ANTIGUO EGIPTO
Cuento del Campesino

I
El campesino Khunanup

Había una vez un hombre que se llamaba Khunanup. Era un campesino del Oasis de la Sal. Tenía una mujer llamada Merye. Dijo este campesino a esta su mujer: «¡Eh, tú! Voy a bajar a Egipto para traer comida para mis hijos. Anda pues y mídeme la cebada que está en el granero, lo que queda del año pasado». Entonces le midió ella ocho medidas de cebada.

Este campesino dijo a esta su mujer: «Toma, habrá para ti dos medidas de cebada que bastarán para tu sustento y el de tus hijos. Con las otras seis medidas de cebada, hazme entonces pan y cerveza para cada día en que yo esté de viaje».

Entonces este campesino bajó a Egipto tras haber cargado sus asnos con cañas, plantas redemet, natrón, sal, varas de madera del oasis de Farafra, pieles de pantera, cuero de lobo, plantas kheperur, sahut, granos, piedras jiwe, plantas wfo, palomas, pájaros naru y cabellos de tierra. En suma, una cantidad de buenos productos de todo tipo del Oasis de la Sal.

Entonces dijo Djehutinakht, cuando vio los asnos de este campesino, que le complacían de corazón: «¡Ah, si solamente tuviera yo algún ídolo poderoso por medio del cual pudiera apoderarme de los bienes de este campesino!».

La mansión de Djehutinakht estaba sobre el camino ribereño: éste era estrecho, y no era tan ancho como para sobrepasar la anchura de una pieza de tela. Uno de sus lados daba al agua, y el otro estaba sobre las mieses. Entonces dijo Djehutinakht a su criado: «Ve y tráeme un trozo de tela de mi casa». Le fue traída inmediatamente. Extendió la tela, pues, sobre el camino ribereño; así sus flecos quedaban sobre el agua y su ribete sobre el sembrado.

El campesino llegó entonces al camino de todo el mundo. Y Djehutinakht dijo: «¡Ten cuidado, campesino! ¿Es que vas a pasar por encima de mis vestidos?». El campesino respondió: «Haré lo que te plazca, mas la ruta que sigo es la correcta». Entonces el campesino avanzó hacia lo alto del camino, pero dijo Djehutinakht: «¿Es que mis mieses van a servirte de camino, campesino?». El campesino respondió: «La ruta que sigo es buena. El dique es escarpado, y el camino está en parte, bajo las mieses, y tú obstaculizas además nuestro camino con tus vestidos. ¿Es que quieres impedirnos pasar por el camino?».

II
Djehutinakht le arrebata los asnos

Apenas había terminado de decir estas palabras cuando uno de los asnos llenó su boca con un manojo de cebada. Entonces dijo Djehutinakht: «Mira, voy a apoderarme de tu asno, campesino, porque se come mi cebada; y pisará el grano a causa del mal que ha hecho». Y respondió el campesino: «La ruta que yo sigo es buena. Como uno de los lados era impracticable, yo he llevado a mi asno por el lado prohibido. Tú lo coges porque ha llenado su boca con un manojo de cebada. Pero yo sé quién es el propietario de este dominio: pertenece al gran intendente Rensi, hijo de Meru. Justamente es él quien castiga a cualquier ladrón en todo el país. ¿Es que voy a ser robado en sus dominios?».

Entonces Djehutinakht dijo: «¿No tendremos aquí el proverbio que dicen las gentes: El nombre del pobre es pronunciado a causa de su señor? Soy yo quien te habla, y es en el gran intendente en quien tú piensas». Entonces tomó una vara verde de tamarisco para fustigarle, y golpeó con ella todos sus miembros; después se apoderó de sus asnos, que fueron llevados a su propiedad. Y este campesino se puso a llorar fuertemente a causa del mal trato que le habían infligido, pero Djehutinakht le dijo: «No alces la voz, campesino, pues estás en el camino que lleva a la morada del Señor del silencio». Y este campesino respondió: «¡Me golpeas, robas mis bienes, y me arrebatas incluso la queja de mi boca! ¡Oh, Señor del silencio, devuélveme lo que me pertenece, y así dejaré de lanzar gritos capaces de inquietarte».

