DESCUBRIMIENTOS
a)
Europa renacentista
b)
Móvil de los descubrimientos
c)
Especias orientales
d)
Medios renacentistas
e)
Navíos renacentistas
f)
Pilotos renacentistas
g)
Armamento renacentista
h)
Animales del Renacimiento
i)
Ideales humanos renacentistas
j) Ideales
cristianos renacentistas
_____________________________________________________
En
la historia del mundo, nunca el esfuerzo de la exploración fue gratuito, sino
que siempre ha obedecido a necesidades económicas. Sin embargo, para explicar
la psicología del explorador es necesario un resorte moral, un ideal. Los ss. XV y XVI, que fueron para los europeos la edad de oro del descubrimiento,
presentan claramente las dos características principales del interés mercantil
y de la expansión ideológica. Y las realizaciones espectaculares que se
derivan de ellas son motivadas por la aparición de un nuevo factor dinámico
que moviliza en su provecho el tráfico y la propaganda religiosa: el estado
moderno del Renacimiento, en el cual el poder dinástico condensa, construye y
desarrolla a una nación.
El
comercio del Occidente europeo, contenido al Oeste por el muro del Atlántico,
estaba desde la prehistoria ligado al Oriente mediterráneo; hasta el s. VII,
estuvo garantizado por la unidad religiosa, heredera de la unidad política
romana. Entonces aparece Mahoma; la nueva religión invadió rápidamente África
y el Oriente Próximo, dando comienzo el asedio del Mediterráneo. Relajado este
asedio a consecuencia de las Cruzadas, se agrava cuando los turcos otomanos
reanudan por su cuenta la guerra santa. Desde el final del s. XIV están en
los Balcanes; dos generaciones después, bloquearán el Bósforo y el mar Negro.
Sin
embargo, en Occidente los apetitos han aumentado. El s. XV se caracteriza por
la aparición de grandes capitalistas que labran moneda, cobran los impuestos y
dirigen las finanzas por cuenta de las casas principescas, que extienden su
dominio y afirman su majestad. Jacques Coeur es el prototipo francés de esta
nueva clase, que representan en España los banqueros judíos, conversos o no.
El capital busca colocación, y el poder central capitales; los dos se
encuentran en el descubrimiento, y después en la subsiguiente conquista.
El
esfuerzo del descubrimiento, iniciado en Portugal, se dirige primeramente hacia
el Sudoeste, a lo largo de la costa de África. La hazaña de Cristóbal Colón
dirigió hacia el Oeste la ambición de España tan pronto como hubo acabado su
reconquista; su ejemplo estimuló las empresas portuguesas, que en pocos años
consiguieron fundar, de Europa a las Molucas, pasando por el Cabo, una cadena de
puntos de apoyo marítimos.
Sin
embargo, la aparición al Oeste del Atlántico de un muro español continuado
indujo a otras naciones europeas (Inglaterra, Francia, Países Bajos), bien a
atacar las posiciones contrarias, o bien, sobre todo, a rodearlas; así se
produjeron las incursiones hacia los pasos del Noroeste y
del Nordeste. Finalmente, los rusos, sin acceso al mar, desbordaron por el Norte
el bloque de estados musulmanes del Asia central. Por todas partes el
reconocimiento y la conquista de los países descubiertos iban a la par, en la
medida en que los estados europeos estaban directamente interesados. Solamente
la corona española consiguió, a lo largo de la época considerada, constituir
un imperio colonial. Portugal se detuvo en una fase preparatoria.
El
eje principal del descubrimiento, orientado primeramente al sudoeste de Europa,
donde se adquirieron los más importantes resultados, barre en seguida el Atlántico
en el sentido de las agujas de un reloj. A medida que gira, disminuye el lugar
ocupado en la historia del Renacimiento europeo por los países descubiertos, al
igual que el interés que se les dedicó en los medios cultivados. Al mismo
tiempo, el centro de las nuevas exploraciones se desliza lentamente del Sudoeste
al Noroeste, de Lisboa a Moscú. A fin del s. XVI, las incursiones de los
corsarios ingleses anuncian una época nueva, la de la gran marina de velas y
los espacios ilimitados, mientras que los rusos preludian, con tres siglos de
anticipación, el establecimiento del más grande imperio terrestre que ha
existido jamás.
