Abraham


Sacrificio de Abraham a su propio hijo, punto cúlmen de su fidelidad a Dios

Murcia, 1 mayo 2024
Equipo de Biblia de Mercabá

        Para reunir a la humanidad dispersa, Dios eligió a Abram para que saliera "fuera de su tierra", de su patria y de su casa (Gn 12, 1), y para hacer de él el padre de una multitud de naciones (Gn 17, 5): "En ti serán benditas todas las naciones de la tierra" (Gn 12, 3). El hombre cuyas raíces están afirmadas en la tierra de la fe. Eso es Abraham, según la Carta a los Hebreos. El hombre venerado como modelo y símbolo de las 3 grandes religiones monoteístas.

        Se trata de un Abraham que tiene los ojos abrumados por las arenas del desierto, los rebrillos del desierto y la búsqueda en el desierto. Abraham no se apoya nunca (casi nunca) en sus propios saberes y teneres, sino que su caminar se apoya en Dios, que lo llama a una misión insospechada y se fia de él, probando y aprobando continuamente a su elegido.

        Abraham, el eterno creyente, es en el alborear de la historia el modelo típico del hombre caminante, del hombre amigo de Dios, del hombre probado por Dios.

a) Abraham caminante

        La antropología de la itinerancia no es exclusiva de la tradición judeocristiana, sino que también otras culturas han entendido a sus héroes como hombres del camino. Pues bien, Abraham los sobrepasa a todos. Quizás no en la longitud y variedad de los senderos recorridos, pero sí en la actitud: en el abandono del que sabe que nunca volverá, nostálgico y receloso, a su lugar de partida. Evidentemente, Abraham no es Ulises, sino el emigrante que no retorna.

        Cuando los antepasados de los hebreos habitaban al este del Eufrates adoraban a otros dioses (Js 24, 2), así que la partida de las tierras de Ur de Caldea tuvo que ser para los que siguieron a Abraham una verdadera ruptura, pues no se abandona en la indiferencia el suelo donde están afirmadas las raíces.

        Sólo la búsqueda de un nuevo suelo y de una nueva firmeza justificó esa dura emigración de los espíritus, insatisfechos de sus antiguas divinidades. Salir de Ur y ponerse en marcha hacia lo desconocido, que entonces debían de ser las tierras altas de Aram (hoy Sanliurfa, en Turquía), fue, entonces y ahora, el 1º paso en los caminos de los buscadores. Y el 1º paso es la búsqueda de un Dios diferente e insospechado (Gn 11, 3).

        Según se especula, Abraham pudo ser un eblaíta, al que no le debió ser fácil abandonar su metrópoli de Ebla y sus entornos, para hacerse nómada en las estepas de Israel. Una vez más, el buscador en la fe olvidó la nostalgia del valle acogedor y la comodidad confortable de Aram para ponerse en marcha hacia lo desconocido, que en aquel momento fue el desierto del Neguev. Si la 1ª etapa de su viaje venía a significar la búsqueda de un Dios, la 2ª etapa pareció ser la búsqueda de una patria y una comunidad fraternal (Gn 12, 1-9).

        Pero Abraham tuvo que seguir nuevos caminos. En las páginas de la Escritura, Egipto no era precisamente un lugar de descanso para los verdaderos creyentes (Gn 47, 29), sino una meta nostálgica y tentadora para todos los que carecen de ideales (Ex 14, 12). Pues bien, Abraham también cayó en esa tentación, y por una vez sus caminos parecieron buscar la satisfacción de sus necesidades elementales, dando marcha atrás en los senderos típicos del éxodo.

        Bajar a Egipto, aunque fuese bajo la obligación del hambre, equivalía a emprender el camino de la tentación. Si el 1º camino de Abraham significó la búsqueda de una patria, la bajada a Egipto supuso el final de un camino de búsqueda de sí mismo, con todo lo que ese caminar tenía de doloroso (Gn 12, 10-20).

b) Abraham, amigo de Dios

        Evidentemente, también fuera del ambiente bíblico han habido hombres y mujeres que han llegado a barruntar los proyectos de Dios. Pero en Abraham no sólo sucedió eso, sino que tuvo la osadía de pretender convencer a Dios de esa verdad. Sólo la compasión lo empujó a disputar con su Señor.