III
El campesino va a quejarse al gran intendente

El campesino permaneció hasta diez días suplicando a Djehutinakht sin que éste le prestara atención. Entonces el campesino marchó, en dirección sur, hacia Nennesu para suplicar a este respecto ante el gran intendente Rensi, el hijo de Meru. Lo encontró saliendo del portal de su casa para bajar a su barco de misión. Entonces dijo el campesino: «¡Ah, que me sea permitido regocijar tu corazón con relación a este asunto. Sería conveniente hacer venir a mí a tu hombre de confianza para que yo te lo reexpida con informes al respecto». El gran intendente Rensi, hijo de Meru, hizo pues que fuera con él su hombre de confianza para que este campesino pudiera reenviarlo con informes relativos a todos los detalles de este asunto.

Después el gran intendente Rensi, hijo de Meru, informó acerca de Djehutinakht a los notables que estaban a su lado. Y éstos le dijeron: «Se trata posiblemente de uno de esos campesinos que se ha dirigido a algún otro que no es él. Pues esto es lo que tienen por costumbre hacer contra sus campesinos que se dirigen hacia otros que no sean ellos.

IV
Primera súplica

Entonces el campesino vino a suplicar al gran intendente Rensi, hijo de Meru, diciendo: «¡Gran intendente, mi señor, el más grande de los grandes, la guía de lo que aún no es y de lo que es! Si bajas al lago de la justicia y si navegas por él con un viento favorable, la tela de la vela no será arrancada; tu barco no avanzará lentamente; ningún daño sufrirá tu mástil; tus vergas no se quebrarán; no zozobrarás cuando te acerques a tierra: la corriente no te arrastrará; no probarás la maldad del río; no verás rostro alguno con miedo; los peces, agresivos por otra parte, se acercarán a ti, y atraparás el mayor número de aves. Pues tú eres el padre del huérfano, el marido de la viuda, el hermano de la mujer repudiada, el vestido de aquél que ya no tiene madre. Permite que te haga en este país un renombre que esté por encima incluso de toda buena ley, ¡oh, guía exento de rapacidad, oh, grande exento de bajeza! Aniquila la mentira y vivifica la verdad. Acude a la voz de quien te llama, y tira por tierra el mal. Hablo para que escuches. ¡Haz justicia, oh, alabado que alaban aquellos que son alabados! Destruye mi miseria, pues estoy abatido por la pena, estoy débil por su causa. Tómame a tu cuidado, pues estoy al límite».

V
El gran intendente avisa al rey

Este campesino expuso este discurso en el tiempo de su majestad el rey Nebkaure. Y el gran intendente Rensi, hijo de Meru, fue ante su majestad, diciendo: «Mi señor, he encontrado a un campesino bienhablado de verdad: ha sido despojado de sus bienes por un hombre que está a mi servicio. Y he aquí que ha venido a suplicarme al respecto».

Su majestad respondió: «Tan cierto como que tú deseas verme feliz, que has de entretenerlo aquí largo tiempo, sin responder a todo lo que él pueda decirte. Y para que continúe hablando, cállate. Entonces que sus palabras nos sean traídas por escrito para escucharlas. Asegura sin embargo el mantenimiento de su mujer y de sus hijos, pues uno de estos campesinos no viene a Egipto antes de que su casa no esté vacía hasta el suelo. Asegura el mantenimiento del propio campesino. Velarás pues para que se le proporcionen provisiones, pero sin dejarle saber que eres tú quien se las ha dado».

Así, se le dieron diez panes y dos jarras de cerveza cada día. El gran intendente Rensi, hijo de Meru, las proporcionaba, pero se las daba a uno de sus amigos, y era éste el que se las entregaba al campesino. Entonces el gran intendente Rensi, hijo de Meru, envió un emisario al gobernador del Oasis de la Sal con vistas a asegurar el abastecimiento de la mujer de este campesino, a razón de tres medidas de cebada por día.