En
el pensamiento de Occidente, la concepción que se tiene del aspecto del mundo
ha cambiado: la imaginaria preponderancia de la tierra sobre el agua, lugar común
de las culturas asiáticas y mediterráneas, cede paso a la moderna perspectiva
mundial de un globo con las tres cuartas partes ocupadas por extensiones
marinas. Así se justifica el plan que seguimos, las proporciones relativas de
sus diferentes partes y, especialmente, la patente primacía adjudicada a las
empresas españolas en el Nuevo Mundo.
Son
de dos clases: materiales y espirituales. En el orden material, está en primer
lugar la necesidad de las especias y mercancías procedentes del Extremo
Oriente, sobre todo de la seda; después, a medida que las empresas van siendo
asunto de los gobiernos, la búsqueda del oro, medio de poder. En el orden
espiritual, el afán de extender el cristianismo. Naturalmente, lo material
recortará por todas partes a lo espiritual: el comercio y la conquista
favorecerán la propaganda religiosa, y la Iglesia por su parte aumentará su
riqueza e influencia.
La
necesidad apremiante de especias, que desconcierta al francés moderno, y que se asombra de encontrarla en los países donde persiste un régimen
culinario monótono, se explica en la Edad Media por las condiciones de la
agricultura europea: turno trienal trigo-cebada-barbecho, y crianza extensiva de
ganado sin selección definida. Pan y gachas constituyen la alimentación básica,
con la carne salada que proviene de la matanza masiva del ganado excedente
efectuada en el otoño; col, rábanos, guisantes, lentejas y cebollas dan
poca variedad a la comida ordinaria. Faltan los fosfatos y las grasas. Faltan
también el arroz, el maíz, la patata, los productos lácteos, los frutos y
legumbres verdes y el azúcar. Europa está reducida al plato único, y todo el
arte culinario reside en las salsas.
Además,
los productos odoríferos desempeñan un papel importante en la práctica
religiosa, en la farmacopea y en los perfumes o drogas que se usan para combatir
el olor de las ropas sucias y las epidemias. Hay, por lo tanto, una demanda
inmensa de incienso, alcanfor, canela, nuez moscada, macis, jengibre, cañafístula,
cardamomo, galanga, sándalo, todos productos del Sur y del Sudeste asiáticos,
y sobre todo de pimienta de la India y de clavo de las Molucas.
Esta
demanda engendra la especulación. El comercio de las especias desde el país de
origen se efectúa por intermediarios malayos, hindúes, persas y, en último
lugar, musulmanes, que dictan los precios. Además, las empresas guerreras de
los turcos otomanos amenazan las vías del comercio en el Oriente Próximo. De
aquí la doble idea: suprimir los intermediarios y cambiar las vías del
comercio. Su realización resume las empresas del s. XV, las cuales se
encadenarán con las conquistas del s. XVI. La seda, tejido apreciado porque
resiste al uso y a la polilla, el oro, por motivos evidentes, y las piedras
preciosas, mercancías de poco estorbo y gran valor, completarán los
cargamentos. La moneda de cambio será proporcionada sobre todo por los
productos de la industria europea, tejidos y quincalla, fabricados en grandes
talleres de estilo ya precapitalista. Si las gentes de ultramar no se prestan al
cambio, se les obligará bajo la amenaza de las armas.
La
Iglesia irá detrás, deseosa de llevar la cruz a los infieles; y los soberanos,
legitimados por ella, la asociarán a sus conquistas, a menudo desde el primer
grado de combatientes.
Pero
estas empresas de aspecto nuevo son inconcebibles sin los medios técnicos y logísticos
apropiados; estos serán suministrados por la aparición de la navegación de
altura y por las nuevas instituciones.