        Quizás por eso Dios lo consideró su amigo. Porque la misericordia es lo propio de Dios, y Abraham pareció haberlo adivinado. Abraham marcó senderos de compasión para todos los amigos de Dios que pudiera haber, y sus caminos fueron pistas para un encuentro con Dios.

        Lo 1º fue su encuentro con el Dios señor. Los sabios de la tierra dicen que no es lo mismo fe que religión. Será verdad. Pero la fe hizo a Abraham religioso, piadoso y casi beato. Su generosidad lo llevó a defender a su sobrino Lot, cuando éste estuvo en dificultad. Y su piedad lo llevó a ofrecer el diezmo, aún no bien conocido, a aquel Melquisedec que era sacerdote y rey de Salem.

        Su iniciación religiosa pasaba por el respeto a Dios, al que reconoce y venera como dueño de los destinos de los hombres. Nadie podrá decir, por tanto, que en la fe de Abraham no hubo una búsqueda respetuosa, ni un atento atisbo, a toda manifestación de lo sagrado (Gn 14, 17-20).

        Lo 2º fue su encuentro con el Dios aliado. Algunos se imaginan que la fe soluciona todos los problemas. Abraham, sin embargo, sintió en sus carnes la nostalgia del hijo deseado que no acababa de llegar a su familia. Si su generosidad lo había llevado a encontrarse con el Dios señor, su soledad lo llevó a encontrarse con el Dios aliado.

        Fue en el vacío de las propias posibilidades humanas donde Dios se manifestó y ofreció a Abraham. Era la tarde de la vida, y en medio de las tinieblas Dios le brinda la esperanza de una gran descendencia. Entonces, como ahora, Dios está dispuesto a ponerse de parte del vacío nostálgico del hombre. Él se hace presente en el misterio, y en la fuerza del fuego (Gn 15).

        Y lo 3º fue su encuentro con el Dios amigo. Algunos han pensado que Dios se les presentará un día en todo su esplendor, y acostumbram sus ojos a la maravilla. No obstante, de ese modo se pierden el milagro de la cotidianidad. Dios llega cuando menos se lo espera, y en este sentido la hospitalidad de Abraham le llevó a descubrirlo en la naturalidad de dar agua y alimento a esos 3 caminantes del camino.

        Al compartir el pan con el peregrino, uno descubre que también el peregrino tiene algo importante que compartir. Fue lo que hizo Dios con Abraham, al compartir con él sus planes de futuro, sus promesas de esperanza y una gran recompensa para la compasión. Desde aquel mediodía, en la encina de Mambré, Abraham siguió sospechando que, tras todo caminante, podía esconderse (o revelarse) el mismo Dios (Gn 18).

c) Abraham, probado por Dios

        Dicen que para enfrentarse con el futuro hay que tener ideas claras, ser emprendedor y optimista y tener algo con qué contar. Seguramente Abraham se reiría de todas estas rotundas afirmaciones, pues como si no supiera él lo difícil que resultaba seguir buscando, simplemente siguió buscando en la fe, a pesar de las pruebas de la nostalgia, del desgarro y de la muerte.

        Tal vez la 1ª prueba para Abraham fue la de la nostalgia, porque lo malo no es verse envejecer, sino pensar que tu herencia no tendrá heredero. Lo realmente doloroso para Abraham fue pensar por un momento (¿por cuántos momentos?) que Dios podría haber olvidado al que un día había llamado, o incluso abandonado.

        Tener un hijo de una esclava era un expediente permitido por las leyes de las tierras de Ur, y hacia esa ley permitida se remite Abraham bajo la tentación de la nostalgia. Pero fue una tentación sin éxito, al apoyarse en el propio saber en vez de seguir aquella voz increíble que le prometía lo inverosímil. El hijo Ismael, nacido según las leyes de Ur, no sería el hijo de las promesas de Dios (Gn 16).