V
Segunda súplica

Entonces el campesino vino para suplicar por segunda vez, diciendo: «¡Gran intendente, mi señor, el más grande de los grandes, el más rico de los ricos, cuyos grandes tienen en él a uno que es más grande, cuyos ricos tienen en él a uno que es más rico! ¡Timón del cielo, sostén de la tierra, plomada que sustenta el peso! ¡Timón, no vayas a la deriva; sostén, no te inclines; plomada, no te desvíes! ¿Es que un gran señor puede tomar algo de aquello que no tiene momentáneamente dueño, y puede entregarse al pillaje de un hombre aislado? Lo que hace falta para tu sustento está en tu casa: una jarra de cerveza y tres panes. ¿Qué has de gastar por otra parte, colmando a tus clientes? Un mortal, incluso rico, muere igual que aquellos que dependen de él. ¿Serás tú un hombre eterno? ¿Acaso no es algo malo una balanza que se inclina, una plomada que se desvía, un hombre justo e íntegro que se ha convertido en un bribón? Mira, la justicia, arrojada de su lugar, te está rondando. Los altos funcionarios actúan mal; la rectitud se inclina hacia un lado; los jueces roban. Y aun esto: aquél que debe coger al hombre que ha cometido algún delito se desvía él mismo por esta razón del justo camino. Aquél que debe dar aliento está sobre el suelo falto de respiración. Aquél que debía refrescar, hace que se jadee. Aquél que debe distribuir con justicia es un ladrón. Aquél que debe eliminar la necesidad es el mismo que ordena que sea creada, hasta el punto de que la ciudad está sumergida. Aquél que debe reprimir el mal comete él mismo la iniquidad».

Entonces el gran intendente Rensi, hijo de Meru, dijo: «¿Acaso tu bien es para tu corazón algo más importante que el riesgo de ser llevado por uno de mis siervos?». Pero el campesino prosiguió: «El que mide montones de granos comete fraude en su provecho. El que llena los graneros para otro hurta los bienes de este último. Aquél que debe mostrar el camino de las leyes dirige el robo. ¿Quién pues obstaculizará a la perversidad cuando aquél que debe rechazar la injusticia se permite él mismo ligerezas? Uno parece recto, siendo así que avanza por vías tortuosas; otro se alinea abiertamente en el lado del mal. ¿Encuentras aquí alguna cosa para ti? Corregir es cuestión de un momento; el mal dura mucho tiempo. Una buena acción vuelve a su lugar de ayer. Es justo el precepto: "Actúa hacia aquél que actúa de forma que actúe de nuevo". Así, el agradecer a alguien por lo que ha hecho, o esquivar un golpe antes de que se dé, o incluso ofrecer una misión a un jefe de obras. ¡Ah, un instante puede traer la ruina, causar daños a tu viña, una disminución de tus aves de corral, la destrucción entre tus presas acuáticas! Un hombre que veía se convierte en ciego, uno que oía en sordo, uno que guiaba se convierte en alguien que extravía. Tú, tú eres fuerte y poderoso. Tu brazo es valeroso, tu corazón es rapaz. La piedad ha pasado junto a ti: ¡cómo hay que compadecerse del miserable que es destruido por ti! Te asemejas a un mensajero del dios cocodrilo. Superas incluso a la Dama de la Peste: si nada hay para ti, nada hay para ella; si nada hay contra ella, nada hay contra ti; si tú no lo haces, ella tampoco lo hace. Aquel que posee ingresos bien puede ser compasivo, pero un malhechor es necesariamente violento. Robar es natural para aquél que nada tiene, de la misma forma que robar bienes por parte de un malhechor. ¡Un crimen a los ojos de aquél que no tiene necesidades! Pero no hay que guardarle resentimiento al ladrón, pues no hace más que buscar para sí mismo los medios de vida. Tú, por el contrario, tienes para hartarte con tu pan, para emborracharte con tu cerveza. Eres rico en todas las cosas. El rostro del timonel está vuelto hacia delante, y el barco va a la deriva a su antojo. El rey está dentro, el timón está en tu mano, y el mal se extiende por la vecindad. Larga es la tarea del suplicante; es difícil hacer pedazos el mal. "¿Qué es pues lo que quiere el que esta ahí?", dirán. Sé un lugar de refugio y que tu orilla esté tranquila, pues el lugar en que habitas está infestado de cocodrilos. Que tu lengua sea justa, no te extravíes: una parte del cuerpo del hombre puede ser su perdición. No digas mentiras. Vigila a los altos funcionarios: una canasta de frutas es lo que corrompe a los jueces. Decir mentiras es su comidilla: hasta este punto tienen el corazón ligero. Tú que eres el más instruido de los hombres, ¿permanecerás ignorante de mi asunto? Tú que alejas cualquier carestía de agua, mira, tengo un camino sin barco. Tú que llevas a la orilla a todo aquel que se ahoga, tú que salvas al naufrago, socórreme».