Mejores
navíos, instrumentos de navegación más eficaces, un personal náutico más
cualificado, una organización de armadores bajo el control y con la participación
financiera del Estado; tal es a grandes trazos el cuadro de la Exploración en
los ss. XV y XVI. Las naciones, que como Portugal y España innovaron las
primeras, obtendrán los resultados más importantes.
A
la hora de conquistar, el empleo de la fortificación y de las armas de fuego
dará a los europeos posiciones inexpugnables y una ventaja táctica en campo
raso, reforzada por el uso de la caballería.
El
s. XV en su conjunto, y el s.
XVI por lo que respecta al descubrimiento, pueden ser considerados como la edad
de las carabelas.
De
origen oscuro, este tipo de navío, propio para bordear y ceñir el viento y fácil
de defender, se nos muestra como un compromiso entre la capacidad de carga de la
nave o barco redondo y las cualidades maniobreras de la galera. La Carabela Santa María de Colón tenía en la popa un castillo de dos
pisos, de los cuales el primero se extendía hasta el palo mayor, y el
segundo hasta el palo trasero, denominado trinquete de mesana; un tercer palo, más
hacia adelante, se llamaba trinquete. El bauprés prolongaba la proa[1].
La
bodega, reservada a la carga,
se cerraba antes de la partida con la ayuda de escotillas. La dotación y los
pasajeros se colocaban lo mejor posible en el puente, y en caso de mal tiempo,
al abrigo del castillo de popa, donde se dormía incluso sobre las tablas; la
hamaca fue introducida pronto de las Antillas. Solamente el capitán disponía
de un camarote, estrecho refugio donde guardaba sus libros y sus instrumentos de
navegación. A veces los huéspedes de calidad obtenían el favor de un mamparo
que les preservaba de una excesiva promiscuidad, si bien ello estaba en
principio prohibido, a fin de que, en caso de necesidad urgente, los hombres
desocupados de la dotación pudiesen acudir a la maniobra sin demora.
El
alimento
consistía principalmente en carne salada y legumbres secas, suministradas
moderadamente por el cocinero de a bordo; el pasajero debía llevar por sí
mismo con que alumbrarse y un recipiente para recoger los excrementos. El agua
potable estaba estrictamente racionada, y nadie lavaba ni su cuerpo ni sus
efectos; el mareo, sobre todo con mal tiempo, provocaba espantosos problemas. A
éstos escapaban solamente los gavieros, marineros seleccionados que permanecían
lo más posible en la cofa, plataforma situada a los dos tercios del palo mayor,
a la cual se ascendía por las maromas, y donde se colocaba un vigía cuando lo
requería el caso.
Una
reserva de armas de fuego (arcabuces) o
ballestas, cuya eficacia y precisión eran cuando menos desiguales, y las armas
blancas de que estaban provistos tripulación y pasajeros, permitían tener a
raya a eventuales agresores. Si el puente era invadido, el castillo de popa, que
lo dominaba, servía de refugio a la tripulación y se convertía en una
fortaleza.
La
carabela,
navío relativamente ligero, que por término medio apenas sobrepasaba las cien
toneladas, en el curso de los grandes cruceros podía sufrir en un puerto de
fortuna las reparaciones que hubieran hecho necesarias los estragos de los
moluscos. Entonces era “volcada en carena”. Después de llevarla con marea
alta a una playa abrigada, la nave era aligerada, a veces desarbolada, e
inclinada sobre el flanco; se reparaba así el costado libre; puesta a flote, en
seguida era inclinada del otro lado y reparada de la misma manera, para ser
después definitivamente colocada en su línea de flotación y, por último,
rearmada. El uso de la incorruptible madera de teca, corriente hoy, no se
generalizó sino muy tarde. En el siglo XV se empleaban sobre todo los árboles
de Madera, nombre que significa “árbol de construcción”, “materia” por
excelencia: madera.