        En 2º lugar vino la prueba del desgarro. El hijo de la esclava Agar no había de ser el heredero, y ésta fue una amarga lección que Abraham hubo que aprender. Finalmente llegó el hijo prometido, al que llamaron Isaac. Era el momento de la risa y el juego, del regalo del Dios amigo y de la sorpresa inesperada y siempre soñada.

        Abraham sintió la tentación de reservar en activo sus propios proyectos, aun sin rechazar (claro está) los proyectos de Dios. Si Isaac fue un don de Dios, e Ismael había sido el fruto de su inquietud e ingenio, ¿por qué no podrían convivir y compartir su amor y sus herencias? ¿O por qué iba ahora a abandonar las ilusiones tan trabajosamente elaboradas? Despedir a Ismael en la linde misma del desierto debió de ser para Abraham como sentir bramar al viejo corazón nómada (Gn 21, 8-21).

        Y en 3º lugar llegó la prueba de la muerte. Isaac era un don de Dios, pero Abraham desea mantenerlo en su propia estela y estilo. Por eso, el sacrificio que Dios le pide supera a todos los demás. Sacrificar a Isaac en lo alto de un monte significaba para Abraham, en cierto modo, renegar del largo camino que le había llevado desde Ur hasta Berseba.

        Al mismo tiempo, subir al monte para sacrificar a Isaac significaba otro penoso descubrimiento: que Dios se reserva las primicias de la vida, aunque no quiera la sangre de los hombres. Abraham descubrió lo que significaba ser diferentes en medio de pueblos descreídos, como amantes de la vida (Gn 22).

d) Abraham, modelo de fe

        Como modelo típico del hombre caminante, Abraham aprendió a vivir humildemente de la fe. Y ésa fue su justicia (Gn 15, 6). Abraham, padre de las 3 grandes religiones monoteístas, recuerda y actualiza la exigencia de la fe.

        La Carta a los Hebreos, en el elogio que hace de la fe de los antepasados, insiste particularmente en la fe de Abraham: "Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber adónde iba" (Gn 12, 1-4). En efecto, fue por la fe por lo que Abraham vivió como extranjero y peregrino en la Tierra Prometida (Gn 23, 4), su mujer Sara se ofreció a concebir al hijo de la promesa y Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio (Hb 11, 17).

        Abraham consumó así la definición de fe dada por la Carta a los Hebreos: "La fe es garantía de lo que se espera, y prueba de las realidades que no se ven" (Hb 11, 1). Creyó Abraham en Dios, y esto le fue reputado como justicia (Rm 4, 3). Gracias a esta fe poderosa (Rm 4, 20), Abraham vino a ser el "padre de todos los creyentes" (Rm 4, 11.18).

        El que es modelo de la fe, es también modelo para la esperanza itinerante. Los creyentes que se fían de Dios miran al futuro y se atreven a emprender caminos en los que nunca habrían soñado por sus fuerzas. En este sentido, la esperanza cristiana no se opone a la esperanza del pueblo hebreo, sino que la recoge y perfecciona.

        La de Abraham fue una larga historia de fe en Dios, que tuvo su origen en la esperanza y que fue purificada por la prueba del sacrificio (Gn 17,4-8; 22,1-18). La familia cristiana recuerda que Abraham, "esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones" (Rm 4, 18).

        Abraham es también modelo para la tolerancia y la fraternidad. Es decir, para la caridad. El pensador judío Ellie Wiesel ha escrito que por eso Abraham es el padre de los creyentes, porque supo adivinar que en los caminantes que llegaban a su tienda podría ser acogido el mismo Dios. La misma idea había sido ya subrayada por el autor de la Carta a los Hebreos, cuando inculcaba a los cristianos el deber sagrado de la hospitalidad (Hb 13, 2).

        Al volver los ojos a Abraham, los cristianos recuerdan y agradecen los tesoros recibidos de sus hermanos hebreos. Y saben que "el designio de salvación comprende también a los musulmanes, que profesan tener la fe de Abraham y adoran con nosotros al Dios único y misericordioso, que juzgará a los hombres al fin del mundo" (LG, 16; NA, 3; CCE, 841).

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CATECISMO JUVENIL MERCABÁ

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