VI
Tercera súplica

Vino entonces el campesino para suplicar por tercera vez, diciendo: «Gran intendente, mi señor, tú eres Ra, señor del cielo, con tus cortesanos. El sustento de todos los hombres viene de ti, como el flujo de la inundación). Tú eres Hapy, que hace reverdecer los prados y fertiliza las agotadas tierras. Rechaza al ladrón, protege al miserable, no seas la ola de la inundación contra el suplicante. ¡Ten cuidado con la llegada de la eternidad! Aspira a vivir largo tiempo, de acuerdo con el proverbio: "Practicar la equidad es el aliento de la nariz". Castiga a aquél que merece ser castigado, y nadie se cuestionará tu rectitud. ¿La balanza manual se desvía?, ¿se inclina la balanza con soporte hacia un lado? ¿Es que Tot se muestra complaciente? Si verdaderamente es así, entonces sí, puedes practicar el mal. Conviértete en el segundo de estos tres. Si los tres son complacientes, tú puedes también ser complaciente. No respondas al bien con el mal. No pongas una cosa en lugar de la otra. Mi discurso crece más que la planta jw. Y más de lo que place a aquél que respira su olor. No respondas, de acuerdo, pero entonces el mal se riega de forma que crece toda una cubierta de plantas sobre el suelo. Tres veces para hacerlo actuar. Si manejas el timón de acuerdo con la vela, la corriente te llevará hacia la práctica de la justicia. Cuídate de hacer una travesía que te sea adversa, a causa de la cuerda del timón. Practicar la justicia es el equilibrio del país. No digas mentiras, pues eres grande. No seas ligero, pues eres un hombre de peso. No digas mentiras, pues tú eres la balanza. No pierdas el aplomo, pues tú eres la rectitud. Tú, no eres más que uno con la balanza: si ella se inclina, tú te inclinarás también. No te desvíes cuando manejes el timón, y tira firmemente de la cuerda del timón. No tomes cuando actúas contra aquél que toma, que no es realmente un grande el grande que es rapaz. Tu lengua es la plomada de la balanza, tu corazón es su peso, tus dos labios son sus brazos. Si velas tu rostro frente al arrogante, ¿quién, pues, pondrá obstáculos a la perversidad? Tú eres como un miserable lavandero, de corazón rapaz, que hace daño a un amigo; abandonando a uno de sus íntimos en beneficio de uno de sus clientes: aquél que ha venido para traerle un encargo, es su hermano. Tú eres como un jefe de almacenes que no deja pasar con agrado al indigente. Tú eres como un halcón para los hombres, viviendo de los más débiles de los pájaros. Tú eres como un cocinero, cuyo gozo es matar animales sin que su mutilación le pueda ser reprochada. Tú eres como un pastor. No cuentas a tus animales; de esta forma experimentarás pérdidas de parte del voraz cocodrilo, quedando lejos todo lugar de refugio de los lugares habitados de todo el país. Tú que debes escuchar, no escuchas en absoluto; ¿por qué no escuchas? Hoy ciertamente he rechazado a un violento, y el cocodrilo se retira. ¿Cuál será para ti, pues, el resultado de esto? Se encontrará el secreto de la verdad, y la espalda de la mentira quedará por tierra. No dispongas del mañana antes de que llegue; nadie sabe qué males tiene en sí».

El campesino pronunciaba este discurso ante el gran intendente Rensi, hijo de Meru, a la entrada de las oficinas. Entonces éste hizo que se levantaran contra él dos guardias, armados de látigos, y le golpearon todos sus miembros. Tras lo cual, continuó diciendo el campesino: «Así que el hijo de Meru lleva aún un camino equivocado. Su rostro es ciego a lo que ve, sordo a lo que oye, desatento a lo que le ha sido recordado. Tú eres como una ciudad sin gobernador, como una compañía sin jefe, como un barco en el cual no hay un capitán, como una banda que no tiene conductor. Eres como un policía que roba, un gobernador que arrebata, un jefe de distrito encargado de reprimir el bandidaje y que se ha convertido en modelo para aquél que actúa mal».