Para
los viajes comerciales fueron utilizadas más tarde las carracas;
sus castillos de proa y de popa se elevaban a una docena de metros por encima
del mar y sus mástiles a una treintena; su artillería podía disparar por
troneras colocadas lo más bajo posible, lo que permitía alcanzar al adversario
cerca de la línea de flotación y amenazar su obra viva. Las cualidades náuticas
de estos pesados navíos eran bastante mediocres; a decir verdad, eran más bien
cuarteles o almacenes flotantes donde convivían doscientos o trescientos
marineros y hasta más de quinientos soldados en unas condiciones que apenas
cabe imaginar.
El
galeón,
gran correo militar, participaba de las condiciones de la carraca y de la
carabela; ceñía mejor el viento que la carraca. Fue un galeón el que a
finales del s. XVI aseguró el servicio regular entre Manila y México: el célebre
Galeón de Acapulco. En su mayor parte, la Armada Invencible se componía
de galeones. Al contrario que las carabelas, carracas y galeones tenían
necesidad de bases bien equipadas.
En
resumen, los tres tipos de navíos se repartieron históricamente las tareas náuticas:
la carabela es el barco de los descubridores; la carraca, el de los
comerciantes; el galeón, el de los sostenedores del imperio. Una cierta aureola
de ensueño envuelve aún en nuestros días el espectro de las carabelas.
Como
en la edad precedente, brújula, cartas, croquis de las costas y reloj de arena
para medir el tiempo siguen siendo los instrumentos esenciales. Son manejados
por los pilotos, especialistas que poseen conocimientos teóricos, además de un
acusado sentido de la mar.
Ordinariamente
se otorga el mérito de haber formado los primeros pilotos cualificados a la
famosa y Academia de Sagres, establecida cerca del cabo San Vicente, punta
extrema del Algarve, alrededor del príncipe Enrique el Navegante.
Presunción verosímil, pues la importancia de los capitales comprometidos y de
los beneficios que se esperaban justificaba el secreto de que se rodeaba la
formación de los pilotos. Pero a los portugueses Diego Cao y Bartolomé Días
los españoles pueden oponer a los Pinzones, Elcano y La Cosa; los italianos, a
Colón, Vespucio, Caboto y Verrazzano; los franceses, a Cartier; los ingleses, a
Frobisher, Davis y Drake; los holandeses, a Barents. Estos nombres resumen el
tipo del descubridor.
Una
laguna: si la determinación de las latitudes estaba facilitada por la observación
desde tierra de la mayor altura del Sol, y si gracias a Behaim esto fue factible
a bordo con el astrolabio de espejo, la longitud se calculaba a la estima, según
el camino recorrido, pero la dirección de este último se calculaba mal por la
brújula, y peor aún la velocidad, pues se ignoraba el uso de la corredera.
En
Sagres y Lisboa, y más tarde en Sevilla, Dieppe o Bristol, organismos
especializados recogían las informaciones proporcionadas por los navegantes y
componían manuales de instrucción náutica llamados derroteros.
El
paso de la edad heroica de la navegación a la edad de la práctica corriente se
sitúa en los últimos años del s. XV, cuando de repente y casi simultáneamente,
España con Colón y Portugal gracias a Vasco de Gama descubrieron grandes
intereses políticos y financieros en los países situados en ultramar. A partir
de esta época, los medios de calcular la latitud por la observación del Sol
fueron proporcionados a los pilotos por las Tablas Alfonsinas que, aunque
databan del s. XIII, fueron editadas por primera vez en Venecia en 1492 y en
seguida puestas al día, con las efemérides de la declinación del Sol que de
ellas se dedujeron finalmente y las de Regiomontano.
Necesarias
para defender las primeras expediciones de descubrimiento y de comercio pacíficas,
las armas eran indispensables para las expediciones de conquista. El final de la
Edad Media y el Renacimiento, período de continuas guerras en Europa, supuso
una carrera para la innovación técnica, que permitió al arma blanca alcanzar
su perfección, mejoró el arma de fuego pesada e hizo nacer la portátil. El cañón
y el arcabuz y las armas defensivas, variantes de la coraza y el casco, dieron a
los europeos una ventaja táctica. Pero la lanza, que mantiene el enemigo a
distancia, la ballesta, menos delicada y más manejable que el arcabuz, y sobre
todo la espada desempeñaron un papel preponderante.
