio de ellos, y dijo después a los Tjeker: «¿Qué significa vuestra llegada aquí?». Ellos le respondieron: «Hemos venido en persecución de estos miserables barcos que tú envías a Egipto, al mismo tiempo que de una gente con la que tenemos un asunto que arreglan. Él les dijo: «Me es imposible detener al enviado de Amón en mi país. Dejadme despedirlo, y después corred tras él para apresarlo».

IX
Unamón en el país de Alsa

Él me embarcó, y me despidió. Me alejé del puerto de mar y el viento me empujó hacia el país de Alsa. Los de la ciudad salieron contra mí para matarme. Me abrí un camino entre ellos hasta la residencia de Heteb, la princesa de la ciudad.

Encontré a la princesa saliendo de una de sus estancias y entrando en otra de sus estancias. La saludé y dije a las gentes que se encontraban cerca de ella. «¿No hay alguno entre vosotros que hable la lengua de Egipto?». Uno de ellos respondió: «Yo la entiendo». Entonces le dije: «Dile a mi señora que he escuchado decir hasta en la ciudad, hasta en el lugar en que reside Amón, que en todos lados se cometen injusticias, pero que en el país de Alsa se practicaba la justicia. Y sin embargo, aquí se hacen injusticias, cada día».

Ella me respondió: «En verdad, ¿qué quieres decir con eso?». Yo le dije: «Ahora que el mar está enfurecido y que el viento me ha empujado hasta el país donde tú vives, ¿vas a permitir que tomen mi cuerpo para matarme, a mí que soy el enviado de Amón? Presta atención: a mí me buscarán hasta el final de los tiempos. Y en cuanto a esta tripulación del príncipe de Biblos, que ellos quieren matar, ¿acaso si su señor se encuentra con diez de tus tripulaciones no las matará también?». Ella hizo llamar a sus gentes; se les acusó, y después me dijo: «Vete a dormir en paz» (el resto del manuscrito ha desaparecido).