VII
Cuarta súplica

Entonces vino el campesino para suplicar por cuarta vez. Habiéndolo encontrado saliendo del pórtico del templo de Arsafes, dijo: «¡Oh, alabado, que te alabe Arsafes, de cuyo templo has venido! La bondad ha muerto; (por el contrario) no hay nadie que pueda ufanarse de haber arrojado la espalda de la mentira por tierra. Si la barcaza ya ha regresado, ¿de qué forma entonces se podrá atravesar? La cosa debe hacerse incluso de mala gana. Atravesar el río sobre sandalias, ¿es una buena manera de atravesar? No. ¿Quién, pues, duerme aún hasta el día 9? Se acabó el caminar durante la noche, deambular por el día, permitir a un hombre levantarse para defender su justo derecho. Mira esto: "La piedad ha pasado a tu lado: cuánto tiene que quejarse el miserable que es destruido por ti". Pues eres como un cazador que se lo pasa en grande y se ocupa exclusivamente de hacer lo que le gusta, que arponea a los hipopótamos, atraviesa a los toros salvajes, ataca a los peces y coge con la red a los pájaros. No hay hombre dispuesto a hablar que esté exento de precipitación, no hay hombre de corazón ligero que sea lento cuando se trata de sus pasiones. Sé condescendiente y empéñate en conocer la verdad. Sé el dueño de lo que elijas, de manera que aquél que sea introducido silenciosamente junto a ti quede satisfecho. No hay hombre de carácter impetuoso que practique la virtud. No existe hombre alguno arrebatado cuyo brazo sea buscado. Cuando los ojos ven, el corazón puede estar contento. No seas tirano en la medida en que eres poderoso, para que un día la desgracia no te alcance a ti mismo. Descuida un asunto, y entonces empeorará. Aquél que come es quien saborea; aquél a quien se dirigen responde; quien duerme es el que ve un sueño; en cuanto al juez que merece ser castigado, es un modelo para aquél que actúa mal. Loco, mira, eres atrapado. Ignorante, mira, eres interrogado. Tú que vacías el agua, mira, han conseguido penetrar junto a ti. Timonel, no dejes que tu barco vaya a la deriva. Dispensador de la vida, no permitas que se muera. Destructor, no permitas que uno sea destruido. Sombra, no actúes como el sol. Lugar de refugio, no permitas que el cocodrilo se lleve la presa que codicia. Es la cuarta vez que estoy dirigiéndote una súplica, ¿es que voy a tener que emplear todo mi tiempo en esto?».

VIII
Quinta súplica

Entonces vino el campesino para suplicar por quinta vez, diciendo: «Gran intendente, mi señor, el pescador con red arrasa el río. ¡Pues bien, tú eres igual que ellos! No defraudes a un pobre en lo que él posee, a un hombre débil que tú conoces. Sus bienes son para el miserable el soplo de vida, y quien se los arrebata lo ahoga. Tú has sido puesto para escuchar los pleitos, para juzgar entre las partes, para castigar al ladrón. Pero no haces otra cosa que apoyar al ladrón. Se confía en ti, siendo así que te has convertido en un prevaricador. Has sido colocado para servir de dique al miserable: cuídate de que se ahogue, pues eres para él un agua de corriente impetuosa».

IX
Sexta súplica

Vino entonces el campesino para suplicarle por sexta vez, diciendo: «Gran intendente, mi señor, cada encuesta hecha imparcialmente por el juez destruye el efecto de la mentira, da vida a la verdad, crea todo bien y aniquila el mal, como cuando llega el hartazgo y hace cesar el hambre, como cuando el vestido llega y desaparece la desnudez, como cuando el cielo se serena tras una violenta tormenta y calienta a todos aquellos que tienen frío, como el fuego que cuece lo crudo, como el agua que retiene la sed. Mira con tus propios ojos: aquél que debe repartir con justicia es un ladrón; aquél que debe dar paz es el mismo que causa el dolor; aquél que debe allanar las dificultades es quien causa la pena. La picardía empequeñece a la justicia; pero cuando se llena exactamente la medida, la justicia no es engañada, y tampoco se difunde en exceso. Si tú traes alguna cosa, ofrécela a tu prójimo: lo que se masculla está desprovisto de propósito. Mi pena conduce a la separación; mi acusación provoca la partida: no se puede conocer lo que está en el corazón. No seas tan lento, y actúa a la vista de la queja que he presentado. Si tú separas, ¿quién reunirá? El gancho está en tu mano como una pértiga que abre la vía, cuando la ocasión de sondear el agua se presenta. Si el barco intenta entrar en el puerto cuando es llevado por la corriente, su cargamento se pierde para el país en cada orilla. Eres instruido, eres hábil, cumplidor, pero no gracias al robo. Sin embargo, te dedicas a reunir a todos los hombres, y tus negocios marchan al revés. El más bribón de todo el país afecta ser justo. El jardinero del mal riega su terreno con villanías para transformar su campo en territorio de la mentira, para irrigar lo que hay de malvado en su propiedad».