Es
en el s. XVI cuando esta arma alcanza su forma más noble: el estoque. Pero
desde el s. XV, Toledo, Vizcaya, Solingen, Arbois, Burdeos y Passau
proporcionan una hoja larga, ligera, bien equilibrada gracias
al pomo, más adecuada para todas las paradas y fintas. Sobre todo permite dar
golpes de punta penetrante sin que el brazo deje de estar en línea y sin que se rompa el equilibrio del esgrimidor.
Si
ya durante la reconquista de España la espada hizo maravillas contra las
curvadas cimitarras musulmanas, que no golpean más que de tajo, con más razón
será decisiva contra los salvajes americanos, armados de mazas o de macanas en
vía de evolución hacia el hacha o el sable. Capaces de cortar al vuelo un
miembro humano o un asta de lanza, los aceros especiales (cuya dureza se
atribuye a secretos de temple) propios para las estocadas son, mucho más que
las armas de fuego, el medio material preponderante de la conquista. Por el
contrario, la espada estaba siempre desarmada contra la flecha errante o la
cerbatana de pequeñas flechas envenenadas.
El
caballo de silla, instrumento de ofensiva, de ruptura y de persecución, y la muía
de silla y de carga, medio de transporte, desempeñaron sin duda alguna un papel
más importante que el arma de fuego, Los caballos eran inicialmente de raza
andaluza, aunque después la ganadería de las Antillas proporcionó el
contingente esencial. Más oscura, pero también importante, fue la contribución
del cerdo: su régimen omnívoro y su reproducción rápida permitieron
establecer una reserva elástica de alimentación carnívora que se transportaba
por sus propios medios juntamente con el ejército. Los perros fueron auxiliares
policíacos.
Los
cuadros dirigentes del descubrimiento fueron cubiertos por navegantes ambiciosos
de todas las naciones; los de la conquista, por oficiales salidos de la pequeña
nobleza. En cuanto al grueso del efectivo, afluyó a consecuencia de las
presiones sociales.
Se
ha exagerado grandemente la participación de delincuentes[2];
ésta no excedió nunca del diez por ciento; además, las sentencias de
destierro eran pronunciadas muchas veces a propia petición; en cuanto a las
penas de muerte o de prisión prolongada concernían a menudo a simples
blasfemos. En efecto, la llamada de la colonización atrajo a una población
inestable, pero ávida de un establecimiento que no permitían en todo o en
parte las condiciones de la sociedad europea. El principal contingente de
conquistadores españoles fue reclutado entre los militares que dejó
desocupados la terminación de las campañas contra los moros; se reclutaron
sobre todo en las regiones semidesérticas de Castilla y Extremadura, país interior de los puertos
andaluces.
Del
Tajo al valle del Guadalquivir, a una y otra orilla del Guadiana, hay una meseta
pelada, seca, ardiente en verano, glacial en invierno; largo tiempo disputada
entre cristianos y musulmanes y donde las Órdenes militares (Santiago,
Calatrava, Alcántara) poseían vastos territorios dedicados casi exclusivamente
a la cría del ganado lanar en régimen de trashumancia; donde la propiedad
eclesiástica, por su permanencia, no solamente impedía la parcelación
propicia a la puesta en cultivo, sino que incluso tendía a redondearse por
donaciones y legados. La situación era insoluble para el que quisiera salir de
la miseria; en esta región puede suceder aún en nuestros días que la
propiedad de un asno esté repartida entre cuatro derechohabientes.
Si
el campesino se expatría a disgusto, hay en cambio una especie humana a la que
la habitual costumbre de las migraciones predispone a la aventura colonial: el
personal rudo, perezoso, frugal, endurecido e insolente de los pastores
trashumantes, salidos de la plebe mozárabe. Esta raza es capaz de grandes
indolencias y de formidables ráfagas de energía. Encontrará en los países de
ultramar las mesetas áridas, una humanidad pasiva, un estilo de vida semejante,
donde los corderos son hombres y donde se encuentra abundancia de mujeres, pues,
con el hambre, el apetito sexual, inyectado a España por su vecindad con el África
abigarrada y polígama, es uno de los móviles principales de la conquista.