X
Séptima súplica

Vino entonces el campesino para suplicar por séptima vez, diciendo: «Gran intendente, mi señor, eres el gobernador de todo el país: el país navega a tus órdenes. Eres un segundo Tot, que juzga sin inclinarse a un lado. Señor, sé benévolo cuando un hombre apele a ti para juzgar su justa causa. No te muestres obstinado, que eso no te conviene. El que va demasiado lejos se vuelve ansioso. Pero no te preocupes de lo que aún no ha llegado, ni te regocijes tampoco con lo que aún no ha sucedido. La indulgencia prolonga la amistad, y no toma en cuenta lo que ha pasado: no se puede saber lo que hay en el corazón. Aquél que socava la ley, aquél que infringe la norma, ¡no hay pobre al que haya expoliado que todavía pueda sobrevivir: de forma que la justicia no lo tiene en gran estima. Yo tenía, por decirlo de algún modo, el cuerpo repleto; mi corazón estaba pesado. Esto ha surgido de mi cuerpo a causa del estado en que se encontraba. De la misma forma que una brecha en un dique, y el agua que contenía se escapó. Así mi boca se abrió para hablar. Manejé entonces mi garfio, vacié mi agua, me desprendí de aquello que estaba en mi cuerpo, y lavé mis sucios vestidos. Mi discurso ha terminado; mi miseria se ha desplegado completamente delante de ti. ¿Qué es lo que aún necesitas? Tu descuido te perderá, tu ambición te hará daño, tu avidez te creará enemigos. ¿Pero encontrarás alguna vez un campesino que se me parezca? Un indolente como tú, ¿permanecerá alguna vez un suplicante, como yo he hecho, en la puerta de tu casa? No hay un hombre silencioso a quien tú hayas hecho hablar, uno dormido al que hayas hecho hablar, un torpe a quien hayas animado, uno con la boca cerrada a quien hayas abierto la boca, un ignorante al que hayas convertido en sabio, ni un necio al que hayas instruido. Y sin embargo, los altos funcionarios deberían ser los enemigos del mal y los señores del bien; deberían ser artistas capaces de crear todo lo que existe, e incluso capaces de poner en su lugar una cabeza cortada».

XI
Octava súplica

Entonces este campesino vino para suplicar por octava vez, diciendo: «Gran intendente, mi señor, se puede tener una gran caída a causa de la avidez. El hombre ambicioso falla a menudo el objetivo, y el único objetivo que alcanza es el fracaso. Eres ambicioso, y esto no te conviene, robas, y eso no te reporta beneficios, tú que deberías permitir al hombre levantarse para defender su justo derecho. Porque lo necesario para tu mantenimiento está en tu casa, tienes el estómago bien repleto; la medida de grano se desborda y, si vacila, lo que se escape se perderá para el país. Ladrones, salteadores y bandoleros, he aquí los altos funcionarios, que sin embargo han sido nombrados para reprimir el mal; un lugar de refugio para el violento, he aquí los altos funcionarios, que sin embargo han sido nombrados para reprimir los delitos. La causa de que yo te suplique no es un sentimiento de temor ante ti: te conozco de corazón, el corazón de un hombre discreto que se vuelve para hacerte reproches. No teme aquél a quien él les presenta suplicante; y su hermano no está presto a serte llevado desde la calle. Tienes tus terrenos en el campo; tienes tu dotación territorial en el dominio; tienes alimentos en el almacén de provisiones. ¡Los altos funcionarios te dan, y tú aún coges! ¿Serás ladrón? Y se te ofrecen regalos cuando vas acompañado de soldados para proceder a repartir las parcelas. Haz la justicia para el Señor de la Justicia, cuya justicia encierra la verdadera justicia. Tú, el cálamo, el rollo de papiro, la paleta, el dios Tot, guárdate de hacer el mal. Cuando lo que está bien está bien, entonces está bien. La justicia es para la eternidad; desciende a la necrópolis con aquél que la practica. Se le coloca en la tumba y la tierra se une a él, pero su nombre no se borra aquí abajo, y uno se acuerda de él a causa del bien que hizo. Es la norma que se encuentra en las palabras que vienen de Dios. Si es una balanza de mano, no se inclina; si es una balanza de pie, no se inclina hacia un lado. Sea yo quien deba venir, o sea otro cualquiera quien deba venir, acógelo bien. No respondas a lo que él diga como alguien que se dirige a un hombre que no tiene el derecho de hablar; no ataques a un hombre que no ataca. No te muestras clemente, no te muestras compasivo; no huyes, pero no suprimes el mal. Y no me compensas de ninguna forma por este hermoso discurso salido de la boca de Ra mismo. Enuncia la justicia, practica la justicia, pues ella es grande, ella es poderosa, perdura, y, cuando se encuentra su... conduce al estado de im akhu. Si la balanza se inclina, entonces un resultado exacto no puede obtenerse. Una manera incorrecta de actuar no sirve para llegar a puerto, mientras que un hombre honesto abordará en tierra».