Satisfacerlo con las indias es multiplicar los mestizos súbditos del rey y
aliados del blanco contra el indígena, y multiplicar las almas que salvará la
predicación del evangelio, pues el conquistador cree. Su fe de iletrado no es,
naturalmente, de un metal refinado; la Santísima Virgen tiene por sublimación
el papel de compensadora femenina para estos grupos de hombres, tripulaciones o
ejércitos. Y Santiago, evocado en el momento de la carga, es más bien un dios
de la guerra, si no un tótem tribal. Pero esta fe es profunda, realista: la
conquista asegura al alma pecadora la salvación. Interviene, en fin, el oro, o
más bien el espejismo del oro. Los conquistadores de México o de Cajamarca
comprobaron que, cargados de oro, no poseían nada útil, puesto que no había
nada que comprar; aprendieron con estupor los efectos de la inflación
monetaria.
Todos
los colonizadores, cualquiera que fuere su origen, tenían deseo de elevarse,
incontinencia, ansias de salvación y apetito de enriquecerse, al menos en
apariencia. Solamente variaba la dosis; la sexualidad va en retroceso a medida
que nos alejamos de Iberia hacia el Norte, y que en el país
descubierto se tienda menos al desnudismo integral. Alcanza su paroxismo en
Brasil, donde los franceses se establecieron por afición a las indias desnudas,
en tanto que el patriarca Jerónimo de Alburquerque se atribuía veintiséis
hijos legítimos o legitimados. Sin embargo, falta en Nueva Zembla, donde
invernaron los holandeses. Era preciso que todos estos móviles fueran intensos,
constantes y homogéneos para hacer posible una tal acumulación de aventuras
inauditas. Esta psicología define el tipo del conquistador, cuya variedad más
típica es la española, el conquistador por antonomasia.
Finalmente,
una vista de conjunto resume el carácter humano más sorprendente de este período:
es el europeo de variedad mediterránea el que impulsa el descubrimiento y le añade
la conquista. Colón, Magallanes, Cortés, Pizarro, estos mediterráneos
impusieron su ley a Europa durante siglos; gracias a ellos el Renacimiento fue
una explosión del tipo mediterráneo sobre el planeta.
Para
terminar, surge una cuestión a propósito de la exploración en los ss. XV y
XVI: ¿por qué tantos esfuerzos, dinero, hazañas y vidas humanas sacrificadas?
Este derroche, aparentemente superfluo, coincide con la aparición del Estado
moderno de base dinástica, en evolución hacia el estado nacional. Hacia 1400,
tres internacionales del viejo continente disponían de una información amplia:
la cristiana, la judaica y la islámica. Las tres tienen un fundamento
religioso.
La
cristiana tiene por centro a Roma. Los conocimientos cosmográficos de la Curia,
en nuestros días mal valorados, son seguramente muy vastos en esta época; pero
la Santa Sede los usa con parsimonia, en la medida en que juzga oportuno
emprender una acción misionera. La famosa bula de partición del mundo, dada
por el papa en 1493, aparece así bajo una luz enigmática, pero fue sin duda
mucho menos impremeditada de lo que parece.
La
judaica no tiene centro, lo propio de la nación judía desde la Diáspora: el
judaísmo es un tejido de células poco diferenciadas, capaces, por retoñación
o enjambrazón, de renovar las pérdidas o de formar concentraciones temporales.
Hacia 1400, el judaísmo es ecuménico, y los judíos conviven tanto con los
cristianos como con los musulmanes, desde Gibraltar a la India, desde Inglaterra
al Caspio, desde Moscú a Mozambique.