XII
Novena súplica

Entonces vino este campesino a suplicar por novena vez, diciendo: «Gran intendente, mi señor, la lengua de los hombres es su balanza; es la balanza la que descubre las faltas. Castiga a aquél que merece ser castigado, y nadie cuestionará tu rectitud. La verdad reaparece en tu presencia. La verdad es la sustancia de la que vive la mentira; hace prosperar. Si la mentira se pone en camino, se extravía; no atraviesa en la barcaza; no hace un buen viaje. En cuanto a aquél que se enriquece por medio de ella, no tiene hijos, no tiene herederos sobre la tierra; y para aquél que navega con ella, no aborda la tierra, su barco no atraca en su puerto de origen. No seas pesado, tú ya no eres ligero. No seas lento, tú ya no eres rápido. No seas parcial, y no escuches a tu corazón. No ocultes tu rostro frente a aquél a quien tú conoces. No seas ciego frente a aquél a quien una vez contemplaste. No rechaces a quien viene a ti suplicándote. Deshazte de esta tardanza en proclamar tu sentencia. Actúa para aquél que actúa por ti. No prestes oídos a todo el mundo cuando un hombre apela a ti, para juzgar su justa causa. No hay ayer para el indolente; no hay amigo para aquél que está sordo a la justi­cia; no hay día para el hombre ambicioso. Aquél que denuncia se vuelve un pobre miserable y el miserable está destinado a ser un suplicante: su adversario se convierte en su verdugo. Mira, te dirijo una súplica y no la escuchas. Encomendaré pues una súplica respecto a ti a Anubis».

XIII
Conclusión

Entonces el gran intendente Rensi, hijo de Meru, envió dos guardias para hacerlo volver. El campesino tuvo miedo, pues imaginaba que se hacía esto para castigarle por el discurso que había hecho. Y dijo el campesino: «Acercarse a los lugares de agua para un hombre sediento, tender la boca hacia la leche para un niño de pecho, tal es la muerte, que se quiere ver y que aún no ha llegado, para aquél hacia quien viene por fin su muerte, tarde». Pero el gran intendente Rensi, hijo de Meru, dijo: «No temas, campesino: porque si se ha hecho esto contra ti, era solamente para obligarte a quedarte conmigo».

El campesino respondió: «¡Por mi rostro! ¿Es que tengo que comer de tu pan, es que tengo que beber de tu cerveza hasta la eternidad?». El gran intendente Rensi, hijo de Meru, insistió: «Espera un poco al menos aquí para que puedas escuchar tus súplicas». E hizo leerlas según un rollo de papiro nuevo, cada súplica según su contenido. Después el gran intendente Rensi, hijo de Meru, hizo llegar este rollo a su majestad el rey Nebkaure, y ello fue grato en el corazón de su majestad más que toda cosa que hubiera en el país entero. Y su majestad dijo: «Decide tú mismo, hijo de Meru».

Entonces el gran intendente Rensi, hijo de Meru, envió dos guardias para traer a Djehutinakht. Fue entonces traído y se hizo un inventario de sus bienes así como de sus gentes, a saber: seis personas, sin contar sus provisiones, y su cebada del Alto Egipto, y su trigo, y sus asnos, y su ganado mayor, y sus cerdos, y su ganado menor. Y se dio a Djehutinakht como esclavo al campesino, así como todos sus bienes.

He venido a completo término, desde el comienzo hasta el fin, conforme a lo que se encontró por escrito.