La
islámica tiene La Meca como centro de reunión; su unidad se materializa por
las caravanas de peregrinos y el uso de la lengua árabe. Se extiende, como el
judaísmo, de Gibraltar a la India, incluso hasta las islas de la Sonda. Se
opone a la cristiandad por un continuo frente de guerra, cálida o fría, que se
extiende desde Granada al mar Negro y que puede compararse
al telón de acero: impenetrable a las ideas y a las empresas de conquista, es
permeable al comercio en algunos puntos, lo que es una ventaja para los judíos,
que residen por todas partes.
En
esta época basta a un cristiano ser clérigo y, lo que es más difícil, lograr
su incorporación a la Curia, para aprender geografía. Si se es judío
practicante e inclinado a viajar, se puede circular de un extremo a otro del
mundo gracias al apoyo de sus correligionarios. Una fraternidad semejante ayuda
a los musulmanes cultos cuando peregrinan. Ahora bien: de 1400 a 1600, es como
si estas facilidades no existiesen ni hubieran existido nunca para los métodos
de exploración.
Ciertamente,
de cuando en cuando un Estado se asegura los servicios de un tránsfuga; así,
Portugal alista expertos judíos, y más tarde Castilla toma a su cargo a Cristóbal
Colón. Pero el secreto de las informaciones continúa siendo realidad en sus
grandes líneas. Se comprenden las precauciones por parte de judíos y
mahometanos, pero se explica menos la reserva de la Santa Sede, puesto que todos
los Estados descubridores trataban de propagar el cristianismo. Es que existe
una diferencia entre el Estado territorial, dinástico y pronto nacional, y el
reino de Jesús, que no es de este mundo. Muchas veces, para forzar las barreras
de lo desconocido, el poder se vale en terreno enemigo de un agente de información
más o menos clandestino, más o menos oficial según el lugar y la oportunidad.
Pero
sobre todo la imposibilidad de recurrir a la información supranacional según
practicaban las comunidades religiosas maduró una consecuencia más grave:
laicizado, politizado y privado de sus fuentes tradicionales, el espíritu de
curiosidad geográfica sucumbe a la tentación del imperialismo. El Estado se
vio obligado a enormes esfuerzos en el terreno de la imaginación, de la economía
y del heroísmo, y pretende que sean productivos. El descubrimiento del mundo
por Europa se convierte necesariamente en la conquista del mundo por los
europeos.
Conquista
comercial, política, religiosa y militar, dirigida paralelamente por organismos
estatales creados por los príncipes (como la Casa de Guinea en Lisboa y la Casa
de la Contratación en Sevilla, o por Compañías protegidas por el poder
central (la Compañía de Comerciantes Aventureros de Londres, la Compañía
Holandesa de las Indias), o por grandes delegados, como el armador Ango, de
Dieppe, y los almirantes Chabot y Coligny. Gracias a estos nuevos órganos de
gobierno, el absolutismo ensayará las recetas centralistas que aplicaran los
monarcas del antiguo régimen y, después de ellos, los Estados nacionales,
democráticos o totalitarios. El imperialismo y el Estado moderno nacen del
descubrimiento por una implacable filiación.
Es lícito preguntarse objetivamente qué es lo que han ganado el mundo y Europa: sin duda, la problemática pero duradera ventaja de conocerse.
Manuel
Arnaldos
Mercabá,
diócesis de Cartagena-Murcia
más
información
Diccionario
Mercabá de Arqueología
Indice
general de Enciclopedia Mercabá de Historia
[1]
La
Carabela Santa María, considerada como una nao
(así la llama y
distingue Colón en su Diario)
tenía unas medidas y proporciones que ignoramos, aunque las
reconstrucciones de FERNANDEZ DURO, JULIO F. GUILLEN o MARTINEZ HIDALGO, nos
facilitan una idea aproximada de lo que debió de ser.
[2]
En
el primer viaje colombino los delincuentes estaban representados por un
homicida y dos amigos que, por haber intentado sacarlo de la cárcel,
incurrieron en la misma pena. En el tercer viaje embarcaron otros reos que
marchaban a Indias, no a cambio de la conmutación de la pena, sino de una
redención o demora posible siempre que el delito no fuera de herejía, lesa
majestad, crimen de primer grado, traición, incendio premeditado,
falsificación o sodomía.